(El autor de esta crónica ante el cuadro de referencia en el artículo)
“La tentación de Santo Tomás de Aquino” de Velázquez en Orihuela
“Una visita al Museo Diocesano de Orihuela”
Ramón Fernández Palmeral
La mañana del martes 21 de noviembre la pasamos en la sacra ciudad de Orihuela, la Oleza de Gabriel Miró, a donde me llevó mi amigo y oriolano Julio Calvet Botella, escritor y magistrado y cicerone indiscutible de esta reliquia de la historia. En la puerta del Colegio de Santo Domingo, antigua Universidad de dominicos y jesuitas, el llamado Escorial de Levante, quedamos con tres amigos comunes: Mariano, José Manuel y Rosi. Los cinco nos convertimos en robinsones por estos bienes de la histórica ciudad Patrimonio de la Humanidad que habla y grita por que la visiten, que nos cobija y protege, en la huerta, al pie, a la falda de los monte de San Miguel donde se divisa y se alza gloriosa la antigua fortaleza del rey visigodo Teodomiro y luego musulmán y cristiana; pero no nos desviemos de nuestra ruta, de nuestro destino principal.
Cada esquina, calle o plaza nos muestra el esqueleto arquitectónico de su muy destacada historia. Visitamos la casa museo de Miguel Hernández, donde nos recibió Aitor Larrabide. Para hacer la obligada visita al autor de Perito en Lunas, luego de la visitas nos dirigimos por la famosa calle de Arriba (bajo el triple arco la capilla de la Virgen de Monserrate), donde estuvo la famosa tahona de los Fenoll, de allí hacia la calle Mayor de Ramón y Cajal, donde se halla el Museo Diocesano de Arte Sacro, frente a la catedral, del que don Julio, como le llaman aquí, es Vicepresidente de dicho Museo, para ver y admirar el gran cuadro de Velázquez, sí ha oído bien querido y desocupado lector, una obra del pintor de la corte de Felipe IV.
En el Museo Diocesano de Orihuela
Allí estábamos los cinco amigos ante las monacales piedras, en el vestíbulo del Museo Diocesano de Arte Sacro, ante la puerta de vidriado, acristalada, y acristianada con posters religiosos, esperando a que una joven y amable bedel nos abriera la puerta. Una vez franqueado el portón estábamos, de pronto en otro siglo, en el barroco del famoso Obispo Leproso, que no era leproso, sino que todos los acontecimientos de esta “Orihuelica del Señor” debían pasar por sus manos. Nuestro celoso guía Mariano encontró el ascensor correspondiente que nos subió a un primer piso, porque lo de usar los escalones de la anchurosa escalera, sobre todo a mí, me venía como si tuviera que subir a un ocho mil. Tras callejear por pasillos decorados de cuadros, cruces en vitrinas, cálices, báculos y demás casullas litúrgicas, de pronto, llegamos por fin a las puertas del cielo, nunca mejor dicho, porque estábamos en la sala del Velázquez, deslumbraba el esperado y deseado: “La Tentación de Santo Tomás de Aquino”, que representa al santo dominico auxiliado por dos ángeles, bajados de los divinos cielos para ayudarle ante un desmayo. La alta y monacal ventana lo ilumina sin necesidad de luces artificiales, y allí está el lienzo enmarcado en dorado y rico marco. A mí me temblaban las piernas, y los brazos, me entraron ganas de arrodillarme, si hubiera podido hacer una genuflexión. Instintivamente, puse en marchas la cámara Sony para gravar un video. Fotos sin flash, evidentemente. Los cinco amigos estábamos solos ante esta maravilla del arte de la pintura sacra del siglo XVII, increíble pero cierta. El suelo de la sala es de un mármol color crema propio de las canteras de la Algueña, rodeada la solería con una orla de mármol rojo de Novelda. Me senté exhausto, extasiado, el éxtasis si fuera Santa Teresa, en el banco de madera color de caoba, de forma alarga y paralepípeda para admirarlo con detalles, respirado incienso. escudriñando el hábito negro y blanco como el de los dominicos de Santo Tomás de Aquino (santo italiano del siglo XIII), obnubilado, arrodillado, desmayado, con esa mano pintada con la técnica del esfumato (humo) que parece evaporarse. Una mano viva, que respira, y como dijera el panadero poeta Carlos Fenoll en su famoso poema al "Cristo Yacente": “bendice todavía”.
Símbolos
El tizón como arma para espantar a la tentación, o como escribiera Rubén Miguez: “Iconográficamente a Santo Tomás nunca se le había representado así, mezclando las dos escenas del tizón para echar a la prostituta y el desmayo mientras lo reconfortan los ángeles” (Información 12-06-17).
