Putin, el hombre que se negó a cambiar de siglo
Para el presidente ruso, Ucrania y Rusia son la misma idea, el mismo pueblo y el mismo destino.
El de la invasión y conquista de Ucrania, el embrión histórico de Rusia, la joya de la corona para Moscú, es el corolario previsible –aunque la realidad ha superado muchas de las predicciones- de más de dos décadas de putinismo. El presidente ruso Vladímir Putin (San Petersburgo, 1952) tuvo siempre una idea sobre todas las demás: recuperar, a cualquier precio, la grandeza rusa, autoestima golpeada tras la crisis existencial que supuso la desintegración territorial del Imperio ruso, del que la Unión Soviética fue su heredera. Rusia, eso sí, como idea, tomada en forma abstracta, no la suma de los destinos de sus 164 millones de almas -a menudo golpeadas por la pobreza, la inestabilidad, la falta de libertad, la desigualdad- es la obsesión de este ex agente del KGB. “La caída de la URSS es la mayor tragedia geopolítica del siglo XX”, afirmó el presidente Putin. Lo había advertido varias veces.
Elegido a dedo por el presidente Boris Yeltsin como primer ministro y delfín en 1999, en el haber de Vladímir Putin está haber logrado para Rusia seguridad y estabilidad política, aunque fuera a costa de enterrar las ideas de pluralismo y la democracia que parecían alborear en 1991. Además, el crecimiento de la economía –cuyo tamaño, con todo, es apenas algo mayor que la española- y la renta de millones de familias rusas ha sido sostenido desde su llegada al poder. Heredó un país en horas bajas y ha logrado que Rusia sea respetada en la mayoría de foros internacionales. Respetado y temido a partes iguales, nos equivocaríamos si creyéramos que la visión del mundo de Putin no es compartida por una parte importante de la población rusa.
Las formas y los métodos de Putin no se entienden sin su pasado como agente de los poderosos servicios de inteligencia del KGB, en el que permaneció quince años, seis de ellos destinado a la antigua República Democrática Alemana. Su carrera política comenzó en 1994, cuando su mentor Anatoly Sobchak premió su eficacia al nombrarlo vicealcalde de su natal San Petersburgo (ciudad en la que cursó estudios de Derecho). En 1998, el entonces presidente Boris Yeltsin lo designó director del Servicio de Seguridad Federal, heredero del
KGB. Fue el paso previo a su designación como primer ministro un año más tarde. Una carrera meteórica.
Su vida personal es un enigma. Un misterio celosamente guardado. Sabemos que estuvo casado con Liudmila Shekrebneva entre 1983 y 2014, con la que tuvo dos hijas, María y Katerina. Sobre sus gustos literarios sabemos que es un gran lector de biografías de grandes personalidades de la historia, con las rusas a la cabeza, y que le gusta el deporte –sobre todo el hockey- y la naturaleza.
A menudo se especula sobre el componente comunista de la instalación en el mundo del Putin. Sin duda la amalgama ideológica putinista toma elementos soviéticos, que se completa con el componente conservador y religioso –la Iglesia ortodoxa rusa es un puntal fundamental de su régimen- y un capitalismo clientelista o amiguista que vio emerger a los oligarcas. Pero no nos confundamos: cualquier apoyo, de los oligarcas o de la Iglesia, es circunstancial: la única idea permanente en Putin es devolver a Rusia al estatus de hiperpotencia mundial. A cualquier coste.
Tras agotar dos mandatos como presidente (1999-2008) y obligado por la ley –que impedía un tercer mandato presidencial consecutivo-, Putin siguió comandando la nave rusa como primer ministro entre 2008 y 2012, cuatro años en los que la Federación Rusa fue presidida por su colaborador y amigo Dimitri Medvédev (hoy vicepresidente del Consejo de Seguridad). Una vez transcurrido el paréntesis, Putin volvió a imponerse en las elecciones presidenciales de 2012 con una amplia mayoría.
En 2018 el presidente ruso aplastaría a sus rivales al obtener más del 77% de los votos. Una reforma constitucional ampliamente respaldada por la población le permitirá, una vez concluya en 2024 el actual mandato, volver a presentarse dos veces más al borrar su contador presidencial. Si la salud –y el nuevo e imprevisible escenario que se abre- le respeta, Putin podría permanecer en el Kremlin hasta 2036, año en que cumpliría 84 años.
Desde el Kremlin, Putin ha visto pasar, por ejemplo, a cinco presidentes estadounidenses –Clinton, Bush, Obama, Trump y Biden-, cinco primeros ministros británicos –Blair, Brown, Cameron, May y Johnson- y a cuatro presidentes franceses –Chirac, Sarkozy, Hollande y Macron. Es el más veterano de todos los grandes líderes mundiales. Austero, frugal y deportista, desde el Kremlin y medios afines se viene proyectando desde hace muchos años la imagen de un padre de la patria firme, rocoso y siempre al mando.
Para el presidente ruso, Ucrania y Rusia son la misma idea, el mismo pueblo, el mismo destino, algo que comparten muchos rusos y no pocos ucranianos, mezcladas sus sangres como están desde hace siglos. “Ucrania nunca tuvo una auténtica tradición estatal”, afirmaba recientemente el presidente ruso. La historia, en cambio, los ha ido separando. Ucrania es un país dividido, y ahí ha estado Putin para agudizar la contradicción y la diferencia. Como ha venido haciendo también con Europa, a cuya estabilidad acaba de asestar un duro golpe. Pero será difícil que después de esta guerra Putin haya sido capaz de ganarse, más allá de sus fieles en los territorios de Donetsk, el Donbás o Crimea, además de otras zonas del este rusófono, algún alma ucraniana. Con independencia de lo que pueda pasar con Ucrania, Rusia y la región, también con su carrera política, el presidente ruso, el hombre que vive instalado en otro tiempo, ha logrado ya con creces 72 horas algo inopinado: unir a la comunidad internacional en su desprecio y condena.
..................
Margarita Robles no descarta “consecuencias penales” para Putin
La ministra de Defensa, Margarita Robles, asegura que el presidente ruso, Vladímir Putin, no debe quedar “impune” porque la invasión de Ucrania “es un acto de guerra absolutamente inaceptable” en el que está habiendo “asesinatos” y considera que “existe” la posibilidad de consecuencias penales. “Jurídicamente no me atrevería a darle una calificación en estos momentos, porque la invasión no ha terminado, pero es un acto de guerra absolutamente inaceptable que sin ninguna duda debe tener consecuencias jurídicas”, explica la ministra en una entrevista en El País.
Para Robles, la invasión rusa supone una vulneración del derecho internacional y un ataque a la integridad territorial y soberanía de Ucrania, donde “se está bombardeando a población inocente”, por lo que afirma que las sanciones a Putin no pueden limitarse a las económicas. “Espero que sean más categóricas si no se produce una retirada, pero es verdad que se están produciendo asesinatos”, subraya la titular de Defensa, que añade que cuando hay una violación del ordenamiento jurídico, “la posibilidad de consecuencias penales existe”.
..................
Putin acabara detenido por un comando, humillado y encadenado para cumplir condena de cadena perpetua en una prision en una isla como Napoleón.