El NUEVO
PERIODISMO DIGITAL
Publicado por María Angulo Egea
El periodismo se enfrenta, en este primer
cuarto del siglo XXI, con una búsqueda de su propia identidad; de su función en
el “nuevo orden” de la aldea global. La corriente mayoritaria cree que este
periodismo debe apoyarse en las nuevas tecnologías, en el breve mensaje de 140
caracteres y en la imagen digital como irrefutable guardián de la verdad.
Frente a esta concepción —tan válida como cualquier otra— nace un periodismo de
largo aliento que rescata el relato y la crónica extensa. Un periodismo de alianzas:
con la literatura y con la realidad. Un periodismo de fogones y sabores frente
al periodismo de gourmet de las redacciones uniformadas por la comunicación de
agencias. En México encontramos el ejemplo más palpable de esta nueva manera de
entender el compromiso social del escribiente, del narrador. De quien tiene por
oficio hacerse incómodo. Son los narco-cronistas.
Se trata de un puñado de jóvenes y avezados
periodistas mexicanos. Bastantes hombres y muchas mujeres. Especializados en
asuntos sociales, políticos y de derechos humanos. Formados en periodismo por
diversas universidades. Estudiantes valiosos que han seguido, en los diversos
medios para los que trabajan, los preceptos aprendidos en sus facultades de
Comunicación; aquellos que dictaba el Manual de Periodismo de Vicente
Leñero y Carlos Marín (Grijalbo, 1986. Con su nueva
edición, revisada, ampliada y mejorada del 2003). El de las noticias de la pirámide
invertida cien por cien informativas, neutrales, honestas. Con sus datos,
con sus hechos. Una suerte de Curso general de redacción periodística de
José Luís Martínez Albertos en España, pero de menor
extensión, de 352 páginas solamente. Luego, son periodistas de título y con
formación. Esa es una característica que les une a la mayoría.
Muchos de estos reporteros se conocieron cuando
coincidieron en la redacción del diario mexicano Reforma. Ese periódico
que nació en los noventa con aires renovadores, paradigma del periodismo
moderno en México; que se asentaba en el periodismo informativo, el de la
objetividad de los datos, el de las “opiniones son libres pero los hechos son
sagrados”, o algo así. Este puñado de periodistas cubría los acontecimientos,
los sucesos y cumplía con su quehacer diario, con una escritura pulcra y
aséptica. Esta experiencia les aportó oficio y un
adiestramiento en la elaboración de noticias. También les dotó de un conjunto
de parámetros éticos que hasta 1993, cuando nació Reforma, no se
aplicaban con rigor en el periodismo mexicano y que, como me comenta el
cronista Luis Guillermo Hernández, les inculcaron tenazmente
(esa es, seguramente, una de las grandes aportaciones de Reforma al
periodismo mexicano): el reportero no recibe dinero de las fuentes; el
reportero paga sus viajes de trabajo; el reportero y el funcionario no son
amigos y mucho menos cómplices; el reportero solo recibe dinero de la empresa
periodística que le paga por su trabajo; el reportero se basa en hechos; el
reportero es un profesional del periodismo y publica aquello que ha confirmado
o de lo que tiene una prueba.
Hasta aquí todo es
valioso para el periodismo y fructífero para el periodista. Teoría y práctica.
Formación universitaria y experiencia profesional. La mejor de las
combinaciones posibles. Pero no es oro todo lo que reluce. En esa enseñanza
superior existían y persisten grandes lagunas; y en esa experiencia profesional
había y sigue habiendo enormes deficiencias.
