La Mediterránea I
JOAQUÍN ÑECO
Dentro de las cosas que configuran la
idiosincrasia alicantina, el vivir cerca de la mar forma parte de
nuestro modo de vida y cultura, tan unidos que es difícil separarlos.
Los alicantinos no sabríamos habitar tierra adentro, nos faltaría ese
contacto frecuente con la mar que nos da fuerzas para seguir disfrutando
de esta ciudad y es, sin duda, una de las mejores razones para residir
en ella.
“Y se dio cuenta de que nadie jamás está solo en el mar". El viejo y el mar, de Ernest Hemingway.
El mero hecho de acercarnos a nuestro
entrañable Postiguet, y contemplarla en uno de esos días de calma o
también cuando está enfurecida por un temporal, nos lleva a pensar lo
afortunados que somos de tener tan cerca algo tan bello, no al alcance
de muchos mortales.
A este trocito del Mediterráneo que baña
nuestra costa me gusta llamarlo la “Mediterránea”, término donde
incluyo elementos geográficos y sociológicos, como la costa, las gentes
que viven en sus riberas, sus orígenes, sus costumbres, tradiciones y
cultura.
Orígenes
El Mediterráneo abarca una extensión de
superficie de agua de 2.976.460 kilómetros cuadrados, desde las costas
de Siria, Israel y Egipto en el Este, hasta los Pilares de Heracles en
el Oeste, como denominaron los griegos al estrecho de Gibraltar. En sus
costas surgieron culturas que determinaron épocas históricas en su
tiempo, y que a lo largo de los siglos, han sido fundamentales en la
creación del resto de las europeas. Culturas como la minoica, la
egipcia, la griega, la etrusca, la romana, la cartaginesa etc., son
buenos ejemplos. Algunas de ellas llegaron a nuestra península y
formaron parte de la nuestra.
A
este mar, al que llamaron los romanos el "Mare Nostrum", le pusieron
nombres según las costas de su imperio que bañaban sus aguas. El mare
Tirrenum por las costas de la Provenza, Oeste de la península Itálica,
Córcega y Cerdeña. El mare Adriaticum por las costas del Este de Italia y
las costas de Croacia, Serbia, Albania, Macedonia y Oeste de Grecia. El
mare Aegaeum por las costas e islas del Este de Grecia y las costas del
Oeste y Sur de Turquía. Y el mare Ibericum por nuestras costas del
Este.
En el marinero barrio del Raval Roig,
existió una calle que se llamaba Mare Nostrum a la que le cambiaron el
nombre, en el siglo pasado, y se la conoce, actualmente, por el de la
Virgen del Socorro. Hoy existe en nuestro callejero una calle que lleva
ese nombre pero en el polígono industrial Nueva Florida, muy alejada de
esa mar que estoy seguro que la echará de menos.
Íberos, los primeros
Los primeros habitantes de los que se
tienen noticias que vivieron en estas tierras, por los restos
arqueológicos que se han encontrado fueron los iberos. En la Illeta dels
Banyets en El Campello, cerca de la Torre Vigía, existe un magnifico
poblado con una antigüedad de más de 3.500 años, donde se han encontrado
restos de cerámica, una industria de pescado en salazón y dos templos,
uno erigido al dios del mar y el otro a la diosa de la fecundidad.
Los
asentamientos íberos siempre los construían cercanos a la mar, cuyos
moradores vivían en perfecta armonía con ella. Se dedicaban a la pesca y
a la industria de la salazón, levantaron un templo al dios del mar y
tenían algo en su forma de vivir que nos dejaron en herencia: la
influencia de la mar. Estos primitivos moradores debieron de ser gente
de carácter apacible, amable, acogedora y familiar, que vivieron
especialmente en las playas de nuestro entorno, o muy cerca de ellas,
por el buen clima reinante a lo largo del año y por la capturas de las
múltiples especies de peces que poblaban sus aguas que facilitaban su
sustento diario.
Ya en Alicante, en la villa ibero-romana
del Tossal de Manises, se han encontrado restos de la muralla ibera que
la rodeaba y muy próximo a ella, el puerto de la Albufereta. En las
laderas del Benacantil, también se encontró un yacimiento de restos
arqueológicos iberos que fue excavado, en su tiempo, por el famoso padre
Belda, aquel sacerdote que, en mi niñez, llamaba mi atención porque los
bolsillos de su sotana parecían alforjas por los restos de cerámicas
que siempre llevaba encima.
Gracias
a él y a uno de sus colaboradores, el restaurador Félix Rebollo
Casanova, abuelo de mi esposa, crearon a principios de los años
cuarenta el modesto Museo Arqueológico de la Diputación y un taller de
restauración en los bajos del edificio, que hoy se ha convertido en el
M.A.R.Q., reconocido mundialmente por su contenido y por las
exposiciones que monta. Actualmente, se están haciendo excavaciones al
final de la avenida Miriam Blasco en un yacimiento que probablemente nos
enriquecerá nuestro patrimonio arqueológico.
