LA RUEDA PERSA: SER AGRADECIDO, por Ramón Palmeral
El agua es una riqueza que, los que la tenemos
corriente en nuestros grifos, duchas bañeras o piscinas, no sabemos la fortuna que tenemos, y no la
sabemos apreciar cuánto vale en su valor real. El agua es un ente físico
inmortal porque se regenera ella sola constantemente por medio de las
evaporaciones y las lluvias. Pero hemos de saber que es un bien limitado, que
si se altera el clima, unos grados más, podría incluso desaparecer del planeta
Tierra. No es broma porque por ejemplo Marte la tuvo y ahora quedan los surcos
de los ríos.
La extracción de agua de pozo
artesianos para beber o riegos se inicia en Persia con el invento de una
especie noria de tracción animal, o por esclavos; por ello los egipcios,
griegos y romanos llamaban a la noria la «rueda persa», cuya etimología es «saquieh» o noria de tiro de tracción
animal de un burro con los ojos vendados dando vueltas para que los cangilones
giren y extraigan agua del subsuelo. En Marruecos se llama «noria de
sangre».
Los árabes nos trajeron la
noria en el siglo VIII y el invento del azud o cenia que es una rueda para
extraer agua de los ríos o acequias que se mueven por la corriente, en un
efecto de elevación del agua a un nivel superior. Otro invento fueron las
turbinas de agua que generan electricidad en algunos pantanos o las llamadas
hidroeléctricas, sin hablar del mar y su potencial para generar energía.
Nuestro planeta en lugar de llamarse Tierra se debería de llamar Mar, porque la
tierra es una quinta parte de su superficie, esférica y ovoide que sería lo más
correcto, por el achatamiento de los Polos
Esta entrada a modo de prólogo frígido o frío, viene a
colación para demostrar nuestro desagradecimiento al agua, a la cultura persa y árabe, pues no solamente
nos olvidamos de cuáles son nuestras raíces culturales y agrónomas sino que
somos desagradecidos por naturaleza con nuestro entorno vital: aire, mar, agua
continental, clima... Por ello, si queremos tener una zona más de éxito, en
nosotros mismos, debemos desarrollar ser agradecidos por ser unos privilegiados
en el Universo para vivir aquí, en nuestro planeta Tierra, y no solamente
agradecidos sino amables y educados, sobre todo con nuestros entorno, nuestros semejantes,
con la vida.
Los agradecimientos se deberían
extenderse a nuestros padres, mayores, amigos, e incluso a los vecinos y
clientes. La amabilidad como la
educación, o la sonrisa es gratuita.
Los clientes pueden ir a donde quieran, pero si en tu establecimiento se
sienten especiales, entonces volverán, porque la gente tiene una gran carga de
soledad y necesidad de aprecio, y si acuden al bar de siempre es porque se
sienten como en casa, y el camarero/a se ha convertido en un amigo psicólogo,
más que un sirviente al que pagas, a veces sin propina.
Hace unos meses fui a una óptica de mi barrio para que
me graduaran la vista y tras el examen óptico me dijeron que las gafas mías
tenían ya más de diez años. Por ello me recomendaron unas nuevas bifocales. Así
lo hice. Cuando me llamaron para ir a recogerlas yo fui tan contento. Al
probármelas me di cuenta que de cerca no veía bien, me dijo la dependienta que
me tenía que acostumbra al nuevo enfoque. Me fui a mi casa y no podía leer. A
la semana volví a reclamar, insistió la dependienta que mis ojos se tenían que adaptar a los
cristales. Le dije que eso no podía ser. Me respondió secamente que ya no me
las podía devolverlas porque las había pagado. Tuve que ir a otra óptica a
comprobar la graduación. Me dijeron que no estaban bien. Volví a mi óptica para
darle el peritaje del otro óptico, me dijeron que por haber ido a otro, ya no
me las podían cambiar. Al final me tuve que poner cabrón, le dije que
habían perdido un cliente, más la mala publicidad que le iba dar. A fuerza de
martillo se quedaron con las gafas para graduarlas de nuevo. La amabilidad a un
cliente fue nefasta y desagradable.
La óptica debió ser agradecida de que yo fuera a su
establecimiento donde hice una importante compra. A veces te encuentras con
personas que son tozudas como «la rueda persa», que sacan agua con tracción
animal. Son personas que no hacen nada por mejorar sus negocios. Yo me sentí
mal durante unos días. Estuve incómodo, y cuando paso por la puerta de la
óptica ya no miro para adentro. ¿Quién perdió a quién?
La calidad de la
vida reduce la calidad de los pensamientos. Cuanto peor se nos dan las cosas
peor pensamos. Por eso decía Quevedo: “Creyendo lo peor, casi siempre se
acierta”. Y el cliente no es que siempre
tenga que tener la razón, es que la tiene porque es el que paga y quien paga
elige el color, y la tienda donde quiere ir a comprar. Por ejemplo, en las
escuelas de hostelería hay una asignatura titulada “Cómo tratar a los clientes
difíciles”, que también debería aplicarse a las escuelas de ópticas. A lo mejor
yo también debería recibir unas clases para saber portarme como cliente modelo
y dócil.
La educación no debe estar reñida
con las reclamaciones, lo sé, pero a veces uno grita sin darse cuenta, llevado
por la euforia, de la desatención y la rueda persa social en la que siempre
estamos y giramos como una agua que es inocente, quien tiene la culpa es la
tormenta, las malas intenciones y nuestros instintos reptiles (los más
primitivo). A la armonía del baile se le podría bautizas como: “la rueda persa
conjuntada” como el dibujo que se encabeza a este artículo.
Fdo: Ramón Palmeral
autor del libro “Tus zonas de éxito” para El
Monárquico