Antes de que se apruebe la Lay de Memoria Depocratica se debería recoedar los casi7.000 religiosos asesiandos por el Frente Popular entre el 1936 de 1939
Un detallado estudio publicado en 1961 por Antonio Montero Moreno, identificó a un total de 6832 víctimas religiosas asesinadas en el territorio republicano, de las cuales 13 eran obispos, 4184 sacerdotes seculares, 2365 religiosos y 283 religiosas.
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El Papa reconoce martirio de 12 sacerdotes y laicos asesinados en la Guerra Civil Española
POR MIGUEL PÉREZ PICHEL | ACI Prensa
Durante los cruentos primeros meses de la Guerra Civil Española (1936-1939) en Madrid, sumida bajo el llamado “terror rojo”, la brutal persecución religiosa emprendida por milicianos de izquierda en la zona republicana, 6 sacerdotes y 6 laicos redentoristas fueron detenidos y asesinados por el único “delito” de ser católicos.
Eran el sacerdote Vicente Nicasio Renuncio Toribio y 11 compañeros suyos, sacerdotes y laicos, de la Congregación del Santísimo Redentor.
Algunos trataron de refugiarse para evitar la persecución, pero una vez que se encontraron frente a los milicianos, ninguno rechazó el martirio ni renunció a su fe para escapar de la muerte.
Este sábado 24 de abril el Papa Francisco autorizó la promulgación del decreto que reconoce el martirio del P. Vicente Nicasio Renuncio Toribio y sus compañeros redentoristas, que se suman así a los casi 2.000 santos y beatos mártires de la Guerra Civil Española y de la II República cuyo martirio ha sido reconocido por la Iglesia.
En la reseña histórica de la Congregación de las Causas de los Santos que acompaña al decreto se señala que “la situación político-social que existía en España en el período de la Guerra Civil (1936-1939) es históricamente conocida, así como el clima de persecución que los milicianos republicanos instauraron frente a todos los que se declaraban miembros de la Iglesia católica, fuesen consagrados o no”.
El decreto firmado por el Pontífice tras una audiencia con el Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, reconoce el martirio por odio a la fe de 6 sacerdotes y 6 laicos. Todos pertenecientes a la Congregación del Santísimo Redentor.
Los mártires ahora reconocidos pertenecían a dos comunidades redentoristas: la del Santuario del Perpetuo Socorro y la de San Miguel Arcángel, anexa a la iglesia de la Nunciatura Apostólica en España.
Según se especifica en el decreto, “el martirio material de todos los Siervos de Dios está suficientemente probado. La persecución contra la Iglesia en Madrid fue especialmente cruel. Numerosos conventos fueron asaltados e incendiados, numerosas iglesias saqueadas y diversos objetos sagrados profanados”.
“Bajo amenazas de muerte, fueron asaltadas casas privadas a la búsqueda de religiosos o sacerdotes escondidos. Algunos Siervos de Dios fueron asesinados juntos, como los Siervos de Dios Crescencio Severo Ortiz Blanco, Ángel Martínez Miquélez y Bernardo Sáiz Gutiérrez, arrestados el 20 de julio de 1936 junto a la iglesia de San Miguel y fusilados en la Casa de Campo de Madrid”, se especifica.
Un caso similar fue el de Niceto Pérez del Palomar Quincoces y Gregorio Zugasti Fernández de Esquide. “Este último no quería abandonar a su anciano hermano Niceto, por lo que los dos religiosos fueron capturados y asesinados”.
Los demás mártires “fueron asesinados en circunstancias similares, en episodios martiriales individuales. Tras haber sido denunciados y encarcelados, no dudaron en declarar su identidad como religiosos”, a pesar de que ese reconocimiento supondría su muerte segura.
La Congregación para las Causas de los Santos insiste en que “los Siervos de Dios fueron asesinados por su identidad religiosa. No se dedicaban a la política, sino que desempeñaban su ministerio con fervor”.
Se insiste también en las pruebas que “muestran la fidelidad de los Siervos de Dios que aceptaron la muerte por Cristo y por la Iglesia como coronación de una vida de fe. Sabiendo que iban a ser asesinados, los Siervos de Dios se prepararon espiritualmente en la cárcel. Rezaban, se confesaban recíprocamente, animaban a los demás y algunos continuaron celebrando la Misa. Todos aceptaron la muerte con fe”.
