ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO
ABC de Sevilla, 8 de mayo de 2019 | |
A muchos, especialmente a los cronistas taurinos, les ha sorprendido mucho que este año la Feria de Abril de Sevilla se celebre en Mayo. Por una sola vez y sin que sirva de precedente, por culpa de la tardía Luna del Parasceve que ha hecho que, por no salir de los toros, este año la Feria de Sevilla casi se pise con los carteles de San Isidro. Por poco en vez de en el Real tenemos que celebrar la Feria de Sevilla en la Pradera del santo. No me sorprende esto de que los almanaques de las fiestas parezcan que se han vuelto locos. En Alemania no uno, sino todos los años, la Fiesta de la Cerveza de Munich que conocemos como Oktoberfest se celebra no en octubre, sino...en septiembre. ¿Por qué Oktoberfest en septiembre? Pues por la misma razón por la que este año, en Sevilla, la Feria de Abril se celebra en Mayo. Y no andan descaminadas las dos fiestas, que para mí debían hermanarse con su correspondiente ceremonia y sus receptivos viajes (de gañote) de los políticos a las dos correspondientes capitales. Algún parecido hay entre ambas. Las hermana la cerveza. A mi nieta Ana Burgos Hornemann, que vive desde muy pequeña en Munich y les encantan las cosas de Sevilla, le pregunté cómo era eso de la Feria de la Cerveza. Aparte de decirme que todo cuesta carísimo, me dijo:
-- La Oktoberfest es como la Feria de Sevilla, pero con unas casetas mucho más grandes y con unas mesas larguísimas, sentados todos juntos, donde los alemanes se ponen a beber unas jarras de cerveza grandísimas y, cuando están ya completamente borrachos, se suben en esas mesas y se ponen a bailar y a pegar saltos.
Leo las estadísticas de consumo etílico de la este año mayera fiesta abrileña y compruebo que quizá la verdadera Feria de la Cerveza sea la Sevilla, no la de Munich. En la del presente año de desgracia (de la victoria de Sánchez) de 2019 se van a consumir más de un millón de litros de cerveza y millón y medio de manzanilla de Sanlúcar y de fino de Jerez. Sólo una firma sanluqueña, Barbadillo, prevé vender medio millón de botellas. ¿Y saben lo más bonito de todo? Que aunque nos bebamos en la Feria auténticas piscinas olímpicas de cerveza, de rebujito, de fino o de manzanilla, aquí no se ve a un solo sevillano borracho bailando encima de las mesas, como en Munich.
-- Claro, como no hay mesas largas...
No, porque existe el arte de beber. El beber no es un fin, sino un pretexto para la conversación, para el sano ejercicio de la amistad o el insano del despelleje del prójimo. En la Feria de Sevilla no se bebe por beber, sino por vivir. Por convivir, copa en mano, caña de cerveza en mano. Sí, la copa en la caseta de Feria tiene mucho de diálogo platónico con una Cruzcampo helada por delante; mucho de "convivium" romano con una caña de manzanilla fresca y transparente, tan clara que parece agua y nos hace recordar la definición de Pemán: "La manzanilla es el fino de Jerez vestido de marinerito".
Hago el elogio etílico de la Feria de Sevilla acordándome de aquella máxima del Marqués de las Cabriolas, título nobiliario completamente falso que se inventó para su caseta de la Peña Er 77, y que quizá sea la causa ultima del elevado consumo que cifran las estadísticas: "Bebe a gusto y orvía los disgustos". Se sabe beber. En la Feria de Sevilla no se ven borrachos tirados por la calle, durmiendo la tajá en los jardines públicos, como en tantas otras fiestas españolas. Ni siquiera existe el borracho de los toros, el tío que llega más que puestecito a la plaza y te da la tarde. No se ven tajás como un mulo. Se ve lo más bonito que tiene el medio vino: la papa muy simpática. ¿Es la Feria de Sevilla un millón de papas muy simpáticas? Pues quizá. Pero sin malajadas