“Hay enfermeras que vomitan o lloran antes de entrar a trabajar”
Los sanitarios vuelven a estar en primera línea contra la Covid, pero ellos tampoco son los mismos que hace un año y medio
Octubre fue un mes trampa. Después de quince meses de guerra, de pronto parecía que la Covid-19, esta vez sí, iniciaba un repliegue que podía terminar en la rendición definitiva. Los sanitarios de nuestro país comenzaron a acariciar la idea de que podían retomar su vida personal fuera del hospital. Esa normalidad que el resto de mortales habíamos recuperado hacía tiempo. Falsa alarma. La variante ómicron acabó con sus esperanzas y los colocó, de nuevo, en primera línea de batalla por sexta vez consecutiva. Pero ya no son los mismos.
Desde Huesca, donde lleva más de 30 años ejerciendo de enfermera, Carmen Tosat se lamenta de lo que están viviendo: «Tengo compañeras, grandes profesionales de los pies a la cabeza, que me dicen que son incapaces de levantarse para ir a trabajar. Tienen ansiedad, depresión... es un cúmulo de muchas cosas. El cuerpo de pronto no puede más y peta. Lo hemos dado todo un turno detrás de otro y otro y otro... Algunas me cuentan que vomitan o son presas del llanto antes de ir a trabajar».
Tosat también es presidenta del Colegio de Enfermeras de Huesca y da clase en la Escuela de Enfermería. Asegura que allí viven «la séptima, no la sexta ola», una nueva embestida del coronavirus que ha pillado a los hospitales y centros de salud bajo mínimos entre las bajas por Covid, las bajas psicológicas por extenuación y el final de los contratos de refuerzo que, en su opinión, «nunca deberían haberse acabado».
Esta veterana enfermera no se queja del trabajo duro, algo que se da por hecho en una situación de pandemia, sino de las condiciones laborales en las que se realiza: «La vocación la tenemos intacta, que quede claro. El otro día escuché que cerca del 50% de las enfermeras se plantea dejar la profesión y yo en mi entorno no conozco a nadie dispuesto a hacerlo». A pesar de los pesares.
Desde que comenzara la pandemia en marzo de 2020, en España se han contagiado un total de 156.291 sanitarios. El número de médicos fallecidos ronda los 130 y el de enfermeros solo alcanza la docena, en teoría porque se trata de un colectivo más acostumbrado a la «cultura de la prevención». Según los datos ofrecidos por el Ministerio de Sanidad, muchas de esas infecciones se produjeron en el trabajo, pero también en el domicilio y en una proporción aún mayor. Desde que los sistemas de protección comenzaran a llegar a los hospitales una vez superado el primer trimestre de pandemia, lo cierto es que los profesionales de la salud afirman sentirse seguros en el ejercicio de la Medicina.
Una explicación del alto número de casos en este sector de la población también en esta última ola podría tener que ver con la relajación de las medidas. Eduardo Raboso es uno de esos profesionales contagiados pese a contar con las tres vacunas desde hace dos semanas. Todo el que ha querido inmunizarse por partida triple en el sector de la Salud ya lo ha hecho. «Está claro que está entrando la nueva cepa y es tremendamente contagiosa. Hemos bajado la guardia un poco también, es que además de médicos somos personas. Y ómicron desactiva prácticamente la efectividad de la vacuna por todas las mutaciones que tiene», asegura este médico en activo que también es portavoz popular de Sanidad en el Senado y diputado en la Asamblea de Madrid. Según él, «al saber que cuentas con las tres vacunas también es posible que te relajes más».
Lo cierto es que los últimos brotes conocidos entre profesionales de la Sanidad pública se han originado en eventos sociales, no en los pasillos de un hospital. Ese fue el caso de una veintena de médicos malagueños y 17 del Zendal, contagiados en sendas comidas de Navidad, o los cerca de 30 del Severo Ochoa infectados en una casa rural. Eso que dice Raboso de que «los médicos son personas» parecen olvidarlo los que han aprovechado esos brotes para rasgarse las vestiduras, como si los sanitarios (que, por otra parte, no incumplían ley alguna) estuvieran obligados a unos estándares más elevados que nosotros, los civiles.
Esta metamorfosis de héroes jaleados a las ocho en villanos de la ómicron se ve claramente en el aumento de agresiones en hospitales y servicios de urgencias registradas este año. Solo en Castilla y León, los actos violentos contra los sanitarios han aumentado en los primeros nueve meses del año un 35%, según un dato dado a conocer esta semana.
El presidente de la Confederación Estatal de Sindicatos de Médicos (CESM), Tomás Toranzo, cree que el hecho de que los sanitarios resulten más contagiados tiene que ver, directamente, con que están más expuestos que el resto de la sociedad. Se queja, sobre todo, del entorno hostil en el que desempeñan su labor los residentes, que se ven obligados a descansar en espacios muy reducidos, cubículos de apenas dos metros cuadrados para cinco MIR y en los que comparten «camas calientes».
«Si no hay sitio, pues tendrán que habilitarlo. Ahí la Administración tiene que actuar con responsabilidad porque puede ser hasta un delito», explica en conversación telefónica. No cree que sea de recibo que el personal sanitario se vea obligado a vivir así, «hay una situación de sobrecarga y saturación que influye en las medidas de precaución anticovid porque cuantas más horas tengas que trabajar seguidas, más puedes bajar la guardia». Toranzo sí cree que la tensión de lidiar con el coronavirus ha provocado que muchos médicos crean que este es el momento ideal para retirarse: «La sobrecarga emocional ha hecho que gente que no estaba pensando en jubilarse ni de lejos, tome la decisión. La pandemia ha puesto en evidencia las carencias de nuestro sistema sanitario, un gigante con pies de barro».
Uno de los puntos de fricción de la profesión con el Gobierno durante este año y medio ha sido la reivindicación de los contagios como enfermedad laboral. La aspiración del CESM solo ha sido satisfecha a medias; de enfermedad común, la Covid-19 ha pasado a ser calificada accidente de trabajo y luego enfermedad profesional pero con limitaciones. «Ha sido, en realidad, como un quiero y no puedo. Se han dado las prestaciones en algunas ocasiones y en otras, no», apunta el presidente de este sindicato unificado.
El día a día de los sanitarios que se fajan contra el coronavirus en su sexta ofensiva está muy lejos de lo que se habla en los despachos. Reyes, ginecóloga en un centro del sur de la Comunidad de Madrid, asegura que vuelven a estar amargados. «El problema es que esto nos pilla cansadísimos, estamos agotados anímicamente. Lo que no se da cuenta la gente es que los que estamos aquí dentro también tenemos vida ahí fuera, una familia. Las Navidades pasadas no las celebramos y este año, con la incidencia que estamos observando y la falta de restricciones, lo vemos muy negro otra vez. Es que esto tiene repercusiones en nuestra vida».
El «cabreo» de hace unos meses con el comportamiento irresponsable de ciertos sectores de la población ha dejado paso a una sensación como de hastío, de resignación: «Mira, ahora mismo tengo a una mujer en el paritorio que no está vacunada. Dice que es que le daba miedo. Andamos todos en el psicólogo, muchos medicados y con el culo apretado a ver la que nos espera».