Lo normal de la vida es que los hijos entierren a los padres como algo natural de la vida biológica aunque sea muy doloroso sentimental y emocionalmente, pero aún peor y contranatural debe ser el tener que enterrar a los hijos. Este hecho sucede con cierta frecuencia, y caso en los que por llegar a una avanzada edad pierden a todos sus hijos. Otros casos han sido las guerras, enfermedades o accidentes de tráfico, ese asesino invisible que nos aguarda siempre como traidor de la vida moderna.
Conozco a unos padres que perdieron a su único hijo varón con 18 años en un accidente de motocicleta, y quedaron desolados y trastornados, se mudaron de piso y de ciudad porque no soportaban vivir en el recuerdo.
Es desolador cuando el matrimonio decide ser monoparental o «monofílico», es decir tener un solo hijo/@, a veces por cuestiones de esterilidad tras el primer parto o por cuestiones económicas en una sociedad industrial en la que los sueldos son muy inferiores al pago de una educación, hipotecas, o incluso por comodidad o egoísmo. Otros deciden el celibato. En algunas mujeres trabajadoras, deciden no tener hijos, por anteponer su carrera u oficio al hecho insustituible o casi sagrado de ser madres. Me parece ir contra os principios éticos y morales de procreación natural como eje de la supervivencia humana.
Desde Nuevo Impulso estamos de acuerdo en el acierto del artículo publicado por María Consuelo Giner Tormo en la revista "El Monárquico" de donde es directora y redactora. Por ello,«huerfilia» es un neologismo que nombra una situación real y social muy trágica, en unos padres cuando pierden a un hijo o todos sus hijos.
Se dan casos de personas centenarias que se han quedado solas y desamparados bajo la protección de algún sobrino o sobrina o en residencias de beneficencia, porque perdieron toda su descendencia, estas personas serían centenarias y «huerfilicas».
Ramón Palmeral
Escritor, pintor y poeta, colaborador de Diario de Alicante
30 de Julio de 2019