Me
gustaría recordar que actualmente contamos, dentro de nuestro
patrimonio cultural y arqueológico, con los restos del poblado del
Tossal de Manises gracias a una valiente mujer que supo ponerse delante
de una excavadora e impedir que se destruyera para construir un complejo
urbanístico. Esta gran señora es una arqueóloga sueca, enamorada de
nuestra tierra, llamada Solveig Nordström que admiraba al descubridor de
los restos del poblado del Tossal, el gran arqueólogo alicantino D.
José Lafuente Vidal, quien le inculcó la importancia de lo que estaba
enterrado en el Tossal. Es una nonagenaria que vive en Benidorm y
todavía sigue escribiendo y dando conferencias sobre la arqueología de
nuestro patrimonio. En el año 2011, se le reconoció por su trabajo al
ponerle a un parque cercano al Tossal su nombre, para recordarnos, que
en un momento en el que podíamos haber perdido algo tan importante por
la especulación urbanística, una Walquiria nórdica salió en su defensa.
Griegos: cultos y comerciantes
El pueblo que vino a continuación fueron
los griegos, el más culto de la antigüedad que transmitió sus
conocimientos a casi todos los países ribereños del Mediterráneo a
través de las diferentes colonias que fundaron. Mercaderes y excelentes
marinos, encontraron en nuestras playas buenos lugares para atracar sus
naves. Se asentaron en las inmediaciones del Benacantil y el Cerro de
San Julián, ya que los naturales del país, gentes pacíficas y
razonables, no pusieron ningún impedimento para que se establecieran e
iniciar sus negocios comerciales.
Las
alturas de la sierra de San Julián, vistas desde la distancia y mar
adentro, con los rayos del Sol adquieren un destacable color blanco y
los marineros griegos la conocían con el nombre de “promontorio blanco”.
Esta frase traducida al griego de la época, sería Akra-Leuka y con este
nombre se conoció la colonia. He tenido la ocasión, cuando he navegado
con mi embarcación a la altura de la línea que une los cabos de nuestra
bahía, de ver este fenómeno que todavía se produce, en esos días de
calma de las llamadas por los marinos “las calmas de enero”, con el
cielo diáfano y despejado y una buena visibilidad, que genera el
anticiclón de invierno casi todos los años. Ello a pesar de lo degradada
que está nuestra Serra Grossa, por la muchísima piedra que suministró,
de sus entrañas, para la ampliación de nuestro puerto, el desmonte para
hacer la carretera que recorre paralela a la costa y las edificaciones
que posteriormente se hicieron también en la zona que da a la fachada
marítima.
Además
de este asentamiento, pasado el tiempo, hubo un segundo y cambiaron de
emplazamiento hacia las costas de L’Albufereta, en concreto en el Tossal
de Manises, por ofrecer esta ensenada y su pequeña albufera con su
puerto, un mejor resguardo a sus barcos para los temporales de los
vientos invernales: del Mistral (viento del NO), del Euroaquilón (viento
de NE, llamado también Gregal) y del Abrego (viento del SO, llamado
popularmente por los alicantinos Cartagenero) que suelen soplar fuerte
en nuestras costas y estar, también, más cerca de los manantiales de las
laderas del Sudeste del cerro de San Julián. Esta segunda fundación
parece ser que coincide en el tiempo con la de Hemeroscopeion (Denia),
alrededor del siglo III antes de Jesucristo. Si bien, la numismática y
los vasos griegos encontrados en el Tossal de Manises, no confirman
plenamente esta cronología y todavía es motivo de estudio por los
arqueólogos.
Los
griegos nos dejaron parte de su cultura que, todavía hoy, perdura en la
nuestra. De la antigua cultura minoica, que fue el germen de la griega,
quizás hayamos recibido la pasión por la tauromaquia, como se ha podido
comprobar por los vasos, ánforas y recipientes encontrados en las
excavaciones de la ciudad de Knossos, en Creta, en los que se pueden
observar pinturas decorativas con jóvenes saltando por encima y haciendo
recortes a toros bravos. Los minoicos, los incluían en todos sus
eventos festivos. ¿Tendrá algo que ver con la tradición en nuestra
Comunidad de “els bous al carrer” o “els Bous a la mar”?...