Los Siervos de Dios que serán ahora beatificados en virtud de su martirio son:
Vicente Nicasio Renuncio Toribio: Nacido el 11 de septiembre de 1876 en Villayuda. Realizó la profesión de votos religiosos el 8 de septiembre de 1895. Fue ordenado sacerdote el 23 de marzo de 1901 después de haber desempeñado el servicio pastoral en diferentes comunidades redentoristas españolas.
Fue transferido al Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid en 1912. Durante los inicios de la persecución religiosa en España por parte de las milicias republicanas en la Guerra Civil, se refugió en la casa de unos amigos.
El 17 de septiembre de 1936 fue arrestado por los marxistas y trasladado a la Checa (tribunales políticos de inspiración soviética donde se juzgaba sin garantías de ningún tipo a quienes los milicianos consideraban enemigos de la República) del distrito de Chamberí.
Inmediatamente fue enviado a la Dirección General de Seguridad y encarcelado en la cárcel Modelo de Madrid, de donde fue sacado y asesinado el 7 de noviembre de 1936.
Crescencio Severo Ortiz Blanco: Nació en Pamplona el 10 de marzo de 1881. Realizó la profesión de los votos religiosos el 24 de septiembre de 1900. Fue ordenado presbítero el 23 de diciembre de 1905. Murió mártir el 20 de julio de 1936.
Ángel Martínez Miquélez: Nacido en Funes el 2 de marzo de 1907, realizó la profesión provisional de votos religiosos el 24 de agosto de 1925 y la perpetua el 18 de septiembre de 1928. Recibió la ordenación sacerdotal el 20 de septiembre de 1930. Fue detenido y asesinado el 20 de julio de 1936.
Bernardo Sáiz Gutiérrez: Nació el 23 de julio de 1896 en Melgosa. Realizó la profesión provisional de votos religiosos el 13 de noviembre de 1920 y la perpetua el 25 de marzo de 1924. Fue asesinado el 20 de julio de 1936.
Niceto Pérez del Palomar Quincoces: Nació el 2 de abril de 1859 en Tuesta. Realizó la profesión de votos religiosos el 30 de marzo de 1891 y fue asesinado el 16 de agosto de 1936.
Gregorio Zugasti Fernández de Esquide: Nació en Murillo de Yerri el 12 de marzo de 1884, realizó la profesión de votos religiosos el 25 de diciembre de 1912 y fue asesinado el 16 de agosto de 1936.
Aniceto Lizasoain Lizaso: Nació el 17 de abril de 1877 en Irañeta. Realizó la profesión de votos religiosos el 15 de octubre de 1896 y fue asesinado el 18 de agosto de 1936.
José María Urruchi Ortiz: Nació en Miranda de Ebro el 17 de febrero de 1909, realizó la profesión provisional de votos religiosos el 24 de agosto de 1927 y la perpetua el 15 de septiembre de 1930. Fue ordenado sacerdote el 20 de octubre de 1932. Murió asesinado el 22 de agosto de 1936.
José Joaquín Erviti Insausti: Nació en Imotz el 15 de noviembre de 1902. Realizó la profesión de votos provisionales el 24 de febrero de 1930 y los perpetuos el 24 de febrero de 1935. Fue asesinado durante la noche del 22 de agosto de 1936.
Antonio Girón González: Nació en Ponferrada el 11 de diciembre de 1871. Realizó la profesión de votos religiosos el 15 de agosto de 1889. Fue ordenado sacerdote el 19 de mayo de 1894. Para escapar de la persecución se refugió en una casa privada, luego en un convento de religiosas y, finalmente, en un hospicio. El 24 de agosto el hospicio fue ocupado por milicianos. Durante el asalto fue capturado y asesinado días más tarde, el 30 de agosto de 1936.
Donato Jiménez Bibiano: Nació en Alejos el 21 de marzo de 1873, realizó la profesión de votos religiosos el 8 de septiembre de 1893. Fue ordenado presbítero el 27 de mayo de 1899. Capturado por milicianos marxistas, fue transferido a la Checa de Fomento y recluido en sus sótanos antes de ser asesinado el 17 o 18 de septiembre de 1936.