Para empezar, los
estudios de Comunicación en México le dan la espalda a su ingente y valiosa
tradición narrativa (no nos llevemos las manos a la cabeza: eso pasa también en
España, donde escasean los grados de Periodismo y de Comunicación Audiovisual
que contienen una asignatura que lleve el nombre “literatura” o el apellido
“literario”). Los planes de estudios universitarios mexicanos se olvidaron de
las destrezas narrativas y expresivas, finalmente comunicativas, de Juan
Rulfo, Octavio Paz, Rosario Castellanos,
Carlos Fuentes, Jaime Sabines, Elena
Garro, Ignacio Manuel Altamirano, Federico
Gamboa, Josefina Vicens, José Emilio Pacheco,
Inés Arredondo, Silvia Molina, Alfonso
Reyes, Cristina Pacheco, Fernando del Paso…
Y no solo de los autores, digamos, de ficción: tampoco tienen que
recurrir, si es que les da urticaria, a los “literatos”. Cuentan con excelentes
narraciones periodísticas; con fabulosas crónicas. Pero las facultades mexicanas también le han dado la espalda a
una nutrida escuela de cronistas como Amado Nervo, Manuel
Gutiérrez Nájera, Ramón López Velarde, Salvador
Novo, Josefina Estrada, José Agustín,
José Joaquín Blanco, René Avilés, Jaime
Avilés, Magalí Tercero, Oscar Lewis,
Carmen Lira, Héctor de Mauleón, Vicente
Leñero, Carlos Montemayor, Guillermo Sheridan,
Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Sergio
González Rodríguez, Alma Guillermoprieto, Juan
Villoro, Fabrizio Mejía Madrid… Será por nombres,
será por grandes narradores y narradoras, será por buenos cronistas. El caso es
que a los jóvenes periodistas mexicanos no les han enseñado en la
universidad a contar con fuerza, con tensión y
con verdad una historia. La mayoría ha transitado por su cuenta, como
buenamente ha podido, el largo camino que va de este periodismo esquemático
planteado por Leñero y Marín hasta el periodismo narrativo de la “escuela
Kapuscinski”. Esto por lo que respecta a las carencias académicas, pero
las deficiencias en las redacciones no son menores.
Los contadores de
muertos
El abuso de la nota
de agencia, de los nombres propios, de las cifras, ha convertido el periodismo
convencional mexicano en una amalgama de datos y de fechas. Un periodismo
sellado por el “dijismo”: el funcionario dijo, afirmó, señaló, apuntó… y todas
las atribuciones que se nos ocurran. Lo que Gideon Lichfield
denominó “La declarocracia en la prensa”. Un ejemplo más de
desinformación por saturación en este caso de noticias violentas y
desgarradoras. Reportajes que ni informan, ni forman, ni ayudan a la población
a comprender los porqués. Y, desde luego, estas carencias periodísticas se
ponen especialmente de relieve y saltan por
los aires las doctrinas periodísticas pretéritas
en el “sexenio de la muerte” (2006-2012) con la llamada “guerra contra el
crimen organizado” del presidente Felipe Calderón. En ese
momento los periódicos se convierten en contadores de muertos y en informadores
de matanzas. El desastre de la guerra contra el narco, de la violencia extrema,
acapara todas las páginas y, pasada la fase inicial del shock, el
recuento de cadáveres pasa a formar parte de la rutina, y la barbarie se va
sobrellevando escondida detrás de la enumeración de hechos sangrientos, de
lugares alejados, de números, de muertos sin cara, sin rostro, sin oficio ni
familia. La hartura de muertes y de violencias termina por naturalizar la
barbarie, logrando que la población y los periodistas se habitúen a la
corrupción. La guerra contra el narcotráfico ha terminado por convertirse en
una crisis social brutal. Crisis que también ha calado en el periodismo. ¿Para
qué sirve seguir reproduciendo las mismas noticias una y otra vez? ¿Qué estamos
consiguiendo políticamente? ¿Qué estamos logrando socialmente? ¿Será
este periodismo informativo, de actualidad, un formato en vías de extinción? El
dato crudo ya lo tenemos en Twitter y en otros rincones de Internet, pero el
dato elaborado, interpretado, contado, ¿ese dónde lo tenemos? ¿No será la
interpretativa nuestra función? ¿Cómo contribuimos
como reporteros a atajar este mal endémico que es el narcotráfico en México?
¿Cómo informar de esta violencia de forma útil para el ciudadano? ¿Qué
periodismo queremos? ¿A quién le estamos haciendo el juego? ¿Cuál es la
finalidad del periodismo? ¿Para qué escogimos ser reporteros si no fue por un
sentido fuerte de denuncia y de servicio social?
Decenas de preguntas
que venían rondando en la mente de estos periodistas.
La crisis social del
narcotráfico y la crudeza de lo que están viviendo en México fue el disparador
para que estos jóvenes decidieran apostar por otro tipo de periodismo. Un
periodismo humano que muestre que no todo es rendición y que informe sobre los
verdaderos líderes mexicanos. Una apuesta informativa que pueden llevar a cabo,
en primer término, porque tienen otros trabajos en las redacciones y, en
segundo término, porque cuentan con el apoyo de otros periodistas locales, que
les facilitan el trabajo de denuncia y de localización de datos, historias y
fuentes.
