Alicante, 30 de octubre de 2024
Los actos de vandalismo, especialmente sobre esculturas públicas, representan un tipo de agresión que va mucho más allá del simple daño a la propiedad. Son, en esencia, una ofensa a la cultura, la identidad y la historia compartida de una comunidad. En el caso de la escultura del pintor alicantino Emilio Varela, pintada y vandalizada en Alicante a tan solo un mes de su inauguración, nos enfrentamos a una acción que parece más una expresión de ira o desidia que un acto de rebeldía o reivindicación. La elección de un símbolo cultural como objetivo denota la falta de sensibilidad y respeto por el patrimonio que estos "gamberros" parecen tener hacia su propio entorno y hacia los valores de la comunidad a la que pertenecen.
Es fácil, en estos casos, tachar a los responsables de desalmados, de psicópatas sociales, de personas insensibles que gozan en el rechazo de los vecinos, y que solo buscan provocar mediante acciones cobardes y anónimas. Su conducta, sin embargo, también refleja una profunda desconexión de lo que estos monumentos representan: no solo son obras de arte, sino que constituyen homenajes a figuras relevantes que, en su labor, enriquecieron y dejaron una huella positiva en la sociedad. Emilio Varela, como pintor, es uno de esos personajes que, a través de su obra, fortaleció la identidad cultural y artística de Alicante. Su reconocimiento en una escultura no es solo un tributo a su persona, sino un símbolo de la dedicación y esfuerzo artístico que ayudó a elevar el espíritu y la cultura de la comunidad. Al dañar la escultura, estos individuos no solo afectan un objeto físico, sino que profanan un símbolo que representa el esfuerzo y el legado de toda una vida.
Además, la impunidad con la que muchos de estos actos quedan sin resolver resulta desalentadora. La falta de sanciones efectivas y de seguimiento por parte de las autoridades, como la Policía local, no hace más que envalentonar a quienes, sin respeto ni compromiso, continúan dañando el entorno común. Una respuesta pública y firme en este tipo de casos, como investigar, sancionar y, en ciertos casos, exponer el acto ante la comunidad, podría disuadir futuros ataques. Sin embargo, también hace falta un cambio en la percepción de estos espacios, promoviendo la comprensión y el respeto por los monumentos públicos desde una edad temprana.
En última instancia, este tipo de vandalismo es reflejo de un problema social más profundo: la falta de conciencia y respeto hacia el valor del arte y la historia en los espacios públicos. Para muchos, el arte y el patrimonio solo son visibles cuando se ven dañados, y esto solo demuestra la necesidad de inculcar un mayor sentido de pertenencia y cuidado hacia la cultura común. Tal vez, con más programas educativos, actividades comunitarias y vigilancia, se pueda lograr un cambio real que permita que figuras como Emilio Varela y otros homenajeados en nuestras plazas y calles puedan recibir el respeto y reconocimiento que merecen.
Tal vez un buena recompensa valdría para descubrir al autor. Siempre hay alguien que sabe más de lo que se cree. Con 1.000 € se descubriría al autor. Y en la pérgola, un domingo, le pintaríamos los huevos de blanco, en caso de ser un cobarde y lo mismo en caso de ser hembra.
Ramón Palmeral