Se
abren todas las campañas electorales con
la tradicional y nocturna pegada de carteles con cámaras y doce «fotogenios»
detrás, como recordando que en el franquismo era ilegal pegar carteles de
propaganda política, y si te cazaban lo
grises te podías pasar unos días entre rejas hasta que unas subrepticia llamada
telefónicas al Gobernador Civil, le ordenaba tu puesta en libertad, pero eso sí
con antecedentes penales desfavorables.
Iniciada
la campaña «eléctrica 28 amperios» vienen los mítines provinciales, o mejor
dicho, la continuación del eterno mítines políticos, como un grito de grullas
en los cañizales de la Albufereta ¿Qué es el lenguaje político?, pues es
sencillamente una forma característica de aquella famosa frase de «puedo
prometer y prometo» de Adolfo Suárez, que estaba tan convencido de su lealtad a
su palabra dada que en cuento no pudo cumplir sus promesas dimitió tan elegantemente
como una cigüeña en la espadaña de un campanario de Ávila. Dimitió por
televisión en blanco y negro sin hacer ruido, aunque ya se había llevado el
susto de los tricornios de García Lorca el 23 F (febrerito el loco del 81).
El lenguaje políticos es específico dotado de mucho
performance y dóberman; es decir, mucho ruido, vistosidad, colorido, sonido y
cámaras en cuyos discursos no dicen nada, ni verdadero ni falso, porque es un
lenguaje neutro, para no pillarse los dedos con la cancela de hierro del chalet
de todos los españoles: «un viñedo en heroico abismo al borde acantilado del
Sil».
Por
ello, pienso que uno, nosotros, los descalzos votantes no deberíamos votar
después de oírles, porque nos inflaman e inflan la cabeza de proyectos (sin
obligación de cumplirlos) de promesas políticas en elecciones. Hemos de
entender que el lenguaje político es una herramienta dialéctica, que no es más
que el resultado de un proceso senatorial que se remonta a los griegos, es
decir, una profesión de la retórica más depurada. Nos llevan a una confusión de
términos que, si derecha, extrema derecha, centro, centrismo, izquierda o
extrema izquierda, que no aclara nada, solo son posiciones, puntos y cardinales.
El hostigamiento virulento de ese «enjambre político»
de siglas, fotos retocadas y colores vivos, que nos venden como un «bálsamo de
Fierabrás, fanfarrón y brabucón», nos embauca sin remedio en Televisión, en la
Radio, Prensa, con carteles en las plazas que, los que no se lleva el viento,
los arranca el nocturno peatón del botellón.
Todo en esta vida depende del color del cristal con que se mira. Todos
somos víctimas de un acoso polemista creado. Pero si son de izquierdas contra
derechas de Vox, sería un teniente general corneta, con todo mis respeto, pues corneta
se llaman en el Ejercito a los que son cortos de talla, aunque los tenga bien
plantados como le pasaba al corso Napoleón Bonaparte (bueno de padre, he hijo
de madre del partido). Si es al contrario, sería el de la Coleta, más un extra
de sanchismo pasado por Moncloa. Casado, el discípulo de Suárez, está dispuesto a recuperar la unidad patria,
al prometer, aplicarles a los catalanes, otra vez los cables eléctricos del 155,
pero con efectividad, tirando de BOE. Por otra parte, tenemos al de la sirga en la Rivera
del Volga con un centro Ciudadano que ya pactó con el PSOE, y nadie garantiza
que en uno de esos vaivenes de resultados electorales volcánicos, se decanten por unas siglas u otras, que son
como la liga pegajosa de cazar pájaros.
En definitiva, hemos de ser cautelosos al votar, que
ha de ser en conciencia, porque luego los administradores nos van a durar
cuatro años. No dejarnos llevar por el calentamiento de un mitin, que son
únicamente, eso, palabras de una jerga profesional especializada en la oratoria
grecorromana. Otro asunto diferente son las ideas, el fracaso del comunismo de
pan para todos, del capitalismo liberal opresor con la clase trabajadora, o del
anarquismo libertario que nos retrotraerá a la edad de las hachas de piedra y a
las puntas de flechas de sílex.
Advertir, no es amenazar aunque empiecen los dos
sustantivos en alfa. La decisión final reside en la sensatez, no en las
palabras ni en los palabros que nos llegan al oído como una música sin director
de orquesta cambiante. El votante, a la hora de introducir su voto como en un
buzón del Destino está solo ante el peligro, pero a la vez, también es
responsable de una política de fraccionamiento de la unidad de España, de más
paro, desigualdades o menos Europa, que es lo mismo que darle la espalda a un
futuro común, pero al fin sin británicos y su «brexit suicida».
Ramón Fernández Palmeral
14-04-2019
14-04-2019