Estos jóvenes
cronistas trabajan en el Distrito Federal, donde se concentra el núcleo de
medios más poderoso e influyente del país, pero no están quietos frente al
teclado. Hacen sus incursiones, su trabajo de campo y sus inmersiones
periodísticas en diversos puntos del territorio nacional. La amenaza de los
cárteles de la droga —y de los militares— apenas queda atenuada
por estar ubicados en la capital. Solo los reporteros locales asumen riesgos
mayores.
Este puñado de periodistas, cansados de este
periodismo de información “neutral”, hartos del corsé de la pirámide invertida,
de poner el foco en los políticos, en los nombres propios, decidieron hace ya
tiempo empezar a “contar historias”. Decidieron acercarse a la ciudadanía;
mostrarse como son: “gente de a pie”. Y han conseguido cambiar el foco, el
punto de mira en las noticias y ponerlo en sus compatriotas; darles voz a esos
otros, a las víctimas; mostrar los restos del naufragio que trajo la crisis del
narcotráfico. Ellos asumen la responsabilidad de narrar las historias mínimas,
las luchas diarias; las pequeñas victorias esenciales. ¿Por qué no? ¿A quién le
interesa ya cómo se forran los poderosos o qué nueva mentira cuentan en quién
sabe qué congreso nacional o internacional sobre la lucha contra el
narcotráfico?
La asociación Periodistas de a Pie ha superado
muchas barreras. La primera, personal, la de atreverse a contar, nadie se la
había enseñado. La segunda, política, porque no cuentan historias fáciles, ni
amables con los que gobiernan o han gobernado. Son historias directa o
indirectamente vinculadas con la crisis social del narcotráfico en México. Es
este un periodismo de denuncia, de compromiso, un periodismo ciudadano real.
Pero, sobre todo, un periodismo que apuesta por la esperanza. Que ve luces
donde solo parecía reinar la oscuridad y el miedo.
De esta esperanza surgieron talleres y grupos de
capacitación, primero tentativos y posteriormente más estructurados, hasta que,
a finales del 2011, tomó cuerpo la iniciativa de generar un conjunto de
crónicas literarias que reuniesen historias relevantes para los mexicanos que
padecen la guerra del narcotráfico. No se trataba de huir del horror ni de la
violencia; más bien lo contrario: de detenerse a mirar desde un lugar distinto
que diera prioridad y pusiera en valor los pequeños actos de valentía
cotidianos que realizan muchos de los hombres y mujeres que conviven con la
lacra del narcotráfico. Estas son las crónicas que recoge el volumen Entre
las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte (Sur Ediciones, Oaxaca,
2012). Con dos coordinadoras de lujo, alma máter de este proyecto de la Red de
Periodistas de a Pie: Marcela Turati y Daniela Rea.
(En este enlace se puede descargar gratuitamente).
Dos mujeres fundamentales en el panorama de la
crónica mexicana actual. A las que se unen dentro del proyecto Periodistas de a
Pie: Elia Baltazar, Lydiette Carrión, Thelma
Gómez Durán, Vanessa Job, Daniela Pastrana
y tres hombres: John Gibler, Luis Guillermo Hernández
y Alberto Nájar. Probablemente la más conocida de esta pléyade
sea Marcela Turati por su extenso e intenso reportaje, Fuego cruzado. Las
víctimas atrapadas en la guerra del narco (Random House, 2011), y por su
coautoría de La guerra por Juárez (Planeta, 2010). Por su cobertura de
la guerra contra el narco Marcela ha recibido, en el año 2012, el Louis Lyons
Award For Conscience and Integrity in Journalism, que otorga Harvard
University. (Una muestra del buen hacer de esta cronista, aquí).
Allá donde no hay retorno
Los relatos de esperanza recopilados en el
mencionado Entre las cenizas nos cuentan historias de resistencia como
la del municipio indígena de Cherán, que narra la cronista Thelma Gómez Durán.
Una población que año tras año mermaba por las drogas, expuesta a la dictadura
de los traficantes hasta que decidieron hacer frente al narco. Han logrado, no
sin dificultades y sometidos al aislamiento, autoabastecerse e incluso formar
sus propios órganos de gobierno, independientes del Estado mexicano. Afirman
que viven en uno de los territorios más seguros del país. El problema lo tienen
cuando salen, porque son una isla, rodeada por un mar de cárteles del
narcotráfico y de corrupción policial.
Otro caso singular de autonomía territorial
aparece recogido en la crónica de Daniela Rea La justicia de todos.