Rafael Perea Pinedo: Nacido en Villalba de Losa el 24 de octubre de 1903, realizó la profesión temporal de votos religiosos el 27 de febrero de 1923 y la perpetua el 27 de febrero de 1926. Fue asesinado el 2 de noviembre de 1936.
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La persecución religiosa fue una de las características entre quienes decían defender la “legalidad republicana” tras el levantamiento militar del 18 de julio. Desde el principio, el asesinato de religiosos y religiosas fue una constante, incluso antes de que la jerarquía publicase la Carta Colectiva de los obispos el 1 de julio de 1937. Es más, los precedentes habían sido claros desde las primeras matanzas en mayo de 1931 y durante la Revolución de Asturias en 1934.
Entre los miles de católicos, religiosos y seglares, asesinados, se cuentan hasta 13 obispos contra los que los revolucionarios, principalmente pertenecientes al Partido Comunista de España y a las diversas organizaciones anarquistas como la Federación Anarquista Ibérica y la Confederación Nacional de Trabajadores, mostraron su más brutal ensañamiento.
Por orden cronológico, los obispos asesinados por los frentepopulistas fueron:
Eustaquio Nieto Martín, obispo de Sigüenza. Pese a la insistencia de personas de su entorno, el 18 de julio, una vez producido el pronunciamiento militar, se negó a abandonar la diócesis. Cuando la capital de la provincia, Guadalajara, se pronunció a favor de los sublevados el 21 de julio, Nieto intercedió ante los líderes sublevados para que no se cometieran fusilamientos y logró reducir considerablemente la represión en la provincia. La columna dirigida por el coronel Puigdengolas que tomó Guadalajara el día 22 envió unas secciones al mando del líder de milicias, Cipriano Mera, para tomar Sigüenza, que fue conquistada por los frentepopulistas el día 24. Lo primero que hicieron fue detener al obispo y someterlo a un juicio público, pero los testimonios de los dirigentes izquierdistas locales contando su actuación para salvar vidas en los primeros días del levantamiento llevaron a su absolución y liberación. Sin embargo, el 26 fue secuestrado por orden de Mera para ser asesinado. Cuando lo trasladaban en coche fue arrojado en marcha del vehículo, como sobrevivió le dispararon y quemaron su cuerpo.
Balvio Huix Miralpeix, obispo de Lérida. Al conocer la noticia del alzamiento se refugió en casa de unos conocidos en Lérida. A los pocos días empezaron a llegarle noticias de la brutal represión a la que estaban sometiendo al clero de su diócesis por lo que decidió entregarse para intentar mediar ante las autoridades revolucionarias. Fue encarcelado inmediatamente en la cárcel provincial donde pasó dos semanas hasta que durante la madrugada del 5 de agosto fue conducido junto a otros veinte presos –en su mayoría religiosos y destacados políticos y empresarios locales- a las inmediaciones del cementerio donde fueron fusilados.
ruz Laplana Laguna, obispo de Cuenca. El pronunciamiento del 18 de julio fracasó en Cuenca gracias a la actuación del teniente coronel Francisco García de Ángela quien se comprometió a garantizar la integridad de todos los ciudadanos. Así fue hasta la llegada de milicianos anarquistas de las unidades mandadas por Cipriano Mera que obligaron a Laplana a abandonar su residencia el 28 de julio, siendo trasladado al seminario que había sido convertido en cárcel. Allí permaneció detenido hasta que el 7 de agosto, en compañía de otras 7 personas fue sacado de madrugada para ser fusilado sin que mediara juicio alguno.
Florentino Asensio Barroso, obispo de Barbastro. Nada más producirse el levantamiento militar, el comité revolucionario local decidió su arresto dentro de la residencia episcopal, pero cuatro días después se decidió su traslado a la cárcel municipal, donde se le interrogó en varias ocasiones y se le intentó obligar a que apostatara. Ante el fracaso se decidió su traslado a una celda aislada donde fue torturado por milicianos que llegaron a realizarle amputaciones, como la de los testículos. En la madrugada del 9 de agosto fue trasladado junto a otros doce detenidos en un camión hasta un paraje cercano a Barbastro, donde fueron fusilados y arrojados a una fosa común en la que ya habían sido enterrados varios de los seminaristas de la localidad.
iguel Serra Sucarats, obispo de Segorbe. Tras decretarse su arresto en las dependencias del obispado, el 27 de julio se le trasladó a la cárcel local improvisada en locales del ayuntamiento. Junto a él fueron trasladados el vicario, Blasco Palomar, el hermano del obispo, Carlos Serra, y otros cinco religiosos y seglares vinculados a la sede episcopal. Allí estuvieron hasta la madrugada del 9 de agosto en la que fueron sacados en varios coches con la excusa de trasladarlos a Vall de Uxó, pero en el trascurso del camino pararon y en una zona deshabitada fueron fusilados y sus cuerpos abandonados sin enterrar.
