(En busca de la tierras raras de China en los huevos de Trump)
Trump y su política de "besarle el trasero"
Donald Trump, el reyezuelo del mundo, con su ya conocida retórica agresiva y su visión proteccionista de la economía, ha desplegado una política comercial basada en una auténtica “verbena de aranceles”. Su intención parece clara: poner de rodillas a todas las economías del mundo, esperando que, una por una, acudan a "besarle el trasero". Y lo cierto es que, en muchos casos, lo está logrando. Su forma de ser, evidencia en el estudio caligráfico de su firma que tiene ángulos y que parece un electrocardiograma. Y es evidente que Trum padece el complejo de Hybris. El complejo de Hybris, diosa griega de la insolencia.
Hablamos de complejo de Hybris para referirnos a aquellos sujetos que personifican la trasgresión de las normas admitidas de la comunidad.
Tienen un ego excéntrico y desmedido que pretende desestimar lo ajeno.
La persona con complejo de Hybris presenta estas características:
hace una evaluación de cada situación con ideas fijas preconcebidas,
rechaza cualquier idea contraria a la suya,
no aprende con la experiencia y,
por último, su conducta es dominada por los rasgos narcisistas.
Se le ha denominado también enfermedad del poder, que lleva indefectiblemente a la corrupción.
El poder a nivel neuropsicológico genera un síndrome adictivo, con todas sus características, es decir, produce hábito, tolerancia, dependencia y cuando falta genera abstinencia.ç
Países en disposición de beso negro, menos China
Varios países han cedido ante la presión arancelaria de Washington. España, por ejemplo, ha enviado al ministro de Economía, Carlos Cuerpo, en un gesto que muchos interpretan como una señal de sometimiento diplomático. Hoy mismo, la presidenta de Italia, Giorgia Meloni, ha viajado a EE. UU. en una visita que parece alinearse con esa misma estrategia de acercamiento al gigante norteamericano.
Sin embargo, no todos están dispuestos a agachar la cabeza. China ha decidido plantar cara. Bajo el liderazgo de Xi Jinping, el país asiático no solo ha respondido elevando sus propios aranceles, sino que ha promovido un ambiente de boicot hacia productos estadounidenses. Xi ha dejado claro que no tiene intención alguna de acudir a rendir pleitesía a Trump.
Las consecuencias ya comienzan a notarse. Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, ha advertido que esta escalada comercial podría desembocar en una recesión en EE. UU., con inflación, alza de precios y una bajada significativa del dólar. China, además, ha empezado a vender parte de la deuda estadounidense, algo que no es menor si se considera su peso como principal acreedor de Washington. La sombra del desempleo empieza a asomar en el horizonte económico de Estados Unidos.
En un giro irónico, Trump ha llegado incluso a pedir la destitución de Powell por "traición", simplemente por atreverse a decir lo que él no quiere oír. Pero la realidad es terca, y los mercados no entienden de caprichos presidenciales. Por lo tanto al pedir la dimisión por llevarle a contraria se convierte en un autócrada cortijero: "Aquí, es mi cortijo de lo Estados Unidos mando yo".
En definitiva, este “festival de aranceles” podría terminar siendo una trampa autoimpuesta. No sería descabellado imaginar, en unos años, a Trump –o a quien siga su línea política– viajando a Pekín con la esperanza de revertir una relación deteriorada, y siendo él quien deba “besar el trasero” de Xi Jinping. Porque las guerras comerciales, como ya lo ha demostrado la historia, nunca dejan ganadores claros.
Europa, mientras tanto, empieza a mirar hacia el este. Ante una América inestable y cada vez más aislacionista, China se perfila como un socio comercial más predecible y estratégico. El tablero geopolítico está cambiando, y la arrogancia puede salirle cara a quien no sepa mover sus piezas con inteligencia.
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Bajo el inmenso cielo de Baotou, en Mongolia Interior, una ciudad más
famosa por sus minas que por su legado cultural, Deng Xiaoping, en 1992,
vislumbró un terreno árido que ocultaba un valioso tesoro. En ese
momento, pronunció una frase que se convertiría en una profecía:
«Oriente Medio tiene petróleo. China tierras raras». Esta proclama fue
más que un alarde; representó una directriz a largo plazo. Mientras los
países del Medio Oriente se aferraban al modelo tradicional de
extracción y exportación de petróleo, Pekín optó por otra certera hoja
de ruta. No solo extrajeron recursos del subsuelo, delinearon su futuro. Desde la mina hasta la producción de imanes, construyeron un imperio verticalmente integrado en torno a 17 elementos críticos.
Hoy, décadas después, el mundo está empezando a sentir
las repercusiones de esa decisión táctica. Desde aviones de combate
hasta varillas de reactores nucleares o smartphones, los minerales de
tierras raras son esenciales para una vasta gama de productos clave. La
dominación china en su explotación y procesamiento se ha transformado en
un arma poderosa en su arsenal