Esta vez en la comunidad indígena de la Montaña de Guerrero. Los indígenas de
esta zona llevan más de 20 años organizados de manera independiente. Crearon, a
raíz de padecer constantes asaltos, homicidios y violaciones, la llamada
Policía Comunitaria. Un sistema al margen de la policía estatal, formado por
hombres elegidos por su honestidad y que entran a trabajar voluntariamente. En
vista de que no servía de nada que esta Policía Comunitaria capturase a los
culpables y se los entregara a la justicia mexicana, decidieron también
organizar su propio sistema judicial, con jueces consejeros y plan de
reeducación. En la mayoría de los casos, la pena se cumple con servicios y
trabajos a la comunidad. A partir del 2009, las circunstancias se han ido
complicando, entre otros motivos porque la población ha pasado de cultivar la
amapola a consumir la marihuana, asunto que está causando muchos problemas por
falta de orden, robos y dejación de funciones. Lo cual está trayendo cierto
descontrol entre los propios miembros de la Policía Comunitaria.
Daniela Rea no escatima detalles a la hora de
presentar las soluciones y formas de actuación de la comunidad. También pone de
manifiesto las dificultades de la autogestión. En ocasiones, la arbitrariedad
es palpable, tanto como la corrupción del sistema judicial del Estado mexicano,
en el que un delincuente puede comprar su libertad.
Alberto Nájar da cuenta en su crónica de la vida
en la llamada “ruta de la muerte”. Esa que recorren tantos migrantes
centroamericanos sin papeles. El tren de la muerte (“La Bestia”, le llaman),
que llega hasta la frontera con Estados Unidos, se llena por completo y
principalmente de salvadoreños y hondureños indocumentados. Pero no es el
terrible viaje cual ganado lo peor que padecen estas gentes, sino la acción de
los cárteles del narcotráfico, en especial de los Zetas.
Son estos “Zetas” un grupo criminal, creado por
exsoldados de elite, que vivía, sobre todo, de la droga, pero que al romper su
alianza con el cártel del Golfo se puso a buscar nuevas fuentes de ingresos. Y
las encontraron con el tráfico de personas, secuestro y venta de mujeres como
esclavas sexuales.
Los migrantes indocumentados son carne de cañón,
víctimas fáciles que a nadie le importan. Este cártel es el responsable de la
matanza de 72 personas indocumentadas en el rancho de San Fernando, en
Tamaulipas.
Nájar nos cuenta las luces entre las sombras de
este trayecto. Se detiene en narrar la hazaña de esas que llaman “las locas que
andan corriendo atrás del tren”, la obra diaria de 14 mujeres del pueblo de Las
Patronas que cada mañana se levantan y cocinan arroz y frijoles en cantidades
ingentes para socorrer a las masas de migrantes que llegan en La Bestia. Es un
pequeño alivio para aquellos que vienen de un viaje tan doloroso, en el que han
visto o padecido atrocidades; un pequeño resuello para lo que les queda hasta
la frontera: territorio de los Zetas.
Otra luz en este recorrido la aporta el sacerdote
Juan Pantoja con su albergue Belén, con un área de atención
psicológica, casi más importante que cualquier otra cosa, en vista de cómo
llegaban de traumatizados algunos. La historia personal de Ramón,
un adolescente de 14 años que llevaba tres meses en el albergue es ejemplar.
Pensaban que era mudo hasta que, con una adecuada terapia, empezó a contar
despacio, a trompicones, lentamente, su particular historia de sufrimiento y
horror en el tren de la muerte.
