El Gasco, el ambicioso sueño de Madrid en el siglo XVIII: Llegar por canales hasta Sevilla
La Comunidad de Madrid declara Bien de Interés Cultural una gran obra de ingeniería que buscaba alcanzar el mar navegando el Guadarrama, Manzanares, Tajo y Guadalquivir
La capital tiene una especial relación con el mar. Lejos y a la vez, en el ánimo, el deseo de estar cerca. De llegar a ella. La Comunidad de Madrid ha sido sensible a esa voluntad nunca alcanzada, romántica, y ha querido recordar a todos aquellos que trabajaron y se empeñaron en este objetivo. De ahí que el Gobierno regional declarase Bien de Interés Cultural, en la categoría de Paisaje Cultural, un conjunto muy especial.
La presa de El Gasco es una de las mayores obras inacabadas de las infraestructuras españolas. Y tiene historia. A finales del siglo XVIII, sobre el río Guadarrama, se intentó la “locura” de conectar Madrid con el mar. Sus ruinas se encuentran en la confluencia de los términos municipales de Torrelodones, Galapagar y Las Rozas.
Fue diseñada por el Ingeniero militar español, de origen francés Carlos Lemaur, promovida y financiada por el Banco de San Carlos, con cargo a la Hacienda Real de Carlos III. Una obra ligada a las obras del canal del Guadarrama, que tampoco llegó a concluirse, y que hubiese sido su embalse regulador. Mediante este proyecto, se pretendía realizar un canal navegable de 667 km, que, salvando un desnivel de 700 m, hubiese unido fluvialmente Madrid y la Meseta Sur con el Océano Atlántico. Ahí es nada: se buscaba conectar el Guadarrama, el Manzanares (a la altura del Puente de Toledo), el Tajo (a su paso por Aranjuez) y el Guadalquivir, por Sevilla. Casi nada.
Aunque sólo se llevaron a cabo los primeros 27 km del canal y dos tercios de la primera presa reguladora, la presa del Gasco en el río Guadarrama, el trazado del canal estaba replanteado en su totalidad, con una precisión asombrosa en su trazado topográfico, desde el punto de vista de los modernos aparatos de topografía. La longitud del canal serían, en concreto, 771 km y salvaría un desnivel total de 700 m, por medio de esclusas.
La construcción fue dirigida por el propio Carlos Lemaur y tras su suicidio, por sus cuatro hijos. Un esfuerzo hercúleo y desgraciado a partes iguales. Tras una tormenta se abandonó la construcción de la presa por un derrumbe en el paramento de aguas abajo, y por tanto también se paralizaron las obras del canal en 1799. Aunque se intentó retomar la construcción de un canal de abastecimiento a Madrid en el siglo XIX, para aprovechar la infraestructura ya construida, las obras nunca se llevaron a cabo.
Se utilizó como mano de obra a soldados, que con el paso del tiempo fueron reemplazados por prisioneros condenados a trabajos forzados, como medida de abaratamiento de costes. Al tiempo, muchos de ellos enfermaron de paludismo, por lo que el retraso en las obras fue consecuencia clara.
El proyecto, en concreto, finalizó en mayo de 1799, cuando, en opinión de los hijos de Lemaur, unas fortísimas lluvias, hincharon el relleno arcilloso de los casetones de fábrica que constituían el entramado sólido de la presa y propiciaron su derrumbe cuando alcanzaba unos 50 metros de altura.
Por iniciativa real, Juan de Villanueva fue designado para realizar un reconocimiento de la presa y el canal. Por parte del ministerio de la Guerra se encargó al ingeniero Fernando Gaver la misma misión. Tras estos informes, la Corona determinó la suspensión definitiva de las obras.
La presa de El Gasco fue diseñada en su momento como la más alta del mundo, con 93 m. De la presa solo se conserva un lienzo de 53 m de altura y 251 de longitud. La anchura oscila entre los 72 m de la base y los cuatro de la parte superior.
Ahora, aquel sueño de navegación ha tenido su justo reconocimiento. La empresa, ambiciosa sin duda, no pudo ser, pero la distinción del Gobierno regional rinde homenaje, de alguna manera, a todos aquellos que pusieron su esfuerzo y su alma en un sueño de progreso.