Manuel Basulto Jiménez, obispo de Jaén. Tras retenérsele durante los primeros días en su domicilio, el 2 de agosto fue detenido, junto a su hermana y su cuñado, y encarcelados en la catedral de Jaén que había sido convertida en cárcel gestionada por el Comité Revolucionario provincial. Allí permanecieron hasta el día 11 de agosto, en que fueron trasladados a la estación de tren para ser llevados en tren a la cárcel de Alcalá de Henares. A estos traslados se les conoce como “los trenes de la muerte”, ya que el tren fue detenido y todos sus ocupantes –casi 200- fueron ametrallados. Entre ellos se encontraba el obispo Basulto que, al igual que el resto de las víctimas fueron saqueados por la turba que se había congregado para ver los asesinatos.
Manuel Borrás Ferré, obispo auxiliar de Tarragona. Fue detenido junto al cardenal Vidal y Barraquer el día 21 de julio. Se les mantuvo retenidos unos días en el monasterio del Poblet, hasta que el día 24 tras la intermediación del Papa, se consiguió la liberación del cardenal que fue trasladado a Italia. Sin embargo, Borrás no tuvo la misma suerte y quedó detenido en Montblanch hasta que, a mediados de la primera semana de agosto fue llevado ante un tribunal revolucionario en Tarragona que decretó su condena a muerte que fue ejecutada de inmediato. Murió fusilado y su cadáver fue quemado después para dificultar su identificación.
Narciso Esténaga, obispo de Ciudad Real. La población castellanomanchega vivió una situación peculiar a comienzos de la Guerra Civil. En ella, la numerosa guarnición de la Guardia Civil había pactado con el gobernador civil no sumarse al alzamiento a cambio de que éste frenase los desmanes revolucionarios. Si bien se produjeron fusilamientos y sacas de ciudadanos, al obispo se le respetó durante las primeras semanas. Pero cuando a principios de agosto se trasladó a la Guardia Civil a Madrid para reforzar la defensa de la capital, los milicianos anarquistas y comunistas asaltaron el palacio episcopal obligando a Esténaga a abandonarlo porque había sido incautado para ser la nueva sede del Comité Revolucionario. Se le obligó a trasladarse a la residencia de un vecino, donde permaneció hasta el 22 de agosto. En la madrugada de ese día fueron sacados por la fuerza y trasladados a la localidad de Peralvillo del Monte, donde fueron fusilados y abandonados en una zona próxima al río Guadiana.
Diego Ventaja Milán, obispo de Almería. El 24 de julio un grupo de milicianos irrumpió en la sede episcopal de Almería con la excusa de registrarla. Se incautaron de numerosa documentación que, supuestamente, relacionaba al obispo con “actividades contrarrevolucionarias”, lo que provocó que fuera detenido y encarcelado primero en el barco prisión Astoy Mendi y después en el acorazado Jaime I, donde coincidió con el obispo de Guadix, Manuel Medina. Ambos fueron sacados el 30 de agosto, trasladados al lugar conocido como el barranco de Vícar y fusilados junto a varios religiosos más.
Manuel Medina Olmos, obispo de Guadix. Fue detenido en su residencia tras un registro realizado por milicianos y dirigido por el alcalde de Guadix y su hijo que aprovecharon para incautarse de cuanto objeto de valor hubiera en la casa. Fue más un saqueo que un registro. Tras su detención fue obligado a desfilar entre las turbas congregadas en las calles de la localidad para hacerle pasar por una situación de escarnio. Dos días después, el 29 de julio, fue trasladado a Almería donde pasó por hasta cuatro prisiones diferentes hasta que el 30 de agosto fue sacado junto al obispo de Almería y otros 16 religiosos para ser fusilado en el barranco de Vícar.