Las voces de la guerra de Daniela
Pastrana es, desde mi punto de vista, una de las crónicas más conseguidas del
volumen. Nepomuceno Moreno Núñez es un hombre que llevaba
buscando a su hijo desaparecido, Jorge Mario, 310 días. A
lo largo de la crónica, nos incorporamos los lectores a una sucesión de
marchas, que tuvieron su origen en la “Caminata del Silencio”, que partió desde
el municipio de Cuernavaca y llegó multitudinaria hasta la plaza del Zócalo de
México D. F., abanderada por el poeta Sicilia y por Le Barón, que también
habían perdido a sus hijos. A la marcha se fueron sumando padres y madres que
llegaban de todas partes del país, con un mismo objetivo: pedir justicia para
sus hijos. Esta connivencia y movilización social originó el Movimiento por la
Paz con Justicia y Dignidad. Y de aquí surgieron otras marchas, como la que se
dirigió a uno de los lugares que más han padecido estas muertes y
desapariciones, Ciudad Juárez. Y de aquí también surgieron encuentros con las
instituciones del país; con el propio Felipe Calderón y acciones varias. A
todos estos actos, en todas estas caminatas, está Nepomuceno Moreno. Y nosotros
lectores vamos asistiendo y participando de esta onda expansiva de
reivindicación silenciosa; de esta marea humana que tiene nombres y apellidos
en la crónica, como los de sus muertos y sus desaparecidos. Daniela Pastrana
lanza esa piedrecita, que es la historia personal de Nepomuceno Moreno, al lago
de los 40.000 muertos y desaparecidos durante el sexenio de Felipe Calderón y
vamos viendo ensancharse las ondas que abre en el lago. Participamos, como
Nepomuceno Moreno, de la alegría de sentirse acompañado en su dolor; entendemos
su tímida ilusión al verse escuchado, al poder contar su desgracia, al encontrar
el apoyo y la empatía de los otros caminantes, que también llevan sus dolorosas
realidades a cuestas. Vamos conociendo a los protagonistas de estos
movimientos, que son tantos, y que conquistan las ciudades a las que llegan. Y
también nos enteramos de las disensiones internas del Movimiento para la Paz,
de ciertas desavenencias que, sin embargo, no impiden que las marchas
proliferen.
Daniela Pastrana fragmenta y estructura el hilo
narrativo de esta crónica con pericia y brillantez. Cada comienzo, cada cierre
nos levanta, nos pone alerta, nos tumba como lectores. Nos conmovemos y nos
llenamos de emociones y también de cierta frustración por la impotencia.
La cronista no abandona nunca a Nepomuceno Moreno
en su lucha. Su devenir es rescatado en el transcurso de la crónica una y otra
vez; es nuestro hilo conductor en cada fragmento, en cada parada en el camino.
Caminamos, ingenuos y confiados, como Nepomuceno Moreno, creyendo en el
entusiasmo de estas gentes, en la fuerza de sus razones y de sus sentimientos.
Nos entusiasmamos en el camino pero el final de este, el final de la crónica es
demoledor. Digamos que nos fustiga y nos zarandea aunque no nos tumbe. Solo
podemos agarrarnos al conocido poema de Kavafis, que se cita
en un momento del relato, en el que lo importante es el viaje a Ítaca; que ya
llegará el futuro alentador, porque por ahora lo único que hay es un presente
de lucha; de una lucha que ya es de todos porque como comentaba Nepomuceno
Moreno citando a Martin Niemöller:
Primero se llevaron a
los judíos, pero como yo no era judío, no me importó. Después se llevaron a los
comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó. Luego se
llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero tampoco me importó. Más
tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco
me importó. Ahora vienen por mí, pero ya es demasiado tarde.
Lágrimas colaterales
Marcela Turati complementa, en parte, la crónica
anterior de Pastrana. Es una de las virtudes de este periodismo: que se muestran
todas las capas posibles que recubren un suceso, una situación. Unos discursos
complementan otros para tener una visión amplia de lo sucedido. Es la forma que
tiene el cronista de ser honesto con el lector y con la realidad. Tras las
pistas de los desaparecidos refleja la lucha de las madres y los padres de
los desaparecidos:
Esta es la tercera
reunión de madres con hijos desaparecidos en el norte. En la primera, en
Saltillo, se contaron cómo la tragedia les partió la vida. En la segunda, en
Monterrey, intercambiaron experiencias de lucha y detectaron que por más
plantones, huelgas de hambre o mesas de trabajo logradas con los distintos
gobiernos estatales y federal, la respuesta común fue la burla
institucionalizada. En esta tercera, en Chihuahua, compartieron el aprendizaje
legal de las veteranas, comenzaron a validar sus sentimientos y crearon la Red
de Defensoras y Defensores de Derechos Humanos y Familias de Desaparecidos del
Norte (2012: 114).
Turati se extiende en explicar los “mecanismos de
impunidad” sobre los que se sustenta el gobierno mexicano. Pero también subraya
la dignidad última de estas mujeres que se reúnen y organizan. Con ellas quiere
terminar su crónica; con la luz tenue de esperanza y de restitución que
representan.
