9.- Romería a
la Santa Faz
Días
después de cada Semana Santa llega el
misticismo de la Santa Faz que retumba
en mi interior como una voz que me llamara al recogimiento y a la peregrinación
más devota e ineludible. En este día me
veo forzado a bordar la calzada con mis pasos de vía crucis religioso desde el
Ayuntamiento hasta el Monasterio acompañando la comitiva oficial con mi caña y
pasos silenciosos, mientras pienso en ese rostro divino en el paño de la
Verónica, y por un momento eludo los pensamientos mundanos y materiales, pido
paz, por los enfermos y las víctimas de cualquier guerra, legal o ilegal.
Camino solo entre la multitud, empujado por la fe que es solitaria e interior.
Es una romería donde acuden todas las autoridades municipales e incluso el Presidente de la Generalitat
Valenciana de turno.
Tras
ocho kilómetros de alfombra asfaltada y cerrada al tráfico nos acercamos al
Monasterio dirección a San Juan que fue construido en 1766 de estilo
renacentista y fachada barroca, se lo dejaron
a cargo de las religiosas Clarisas de clausura. Sobre la pila bautismal
una placa de mármol da testimonio de que por allí rindieron visitas todos los
reyes de España.
En el
solemne y eclesiástico interior trepan exvotos en ofrendas de mandas o favores
recibidos. Detrás del ábside, una rica capilla, en la que se guarda con tres
llaves la sagrada reliquia (un lienzo en el que la Verónica enjugó el rostro
Cristo camino del Calvario). Cuenta la historia que la reliquia fue traída
desde Roma en el siglo XV. No podemos olvidar los estudios sobre la Santa Faz
del doctor en Historia y cronista de
Alicante Enrique Cutillas Bernal.
Tres
llaves guardan la custodia en la basílica de Santa Faz. Cuando abierta la
puerta, el obispo nos enseña a los feligreses la tan solemne y alabada
reliquia, y el romero florece en nuestros báculos de caña, hemos conseguido el
jubileo. Nuestros muchos pecados anuales han sido perdonados, nos sentimos
lleno de una extraña energía espiritual que nos servirá para celebrar un ágape
entre amigos y familiares. Por un día
los coches han cedido su fuerza avasalladora y han sido domesticados por el
poder extraño de un día de romería reconfortante y religiosa para el cuerpo y
el espíritu que nos hace olvidar el belicismo en que vivimos y el bombardeo de
un estado permanente de propaganda política en la televisión.
Pero si
fuéramos verdaderos devotos, cualquier domingo nos debería valer para hacer una
visita a la reliquia y pedir perdón por nuestros muchos errores morales y
éticos, y sentirnos verdaderamente aliviados de nuestro dolor de hierros y
bridas entre los que vivimos aherrojados o apresados por hierros.
Ramón Fernández Palmeral