Manuel Irurita, obispo de Barcelona. El 21 de julio, mientras que la residencia del obispo era asaltada por una turba dirigida por comunistas y anarquistas, el clérigo se ocultaba en la casa del joyero Antonio Tort cuya casa se había convertido en un piso franco para los religiosos y religiosas perseguidos por los partidarios del Frente Popular durante los primeros días de la Guerra Civil. Allí permaneció hasta el 1 de diciembre de 1936, cuando un grupo de milicianos descubre la protección que daba Tort a los religiosos. Fueron detenidas ocho personas protegidas de la familia de joyeros, además de éstos. El día 3 de diciembre, el obispo fue fusilado en las tapias del cementerio de Moncada. La propaganda republicana extendió durante muchos años la patraña de que Irurita había salvado la vida y había vivido oculto en el Vaticano desde que acabó la Guerra Civil. Esta absurda hipótesis fue desmentida tras los estudios de Jorge López Teulón que tras realizar las pruebas de ADN al cadáver del obispo que se conservaban en España desde su asesinato pudo desmontar el absurdo de la propaganda frentepopulista.
Juan de Dios Ponce y Pozo, obispo de Orihuela. Varios seglares que trabajaban para el obispado de Orihuela convencieron al obispo Ponce de la necesidad de ocultarse en los primeros días de la Guerra Civil. Consiguió ocultarse, cambiando varias veces de casa hasta que fue descubierto a mediados de octubre de 1936. Fue encarcelado y tras pasar varias semanas en la cárcel, donde fue torturado para intentar conseguir que apostatara. Finalmente, la madrugada del 30 de noviembre de 1936 fue trasladado junto a otros nueve sacerdotes de su diócesis al cementerio de Elche, donde fueron fusilados. Los milicianos impidieron que los cuerpos de los 10 religiosos fueran recogidos hasta una semana después del asesinato para que pudieran ser contemplados “para escarmiento de contrarrevolucionarios”.
Anselmo Polanco, obispo de Teruel. Tras la rendición del coronel Domingo Rey d’Harcourt el 8 de enero de 1938, el obispo y el militar fueron hechos prisioneros por las tropas republicanas. El Gobierno descartó la propuesta de que fuera enviado a Francia y puesto allí en libertad, realizada por Indalecio Prieto. Tras varias etapas y el paso por Valencia, el religioso y Rey d’Harcourt fueron internados en el “Depósito para prisioneros” de Barcelona. Allí pasaron la guerra hasta que el 23 de enero de 1939, horas antes de que Barcelona fuera tomada por las tropas de Franco, se les acercó a la frontera con Francia obligándoles a acompañar a los milicianos que huían en desbandada hacia el país vecino. Éstos consideraban que con el militar y el religioso tenían dos buenos rehenes con los que negociar en caso de necesidad. El 7 de febrero de 1939 el comandante comunista Pedro Díaz decidió fusilar al grupo de 40 prisioneros que les acompañaban en su huida. Entre ellos se encontraba el obispo Polanco.
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FUSILAMIENTO OFICIAL DE CRISTO EN CERRO DE LOS ÁNG(LES (Madrid) por milicianso del Frente Popular)
Pero la imagen que dio la vuelta al mundo y se convirtió para la derecha católica y los franquistas en el más vivo ejemplo, o al menos el más ofensivo y brutal de la «crueldad roja», no fue la voladura o los martillazos, sino el fusilamiento fingido de la estatua de Jesús por parte de un grupo de milicianos, que disparan tras la voz de «¡Fuego!». Una decena de hombres armados apunta al corazón de la estatua y hacen fuego.
Había sucedido días antes de los primeros intentos de destruir físicamente el monumento, concretamente el 28 de julio 1936, cuando un pelotón de anarquistas venidos de Madrid y provistos de un equipo cinematográfico realizó la pantomima del fusilamiento del monumento. En total, se filmó una secuencia de 7 segundos, que emitió el noticiario británico British Paramount News el 18 de agosto 1936, aunque durante años se pensó que la película era falsa y fruto de la propaganda fascista. La película, aunque solo fuesen esos seis segundos, se camufló bajo el título de El fantasma de la libertad, la película del director Buñuel, tal y como se encontró hace algunas décadas. Lo que encerraba, el gesto extremo, desafiaba a todo un mundo