Y para completar este mapa que ronda a los
detenidos y desaparecidos de la guerra contra el narcotráfico están las dos
crónicas o perfiles que cierran el libro y que se reúnen bajo el título de No
nos arrancarán sus nombres. La periodista Elia Baltazar nos habla de uno
de estos desaparecidos, Jethro Ramssés Sanchez Santana, y de
la escuela que su padre Héctor Sánchez ha fundado en honor de
su hijo, como continuación de la tarea formativa que llevaba a cabo este joven,
que tenía 26 años cuando lo asesinaron. Por su parte el periodista Luis
Guillermo Hernández rescata a dos de estos jóvenes asesinados, los jugadores de
fútbol Rodrigo Cadena y Juan Carlos Medrano,
dos víctimas más, “daños colaterales”, que, según el gobierno, “en algo
estarían metidas”, “por algo les pasó”, “uno nunca sabe”. Estos perfiles
recuperan sus historias y ponen rostro a estas víctimas de la guerra de Felipe
Calderón.
También en Entre las cenizas, John Gibler
(estadounidense arraigado en México) se ocupa, como no podía ser de otra
manera, de retratar el valor de los periodistas locales mexicanos. En concreto
de Cuernavaca, aunque esta realidad por desgracia la comparten en otros muchos
lugares del país. Gibler nos cuenta en su crónica cómo comenzaron las bajas
entre los periodistas; las muertes y desapariciones. Del peligro que corren, de
la impunidad de quienes matan y de la connivencia que mantienen con la policía.
De cómo el narco es el dueño de las redacciones. Cómo los periodistas, cuando
escriben una noticia, no están pensando si le gustará al jefe de redacción, o
al director del periódico, o al ciudadano: solo pueden pensar en si esto le
molestará al narco.
Nos cuenta in situ cómo es esta particular lucha
por informar. Cómo no les quedó otra a los periodistas de Cuernavaca que
autoprotegerse, agruparse, estar constantemente pendientes los unos de los
otros, registrar en cada momento dónde están y qué noticia están cubriendo y
aprender también a emplear un lenguaje y un discurso adecuado en sus noticias,
que, sin pretenderlo, hiciera propaganda del miedo a los narcos.
El ritmo vertiginoso de la escena final de esta
crónica; su relato narrativo; los personajes; el periodista local Pedro
Tonantzin que la protagoniza; nuestro cronista involucrado en la
situación; la acción e inacción de la policía; la afluencia de periodistas al
lugar; la barriada en que se encuentran; la impunidad… todos los recursos
narrativos, toda la retórica puesta para subrayar la importancia y el peligro
de informar, de ejercer el periodismo en estas zonas.
Las redes sociales frente a las redes del
narcotráfico
“La resistencia cibernética” no podía obviarse en
este libro que se ocupa de detectar los focos de reacción contra la guerra del
narco y contra él. Vanessa Job relata las acciones diversas que tienen lugar en
Internet por medio de blogueros, tuiteros, plataformas… Se describe la
actividad del blog Menos Días Aquí, donde los ciudadanos se ofrecen como
“embalsamadores cibernéticos”, comenta la cronista, porque durante siete días
rastrean cadáveres de personas asesinadas en la guerra contra el narcotráfico.
La propia cronista participa en el blog. Así comienza la crónica: “Que nunca
los voluntarios cuenten a uno de mis padres, mis amigos, mi familia. Nunca. Yo
encontré a Rubén, Javier, Juan Manuel,
Carlos, Rafael, Rubén Abraham,
Nole, Franshesca, Ricardo, Luis
Alberto” (149). Comprendemos la dificultad, la crudeza y la
importancia de este voluntariado de un modo muy directo por medio de la
experiencia personal que nos cuenta la cronista:
El lunes que llegó mi
turno sentí vértigo ante este duelo participativo y social. Conté los cadáveres
de personas embolsadas, descuartizadas, torturadas, acribilladas, cuerpos en
estado de putrefacción, personas y osamentas encontradas en fosas clandestinas
en varios estados, decapitados, gente asesinada después de un secuestro y
varios muertos por granadas. No era consciente de todas las personas que cada
semana pierden la vida ante el poder de las esquirlas (151).
Muchos son los que ayudan como tuiteros
profesionales. Se ocupan diariamente de retransmitir alarmas de seguridad. Es
el caso de Chuy @MrCruzStar con casi 5000 seguidores. Los
ciudadanos confían en él. Saben que el aviso de un tiroteo, enfrentamiento o
disturbio emitido desde su timeline está verificado. En septiembre de
2011 en Tamaulipas, donde también trabaja Chuy, fue asesinada una tuitera
conocida como NenaDLaredo. Era una periodista y administraba el sitio de
noticias independientes www.nuevolaredoenvivo.es.tl, que tenía más de 400.000
visitantes. Un día desapareció. Su cuerpo se encontró finalmente con un
mensaje: “Aquí estoy por mis reportes y los suyos”. Ana Rent
es otra tuitera, querida y apreciada en la población. La gente la reconoce por
la calle y le agradece su labor. Dice: “confían en mí porque tengo una red de
contactos entre periodistas, bomberos, políticos, paramédicos, que me dan la
información que ellos no pueden difundir” (155).