Pero lo más importante de esta herencia,
no es la parte lúdica, sino la intelectual. El alfabeto griego,
representación de sonidos y silábico, en contraposición al ibérico, en
el que se utilizaban signos que representaban ideas y hasta frases
completas, fue la mejor aportación. Era tan complejo el alfabeto ibero
que, aún hoy, no se ha logrado interpretarlo del todo por los entendidos
en la materia. Como ejemplo, en nuestro M.A.R.Q, se expone un trozo de
“sigillata” (expresión latina para denominar un tipo de cerámica romana
de color ocre), encontrado en el Tossal de Manises, en el que se mezclan
el alfabeto íbero con el griego. Probablemente, no podrá ser traducido
hasta que no ocurra algo parecido como con el egipcio, que se encuentre
una piedra Rosseta y un Champollion que lo interprete.
Como consecuencia de la introducción del
alfabeto griego, se introdujo el conocimiento de la Filosofía de Platón
y Socrates; el teatro con los trágicos Esquilo, Eurípides, Sófocles, y
el cómico con Aristófanes; la poesía con el épico Homero; la Geografía e
Historia con Heródoto etc. En cuanto a la economía, fueron los
artífices de la introducción del cultivo del olivo y la obtención del
aceite, que han dado lugar a la actual cultura oleica reflejada en la
dieta mediterránea y la construcción de grandes embarcaciones, como
grandes expertos que eran de la mar.
Los griegos también nos transmitieron
la admiración por la belleza de la que dejaron constancia en los
monumentos, pinturas y esculturas, una admiración reflejada en el busto
íbero la Dama de Elche, datado entre los siglos V y IV a.C., época
coincidente con la presencia de los griegos en nuestras costas que, con
su policromía original, luciría de forma espectacular. El autor,
influenciado probablemente por el arte escultórico griego, supo dejar
patente en el busto la belleza serena, de rasgos armónicos, del rostro
de una mujer íbera ataviada con sus mejores galas.
Cartagineses y romanos
Tras los griegos, llegaron los
cartagineses y los romanos. Poco se puede decir de los cartagineses y de
su aportación a nuestras raíces sociales y culturales, que fueron más
bien escasas y en algunos casos mal acogidas por los lugareños.
Establecieron su capital en Mastia, a la que los romanos llamaron,
después de expulsarlos, Cartago Nova, y hoy se conoce con el nombre de
Cartagena. Desde Mastia se extendieron por toda la costa mediterránea y
su ocupación fue una continua contienda con los romanos por poseer estas
tierras. Su ascendencia era fenicia y su carácter era orgulloso,
soberbio y guerrero y esta fue la razón, por la que el pacífico pueblo
íbero no tuvo una buena relación de proximidad hacia ellos.
Con los romanos, al igual que con los
cartagineses, los pueblos de la Hispania no establecieron unos fuertes
vínculos sociales y de mutua amistad al inicio aunque, como parte de su
imperio, muchos romanos se instalaron y ya sus descendientes eran de
nacimiento hispano. Éstos sí que contribuyeron a que se creara una
cultura hispano-romana que dio lugar a un enriquecimiento de ambas, y
cabe recordar a los famosos hispano-romanos los emperadores Trajano,
Adriano y Teodosio, y el filósofo Séneca.
A
nuestros ancestros de la época les llegaron las excelencias de la
cultura romana, y en el mismo sitio donde estuvo situada Akra-Leuka, en
el Tossal de Manises, se amplió la villa íbera, surgiendo una ciudad más
acorde con los planteamientos romanos. Los restos arqueológicos han
llegado hasta nuestros días y se la conoce como la villa ibero-romana de
Lucentum (traducción latina del Akra-Leuka griego), que tuvo su mayor
momento de esplendor en tiempos del emperador Augusto y que, según los
restos encontrados en las excavaciones, debió ser uno de los
emplazamientos romanos más importantes de la costa mediterránea.
En
una reciente excavación en el acceso al barrio marítimo de Lucentum, se
ha encontrado una puerta que daba a la mar, que parece ser que se
realizó en la época de Cesar Augusto; toda una seña de identidad de los
habitantes de una ciudad que convivía con la “Mediterránea”. También en
el antiguo Alicante hubo una puerta con el mismo nombre y cuando
desapareció se sustituyó por la Plaza del Mar.
Entre las muchísimas cosas que aportó a
nuestra cultura la romana, destaca el latín como fundamento de nuestra
actual lengua castellana. Durante casi siete siglos de dominación romana
en nuestra península se habló el latín, que fue derivando hacia ese
castellano antiguo que ha quedado reflejado en múltiples documentos que
se conservan en el monasterio riojano de San Miguel de la Cogolla, al
que también se le conoce como “La Cuna del Castellano”.
No solo el latín dio origen a nuestra
lengua, sino que también lo fue de otras en Europa, llamadas latinas,
como la francesa, por supuesto la italiana, algunas de las que se hablan
en la antigua Yugoslavia, la rumana etc. También de un antiguo
dialecto, el “Lengua d’Oc”, que todavía se habla en algunos lugares de
la Provenza francesa, derivan el valenciano y el catalán. ¡Qué gran
aportación a nuestra cultura!