"Arderéis como en el 36": la verdad sobre la quema de iglesias en la II República
La ola de anticlericalismo estalló realmente en 1931, cinco años antes de la victoria del Frente Popular y lo que ardieron fueron conventos y otros edificios
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Tres años antes de la victoria en las urnas del Frente Popular en febrero de 1936, la campaña electoral de 1933, que acabaría con la victoria del bloque de derechas, comenzó con amenazas y vaticinios catastrofistas de revolución, enfrentamientos y guerra civil. El líder de la CEDA, José María Gil Robles, lanzó proclamas antidemocráticas y Francisco Largo Caballero, del PSOE, fue aún más lejos invitando directamente a sus simpatizantes a salirse de la ley al tiempo que auguraba una confrontación inevitable. Lamentablemente, los peores presagios se acabaron superando. La tónica durante la Segunda República desde su comienzo, fue precisamente la crispación en las citas electorales, una dinámica de confrontación y reacción entre izquierda y derecha que las recientes declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, del Partido Popular y su socio de gobierno, Ignacio Aguado, de Ciudadanos, parecen reabrir.
Si existe alguna semejanza remota entre los comicios de la Segunda Republica y la actual precampaña sería precisamente esa: la alusión a la posible violencia, la victimización y la tensión en torno a la calle. “¿Quemaréis iglesias como en el 36?" preguntó esta semana Ayuso a la oposición mientras que Aguado aseguraba que el gobierno de la comunidad “impediría que en 2019 se quemen iglesias como ocurrió en el 36”. Antes, la agresiva revisión de los lamentables acontecimientos de la Segunda República los había desatado Rita Maestre, ahora en las filas de Más Madrid, quien protagonizó en 2011 un altercado en la universidad Complutense al irrumpir junto a otros estudiantes con gritos de “Arderéis como en el 36”.
Lo cierto es que la ola de anticlericalismo estalló realmente en 1931, cinco años antes de la victoria del Frente Popular y lo que ardieron fueron conventos y otros edificios, no los miembros de la iglesia, contra quienes no hubo violencia directa entonces. De hecho, los muertos acabaron cayendo mayoritariamente entre las filas de los asaltantes, no los religiosos y a manos de las fuerzas de orden público y no de los militantes de organizaciones rivales de derechas, tal y como apunta el profesor Eduardo González Calleja (‘Cifras cruentas', Comares).
Azaña: "En Alicante han quemado alguna iglesia. Esto me fastidia (...) el Gobierno republicano nace como en el 31, con chamusquinas"
Lo remarcaría el recién nombrado presidente del gobierno, Manuel Azaña, el 20 de febrero de 1936 cuando se desataron nuevamente altercados: “En Alicante han quemado alguna iglesia. Esto me fastidia. La irritación de las gentes va a desfogarse en iglesias y conventos y resulta que el Gobierno republicano nace como en el 31, con chamusquinas. El resultado es deplorable. Parecen pagados por nuestros enemigos”.
Un día antes el mismo Azaña había anotado: “La puerta del Sol, mientras estábamos en el despacho del ministro ha ido llenándose de gente. No cabía una persona más, gritaban, aplaudían. Algunos novatos estaban muy impresionados, pero yo recordaba la noche del 14 de abril del 31 y la de mayo que precedió a la quema de conventos y todo eso me parecía una verbena” (Manuel Azaña, 'Diarios Completos’, Crítica).
La 'chamusquina'
La “chamusquina” arrasó Madrid durante dos días, el 11 y el 12 de mayo, menos de un mes después del ambiente festivo en las calles y el regocijo por el auto exilio del rey Alfonso XIII que acabó con la proclamación de la Segunda República. Aunque las versiones difieren y el detonante sigue siendo confuso, la algarada que tomó las calles de Madrid tuvo su preludio en un acto de Círculo Monárquico Independiente en que se gritaron vivas al rey y que caldeó el ambiente entre simpatizantes de izquierdas y monárquicos.
La tensión llegó al punto de que una muchedumbre convocada por los sindicatos acabó en la sede del diario ABC, ya que el acto había sido organizado por su fundador Luca de Tena. La actuación de la Guardia Civil y los diferentes altercados que siguieron arrojaron un balance de cuatro muertos, todos ellos manifestantes, lo que sirvió de justificación para que al día siguiente se coordinase una acción contra la iglesia. El historiador Stanley G. Payne lo resume de este modo: “El clima de anticlericalismo radical venía acentuándose desde hacía más de una generación. Sus apologistas habían dicho siempre que esto fue una consecuencia inevitable del ‘poder de la Iglesia’ en España” -'El camino al 18 de julio' (Espasa)-.
