AMOR FIGURADO
Sus piernas de mariposa estremecen sentimientos de
primavera,
agitan el tambor de mi pecho y relincho como potro
ante la yegua.
Dos luceros de selva emergen, pestañean, me vigilan
y sonríen
a través de perlas de plata que destellan ante el
ojo del cielo.
Bajo manto de noche, millares de pepitas iluminan mi
sendero,
luciérnagas decoran la oscuridad y grillos entonan sus
melodías
entre susurros, guitarras de fauna y arrullos sobre aguas
de río.
Sus manos son suaves como el terciopelo y finas como
el coral;
su nombre es Magdalena, digno de recuerdo, perfume
de azahar,
que extiende a su boca fresca, de cual escapan
suspiros que anhelo.
Me lanzo a tocar el cielo con las manos y despierto
en el intento,
¡Ay, Magdalena! Es tan bella que despierta codicias
y ensueños,
y me sumerge en caudal y remedio sobre presa de sus
brazos.
Los árboles florecen de fragancias y lucen sus
mejores vestiduras,
cubren la piel suave, tersa, blanca y liviana como
cuartilla de poeta;
y sus ojos brillan como luceros y hechizan como
esmeraldas al sol;
y su cabello de oro, Magdalena, es fragancia y deseo
para mi lecho.
¡Ay, Magdalena de nostalgia!, esclavo soy de su
mirada y sutileza;
y por ella sueño y dormiría noche eterna sobre
susurros de ruiseñor.
Pesas sobre mi conciencia, Magdalena, más que un
pleito en litigio
de letra que sobrevuela ante los hilos del tiempo y ocaso
del poeta.
Agustín Conchilla