Resulta asombroso descubrir que en Orihuela resida una obra del sevillano maestro genial de la pintura Diego de Velázquez (1599-1660), yerno de su maestro Pacheco, aunque su presencia aquí en esta ciudad sacra (como Fátima en el Levante) encuentra una explicación sólida. El lienzo fue obsequiado a los dominicos del Colegio de Santo Domingo por el confesor del Rey Felipe IV, Fray Tomás Sotomayor, como gesto de gratitud por el respaldo recibido durante el litigio que lo enfrentó al Cabildo de la Catedral de Orihuela por la posesión de ciertas tierras. Concluido el pleito a favor del confesor, este encomendó al destacado pintor de la Corte, Velázquez, la creación de una obra para contentar a los dominicos de Orihuela, decidiendo plasmar la narrativa de un dominico: "La Tentación de Santo Tomás de Aquino" entre 1631 a 1632, anterior a “Las Meninas” que como sabéis es la familia de Felipe IV, pintado en 1656.
En la escena principal de la obra nos relata que estando Santo Tomás e la habitación de un hospicio leyendo unos libros recibe a una prostituta que le habían mando la familia para que no acogiera los hábitos (la prostituta es la tentación carnal del novicio), para echarla coge un tizón que ardía en la chimenea que visualizamos a la derecha, sufre un desmayo, y es cuando aparen dos ángeles alados para ayudarle a incorporarse. En la parte superior izquierda encontramos a una mujer abandonando la sala por la puerta de la habitación, en actitud de asombro sobresalto por la aparición de los ángeles ocurrido en el interior de la habitación, que indudablemente es la prostituta.
¿Cómo llegó entonces esta pintura al Museo de Arte Sacro de Orihuela? La obra, en realidad, nunca abandonó la ciudad, salvo en dos ocasiones en las que fue exhibida en el Museo del Prado, primero en la National Gallery de Londres en 2008 y luego en París en 2015, formando parte de una exposición en el Gran Palais organizada por el Museo del Louvre. Al concluir su realización, Velázquez trasladó el cuadro al Colegio de Santo Domingo de Orihuela, en aquel entonces sede de la Universidad, donde presidió la Sala de Grados y doctorados. Mariano Cecilia comenta: " Es un punto de referencia para los estudiantes; Santo Tomás es el sol del pensamiento eclesiástico y, por ende, un modelo a seguir para los futuros doctores y licenciados".
Dicho cuadro no está firmado por Velázquez. Nos cuenta don Julio que la autoría del cuadro lo descubrió con José María de Cossió, polígrafo, escritor y protector que fuera de nuestro poeta orcelitano Miguel Hernández, y así se ha demostrado y confirmado por los expertos del Museo del Prado.
Conclusiones
La cuestión final es que, salimos los cinco amigos del Museo Diocesano muy satisfechos e impresionados de esta visita que nos proporcionó y facilitó Julio Calvet, a quien agradecimos sus grandes saberes, porque una cosa es oír que dicen que hay un Velázquez en Orihuela, y otro verlo in situs como una alucinación inolvidable..
Enlace a un articulo de Julio Calvet Botella en Hoja del lunes de Alicante del APPA
Autor: Diego Velázquez
Tipología: Pintura
Técnica: Óleo sobre lienzo
Siglo: XVII
Año: 1632
Soporte: Lienzo
Dimensiones: 244 cm × 203 cm
Biografía del Santo
Tomás de Aquino nació en 1224 o 1225 en el castillo de Roccasecca, cerca de Aquino, (Italia) en el seno de una numerosa y noble familia de ascendencia germana. Su padre, Landolfo, descendiente de los condes de Aquino, estaba emparentado con el emperador Federico II. Su madre, Teodora, era hija de los condes de Taete y Chieti. Fue Tomás el menor de nueve hermanos. Según una leyenda, Bonus, un santo ermitaño, predijo a Teodora que su hijo se ordenaría dominico y llegaría a alcanzar la santidad.
La historiografía religiosa cuenta que Santo Tomás era un joven de una familia acaudalada que decide dedicar su vida a la fe e ingresar en la orden dominica pero su familia, que sabe que tiene un futuro prometedor, no está de acuerdo con este propósito. Santo Tomás en una de las noches a caballo descansa en un hospicio, hace noche allí y la familia aprovecha la situación para encerrarle en una estancia con una prostituta para que sucumba a sus deseos y abandone los hábitos. La historia cuenta que logró domar sus instintos cogiendo un carbón ardiente de la chimenea y dibujar con él una cruz en la pared, tras lo que se arrodilló ante ella y rezó, consiguiendo expulsar de esa manera a la prostituta. Santo Tomás se deja caer vencido por el esfuerzo de esa intensa oración a Dios, momento en el que dos ángeles le reconfortan.
Video de la excursión