Biografía de los hermanos Pizarro
Los culpables de desobediencias reales eran juzgados y sentenciados por los virreyes en América sin indultos ni amnistías
Francisco Pizarro
Francisco Pizarro y González,
nació en la localidad cacereña de Trujillo (Cáceres) alrededor de 1476,
no era un paria español, era hijo natural o bastardo (por nacer fuera
del matrimonio) de Gonzalo Pizarro Rodríguez de Aguilar,
con Francisca González Mateos. Gonzalo Pizarro tuvo varios hijos e
hijas naturales de cinco mujeres distintas, y de una o dos desconocidas,
era hidalgo y militar español, que intervino en las guerras de Granada
como alférez en un cuerpo del ejército real y en las guerras de Italia.
Pasó los últimos diez años de su vida luchando con título de capitán en
la conquista de Navarra.
Al morir el padre en 1522, reconoció a todos sus hijos ilegítimos, en su
testamento, encargando a Hernando, su único hijo legítimo, que se
encargara de ellos y los tratara como hermanos.
Francisco a la edad de veinte años se alistó en los gloriosos Tercios españoles a las órdenes del Gran Capitán, luchaban en las conocidas campañas de Nápoles, Calabria y Sicilia, siempre como soldado. Viajó a Sevilla, donde permanecería hasta lograr el permiso del Consejo de Indias para embarcar hacia América en 1502, a bordo de la flota del gobernador y fraile capuchino Nicolás de Ovando, rumbo a La Española. Su primer viaje no resultó exitoso, pero el segundo, llevado a cabo entre 1524 y 1525, fue mucho más alentador. Tras diversos episodios de conquista, Francisco Pizarro llegó en 1526 a la Isla del Gallo (Colombia), donde quedó aislado con sus hombres, sin nave, después de que el nuevo gobernador de Castilla del Oro (Colombia), Pedro de los Ríos, pusiera fin a la expedición...
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Expedición de Diego de Almagro a Chile/ por Pedro Subercaseaux
Además de caballos, los españoles llevaron perros alanos de guerra, armas de fuego, y armaduras
Los canes de los españoles eran terribles
Los perros de los conquistadores eran alanos de raza, es decir, un mestizaje entre dogos y mastines. Eran terribles.Con su feroz presencia, representaban la viva manifestación de una insoportable forma de terror casi demoníaca. Siempre iban en primera línea acompañando a los ballesteros y delante de los arcabuceros, y por supuesto, cuando actuaban conjuntamente con la caballería, el pánico que causaban en las filas adversarias era extremo.
Estos animales iban protegidos con sendas tiras de cuero en ambos lomos y unas potentes protecciones de fieltro que se extendían desde la cruz del tren delantero hasta el nacimiento del rabo, de tal manera que parecían acorazados contra cualquier contingencia. Si a esto le añadimos los ostentosos collares dentados y el durísimo entrenamiento al que los sometían sus amos –que cobraban una soldada aparte por perro–, estaríamos hablando de una arma casi apocalíptica.
Los infelices indígenas que en sus enfrentamientos no habían pasado del arco y del machete y de algunas pedradas con buen tino, tenían más pavor a un alano que a un regimiento de arcabuceros.
La gripe de la mediocridad obligaba a huir a miles de aventureros reciclados desde el anonimato de sus áridas vidas hacia la promesa de tierras nuevas y de experiencias en abundancia como contrapunto a las anodinas vidas en las planicies de Castilla o en la empobrecida Extremadura, donde hidalgos y campesinos deambulaban por la nada de un presente continuo...
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