La red social El Grito Más Fuerte llevó
adelante una campaña #enloszapatosdelotro que tuvo una importante repercusión
civil. Muchos actores famosos ponían voz a esos familiares que buscaban a sus
hijos y parientes desaparecidos, agrupados bajo el colectivo de Movimiento por
la Paz con Justicia y Dignidad. Los anuncios daban cuenta de miles de
testimonios. El dramatismo del momento se puso de manifiesto durante esos días
de grabación de los anuncios, cuando fue asesinado el protagonista de la
crónica de Daniela Pastrana, Nepomuceno Moreno, por pedir justicia para su hijo
ilegalmente detenido y desaparecida.
Una vez más las crónicas de este volumen se
complementan y nos aportan más datos, más matices que completan el mapa de
pequeñas pero relevantes acciones contra esta guerra en México. Finalmente,
estos puntos aislados se nos muestran como nodos que unen a ciudadanos
dispuestos a cambiar las cosas. Las crónicas de estos Periodistas de a Pie nos
hacen percibir la existencia de un tejido social que, aunque mermado y
mutilado, sigue luchando.
Esta crónica sobre los medios de resistencia en internet
también recoge el empeño de la escritora Lolita Bosch por crear una red que
respondiese de algún modo a la Masacre de Tamaulipas. Canalizó sus anhelos por
medio de la escritura en el blog Nuestra Aparente Rendición (NAR), que
ha terminado por convertirse en plataforma. Muchos han sido los autores de toda
índole que han contribuido con sus textos en la reflexión y en la muestra de
perplejidad e indignación ante la guerra contra el narcotráfico.
Pulguitas a un perro
Lydiette Carrión escribe sobre las acciones
realizadas en los barrios. En concreto, se adentra en los barrios que el
Ejército empezó a “peinar” en busca de supuestos pandilleros cuando comenzó la
guerra contra el narcotráfico. Este fue el punto álgido que disparó la
avalancha de niños sicarios y de suicidios juveniles. Los cárteles aprovecharon
para reclutar a chicos y jóvenes sin futuro por unos pesos y algo de droga.
Solo dos opciones: el reclutamiento forzoso (de narcos o militares) o la
marginación. Esto sucede en las zonas desfavorecidas de Monterrey y ahí es
donde actúan organizaciones como CreerSer que emplean la música y el baile para
enseñar a expresarse sin violencia. Recuperar vidas, recuperar a estos
pandilleros con proyectos como Clikas por la Paz o Cauce Ciudadano. Acciones diversas
que tratan de ofrecer una visión diferente del mundo a estos sectores
marginales y de posibilitarles un proyecto vital alejado de la violencia y las
drogas. Proyectos que se definen como “pulguitas en un perro. Y sin embargo ahí
están, pequeñas iniciativas, pulguitas luchando contra un abandono colosal”
(193).
El cronista Luis Guillermo Hernández retrata, en
primer lugar, la falta de una asistencia médica regulada que dé solución no ya
a los dolores físicos que causa esta guerra y contra-guerra, sino a los dolores
del alma que trae consigo. Y, en segundo lugar, que es de lo que se ocupa esta
crónica, cuenta la ingente labor de la medicina alternativa en “cementerios
emocionales” como ciudad Juárez. Muchos de estos tratamientos son considerados
superchería, como la terapia de las flores de Bach que implantaron Dora Dávila
y las mujeres de Sabic.
La verdadera guerrilla de salvación, como apunta
el cronista, la realizan en estas poblaciones las terapias de duelo y de manejo
de las emociones que llevan adelante psicoterapeutas, ayudados por masajistas,
acupunturistas, con mapas energéticos corporales, auriculoterapeutas,
convencidos de que las orejas reflejan una imagen parecida a la de los fetos
dentro del útero materno, y por lo tanto funcionan como un reflejo de todo el
cuerpo humano. La plaza de la ciudad se llena de todos ellos y también acuden
dibujantes y grafitteros, gente del colectivo Pacto por la Cultura, una
asociación que plantea alternativas artísticas contra la violencia. Juntos
recuperan el espacio público y ayudan a la población.
