Altos hornos de Bilbao, 1932
Ramón Palmeral
No todo en las repúblicas son parabienes. España camina por un peligroso e incierto camino
hacia una III Republica por olvidar el pasado, que puede acabar muy mal por el parón de la
economía de mercado. Sin embargo, hemos de recordar lo que sucedió con la metalurgia de acero
en el País Vasco en 1932 al 36. Lo sabemos por los trabajos de Gabriel Jackson (1921-2019)
autoridad mundial en el conocimiento de la II República Española y en la Guerra Civil,
hispanista estadounidense, que escribe páginas 96 a 97 de su libro
La República española y la Guerra Civil, en Biblioteca Historia de España, Madrid, 2005,
escribe lo siguiente:
«Durante toda la época republicana, la industria vasca del acero sufrió una grave crisis, en parte debida a las condiciones mundiales y en parte a la política del Gobierno. La industria se había expansionado y gozado de buenos precios y tarifas protectoras durante la década de los 20. Los armamentos para la guerra de Marruecos habían sido durante largo tiempo una buena fuente de ingresos, y cuando la guerra se acabó, Primo de Rivera comenzó la modernización y extensión de la red ferroviaria [para lo que se necesitaba acero], que continuó ofreciendo un gran mercado para el acero vasco. La República, sin embargo, no siguió la política ferroviaria del dictador [Primo de Rivera]. En gran parte por consejo de Indalecio Prieto, el Gobierno [de la II República] se decidió por continuar la construcción de carreteras, haciendo así que la construcción de ferrocarriles quedara virtualmente suspendida. El cambio estaba motivado especialmente por la convicción de Prieto de que en el futuro los camiones proporcionarían un transporte más eficaz y económico; pero esta nueva tendencia tuvo también grandes implicaciones políticas. Muchos industriales vascos se inclinaban por la República por la promesa de ésta de conceder estatutos de autonomía.
»Prieto, aunque nacido en Oviedo, había vivido casi toda su vida en Bilbao, donde era propietario del influyente diario El Liberal, y contaba con la cooperación de la clase media catalana y vasca para desarrollar la economía de la España republicana. No hace falta decir que los industriales vascos echaron la culpa a la República por la crisis de la industria metalúrgica, cuando fueron cortados drásticamente los pedidos de equipo para los ferrocarriles. Sus esperanzas de obtener el Estatuto los mantenía en el campo republicano, pero sin gran entusiasmo.
»La República tuvo también dificultades con los ferroviarios, tradicionalmente organizados por la UGT, pero influidos ahora por la CNT [desempeñó un papel fundamental en la consolidación del anarquismo en España en el primer tercio del siglo XX]. Con el advenimiento de la República, esperaron grandes aumentos de salarios además de la jornada de ocho horas, y en el verano de 1931 estaban preparados para ir a la huelga. Prieto, como ministro de Hacienda del Gobierno provisional, arriesgó su prestigio entre los trabajadores oponiéndose a las subidas de salarios. Haciendo números les demostró que los ferrocarriles habían estado funcionando con déficit desde hacía años, que la jornada de ocho horas aumentaría los costos, y que sería imposible financiar simultáneamente un aumento general de salarios aunque el Gobierno autorizara el aumento de las tarifas ferroviarias, una decisión que afectaría a los usuarios. Los ferroviarios se conformaron con la jornada de ocho horas y varias mejoras de sus condiciones de trabajo, pero desde entonces empezaron a creer que Prieto se había vendido a los capitalistas».
Es decir, que una política errónea como la del carbón de Asturias y la importaciones de trigo por malas previsiones, al mala gestión agraria del cítrico valenciano, y la caída del acero vasco, Casas Viejas (Cádiz), es el nombre con el que han pasado a la historia los episodios que tuvieron lugar entre el 10 al 12 de enero de 1933 que constituyen uno de los hechos más trágicos de la II República gobernando Azaña. "Acusado de complicidad en una represión desmedida con una orden de Azaña a los guardias: ni heridos, ni prisioneros, tiros a la barriga. Acabó en huelgas y en unas elecciones generales que ganó la CEDA [Confederación Española de Derechas Autónomas] en octubre del 34, de inmediata revolución de Asturias, auspiciada por los socialistas entre ellos Largo Caballero. Gana el Frente Popular de izquierda en febrero del 36 y liego guerra civil en julio. Estos son los años felices de la II República. No quiero una III ni soñando.
Publicado en AZperiodistas.com