El resultado fue demoledor. Aunque no hubo víctimas ni heridos de religiosos, entre conventos y diferentes edificios ardieron cerca de 200 durante dos días y se destrozaron y asaltaron las propiedades de la Iglesia. Se extendió a otros puntos de España y la contra reacción provocó muertos y heridos encendiendo una llama de odio y revancha que ya no se apagaría. En Alicante se asaltaron varios establecimientos religiosos el día 11, además de los locales del diario católico La Voz de Levante. Cuando la multitud intentó asaltar la Casa de los Salesianos, la Guardia Civil a caballo hizo fuego, hiriendo a Luis Maciá López de 17 años que murió después. En Córdoba, al día siguiente ocurrió más de lo mismo: un grupo izquierdista se encontraba frente al convento cordobés de San Cayetano cuando la Guardia Civil disparó sobre la muchedumbre, matando a un individuo que intentaba escalar la fachada.
Aunque no hubo víctimas ni heridos de religiosos, entre conventos y diferentes edificios ardieron cerca de 200 durante dos días
La reacción: un grupo de obreros comunistas asaltó una armería y se produjo otro tiroteo con la Guardia Civil en la que murieron cuatro personas. La ola de crispación se cobró más víctimas: la noticia de que unos desconocidos habían incendiado el convento de jesuitas de Santafé y habían huido hacia Atarfe, en Granada, movilizó a los católicos que por error atacaron el coche de un ingeniero de minas que viajaba con su familia. Para defenderse disparó y atropelló a varios vecinos y al final murió su propia hija, el chófer de su automóvil y tres vecinos, mientras que él y su esposa quedaron gravemente heridos, -'Eduardo González Calleja, 'Cifras Cruentas' (Comares Historia)-
Impensables hoy
La muestra indica el nivel de violencia, el acceso a las armas de fuego y la gravedad de los incidentes durante los años 30, impensables ahora cuando ni siquiera durante los disturbios provocados durante la insurrección del 1-O en Cataluña hubo que lamentar ninguna víctima. Con todo, los altercados y enfrentamientos provocados por el anticlericalismo, aunque fueron numerosos, no resultaron en ningún caso tan preocupantes como otros actos de violencia política en el periodo, fundatalmente atentados.
Incluso ya en 1936, cuando se habían producido multitud de incidentes de quemas de conventos y otros delitos contra la propiedad de la Iglesia, siguió sin haber muertos, tal y como reconocen los historiadores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa en ‘1936: Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular’: “Es cierto que los incendios o asaltos de edificios religiosos rara vez estuvieron ligados a agresiones directas al clero pero sí hubo algún caso; en La Coruña, por ejemplo, un sacristán fue maltratado sin que la Guardia de Asalto lo evitara”.
Solo durante la revolución de 1934 se produjeron los primeros asesinatos de religiosos, 27 en total según Calleja, que sin embargo resultó un porcentaje muy pequeño dentro del total de víctimas que se cobró la revolución, los enfrentamientos con las fuerzas del orden y la consiguiente represión del ejército que ascendió a más de 1.200. El mayor efecto negativo desde el punto de vista institucional de la violencia anticlerical fue la permisividad con la que el gobierno republicano de izquierdas actuó durante los sucesos de mayo de 1931. Se acusó al ministro de gobernación, Miguel Maura, de no haber hecho prácticamente nada por sofocar la revuelta, acusación que pesaría sobre los gobiernos de izquierdas durante toda la Segunda República. Tanto Payne como Álvarez Tardío y Villa, lo achacan la permisividad del gobierno republicano de izquierdas. El equivalente al ministro de interior de entonces, hijo del conservador Antonio Maura, dimitiría poco después y se defendería en sus memorias acusando de la laxitud, entre otros, al propio Azaña.
El mayor efecto negativo desde el punto de vista institucional de la violencia anticlerical fue la permisividad del gobierno de izquierdas
En cualquier caso, tal y como lo explica el profesor Calleja, la violencia política hasta el golpe de Estado de 1936 estuvo marcada principalmente por la conflictividad laboral en el campo, las manifestaciones e insurrecciones de la izquierda y la consiguiente represión de las fuerzas gubernamentales, especialmente durante el bienio derechista, marcado, por otra parte, por la grave revolución de 1934. Según sus cifras el mayor número de muertos se habría sido producido entre los izquierdistas. Se debe en concreto, a tres acontecimientos clave: la 'semana roja' de Sevilla, el ciclo insurrecional anarquista de 1933 y la revolución de octubre de 1934. Un dato revelador es que el años con menos enfrentamientos y muertes durante toda la Segunda República fuera 1935, durante el bienio derechista.
La violencia de carácter anticlerical fue en este aspecto residual, aunque supusiera graves alteraciones del orden público, añadiendo tensión a los atentados y a las represalias entre los bandos más extremistas de la izquierda y la derecha, esto último especialmente cruento en 1936. Todo cambió tras el golpe de Estado de los militares rebeldes del 18 de julio y el estallido de la Guerra Civil. Si hasta entonces los actos anticlericales habían sido sobre todo simbólicos, con el conflicto se desató una verdadera persecución.
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Cuestión religiosa en la II República
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