La huella española de Sean Connery: de la mítica Malibú a una empresa
El actor escocés fue propietario de una finca de estilo andaluz a la orilla del Mediterráneo. Edgar Neville y Conchita Montes vivieron allí antes que él. La venta de la casa generó el caso Goldfinger
"Málaga es el mar, la claridad y el sol. El tiempo apenas corre. A lo largo de las aceras toda clase de colmados y de cafés han sacado sus mesitas para que la gente pueda sentarse en ellas a ver pasar el tiempo, mientras toma su helado o sus cañitas o su cerveza, porque en Málaga es donde se toma más cerveza de toda Andalucía". Edgar Neville, conde de Berlanga de Duero, diplomático, escritor, cineasta y dramaturgo, dejó escritas estas líneas sobre la ciudad andaluza, que tan bien conocía. Tras abandonar a su mujer por la actriz Conchita Montes, el autor estrenó en Marbella una casa en los años 50 a la que llamó Malibú para recordar sus años hollywoodienses.
Marbella empezaba a soñar entonces con convertirse en un fenómeno turístico. En los años 30, Norberto Goizueta Díaz supo ver en unos terrenos agrícolas situados al oeste de San Pedro de Alcántara la futura urbanización Guadalmina, hoy tantas veces protagonista de la prensa de sociedad. En el año 1933, Goizueta adquirió a la Compañía General Azucarera de España 300 hectáreas, y planteó un tipo de vivienda "según la estética colonial californiana, con un cortijo y otras construcciones complementarias de la labor agroindustrial que desarrolló hasta los años 50", como se explica en la historia de Guadalmina.
Diez años después, Goizueta animó a Ricardo Soriano, tío de Alfonso de Hohenlohe, a adquirir El Rodeo: "Quince hectáreas junto al mar, en donde el metro cuadrado costó tres reales. Soriano impuso un estilo de hacienda californiana, a base de cal, tejas y vegetación", explica el diario 'Sur'. Es aquí, en El Rodeo, donde Neville y Montes instalaron su paraíso particular, su Malibú, por donde pasaron los mejores intelectuales y artistas de la época, como Picasso o Jean Cocteau. Una casa que saltaría a la fama mucho tiempo después por otro de sus ilustres dueños: Sean Connery.
La llegada de estrellas como Connery y su mujer y la de los jeques y aristócratas se produjo en la segunda edad de oro de Marbella. Los Hohenlohe habían fundado el mítico Marbella Club y atraían a la mejor sociedad del mundo. El actor se instalaba por temporadas en el Incosol y en el Club, pero terminó comprándose la casa que había pertenecido al dramaturgo Neville. Según la prensa local, la estrella acudía de vez en cuando a las fiestas del Marbella Club o salía a cenar al restaurante Santiago, "sin embargo, lo más habitual era encontrarlo en los campos de golf Las Brisas, Aloha y Los Naranjos".
Hoy, donde estaba aquella finca de estilo andaluz a los pies del Mediterráneo se encuentran más de 70 viviendas repartidas en nueve bloques de varias alturas. Es el resultado del nuevo Plan de Ordenación Urbana que planteó el GIL, el nuevo Malibú. Algunas crónicas dicen que la explosión urbanística fue lo que espantó a Connery y a su esposa, y los llevó a cambiar Marbella por Bahamas veinte años después. Otras dan cuenta del enfado del actor escocés cuando Jesús Gil hizo uso de unas imágenes de él jugando al golf en un vídeo promocional sin permiso. Juan Antonio Roca, exasesor de Urbanismo de Marbella, citó en sede judicial las palabras exactas del actor escocés respecto a los pisos que se habían construido junto a su propiedad: "No voy a permitir que esos señores me vean en calzoncillos por el jardín".
Sea como fuere, los Connery se marcharon, aunque el murmullo de su despedida no se apagó hasta que se cerró el caso Goldfinger. A grandes rasgos, se investigó si el matrimonio se había beneficiado de alguna manera de la recalificación de terrenos que permitió esa expansión urbanística, algo de lo que fueron exonerados.
Cerraron las puertas de su casa y su empresa española, Malibú SA. La entidad fue constituida en octubre de 1973, y su objeto social era "la venta de otros vehículos de motor". En su último balance conocido, de 1999, declaraba un activo de 899.000 euros y unas pérdidas de casi cien mil euros. La empresa no se liquidó hasta el año 2006, cuando el recuerdo de los Connery llevaba ya un lustro diluyéndose en aquel rincón privilegiado de El Rodeo, entre Puerto Banús y San Pedro.