Sin duda estas crónicas de Entre las cenizas
rescatan desde la escritura, con la palabra, con el relato de los hechos y por
medio de sus protagonistas, como apunta en el prólogo Cristina Rivera Garza, la
enargeia del poema homérico; esa “luminosa, insoportable realidad”. Poco
a poco este grupo ha dado cuerpo a su proyecto de Periodistas de a Pie hasta
convertirse en un punto de referencia y de apoyo. En la actualidad es una
asociación en la que convergen muchos reporteros de
distintos medios, pero que coinciden en la visión de buscar un periodismo que
devuelva el rostro humano a la noticia. No se trata de un club cerrado y con
credenciales de acceso, sino de un punto de reunión, un anclaje para muchos,
como explican en
su web.
Periodismo que narra
Otra antología recopilatoria de trabajos
publicados previamente en diversos medios ha sido coordinada por el chileno
Juan Pablo Meneses (siempre atento a las novedades), que ha sabido rescatar
buenos textos de algunos de los miembros de la “Red de Periodistas de a Pie” y
de otros cronistas mexicanos. Se trata de Generación ¡bang!: los nuevos cronistas del narco mexicano (2012).
Además de crónicas de Thelma Gómez Durán, Luis Guillermo Hernández, Marcela
Turati y Daniela Rea, todos ellos Periodistas de a Pie, se suman trabajos como Un
narco sin suerte de Alejandro Almazán; Partes de
guerra, de Daniel de la Fuente; La mujer más valiente
de México tiene miedo, de Galia García Palafox; Un
vaquero cruza la frontera en silencio, de Diego Enrique Osorno;
Los desaparecidos de Tamaulipas, de Humberto Padgett;
La voz de la tribu, de Emiliano Ruiz Parra y ¿Qué
hay en el más allá de un narco? de Juan Veledíaz. Títulos
bastante elocuentes que ya dan cuenta del cambio de foco, de la perspectiva
diferente hacia la que apunta este tipo de periodismo, de los terrenos en los
que se adentra y de las fisuras sociales que quiere retratar. Una reseña de
este volumen, aquí.
Todos estos cronistas
suelen coincidir en reuniones, en fiestas, en redacciones y, puede afirmarse
que en muchos casos son amigos. Daniel de la Fuente, vive en Monterrey, pero
los demás circulan por Distrito Federal. Juan Veledíaz, Marcela Turati,
Emiliano Ruiz Parra, Daniela Rea, Humberto Padgett, Daniel de la Fuente, Luis Guillermo
Hernández, Alejandro Almazán, Elia Baltazar,… la mayoría de integrantes de este
grupo nació periodísticamente en Reforma. Y todos, de alguna manera,
desde diferentes medios, enclaves vitales y posiciones profesionales, han ido
haciendo un trabajo de “convencimiento” y de “capacitación”, a su modo, para
ser cada vez más colegas en esta visión del periodismo, tanto ética como
narrativa. Diego Osorno, Ruíz Parra y Almazán, por ejemplo, forman un grupo
dentro de la crónica literaria, y se autodenominan “infrarrealistas”. Aquí se
puede leer su manifiesto. Galia García Palafox estuvo coeditando Gatopardo,
con Guillermo Osorno… Y casi todos ya han publicado más de un libro de crónicas
y siguen trabajando en los medios. Hay en México un magma, un clima común y
favorable hacia este periodismo que cuenta, que narra, hacia la crónica
literaria.
Otros libros de crónicas vienen abordando desde
diferentes frentes el asunto del narcotráfico. Un reciente caso sería el
extenso reportaje de Wilbert Torre, Narcoleaks. La alianza
México- Estados Unidos en la guerra contra el crimen organizado (Grijalbo,
2013). Y las antologías Sam no es mi tío: Veinticuatro crónicas migrantes y
un sueño americano (Alfaguara, 2012), coordinada por Diego Fonseca
y Aileen el-KaDi; 72 migrantes (2011), “traslado al
papel” del proyecto www.72migrantes.com,
coordinación por Alma Guillermoprieto, que rinde homenaje a
los 72 migrantes centroamericanos que fueron asesinados impunemente en agosto
de 2010 en el municipio de San Fernando, Tamaulipas. Es un libro llevado a cabo
gracias a la colaboración de muchos escritores y periodistas, entre los más
conocidos: Juan Villoro, Jorge Volpi, José Woldenberg, Sergio Aguayo
Quezada, Roger Bartra, Elena Poniatowska y Francisco Goldman.
Los 72 textos y fotografías incluidas en 72migrantes.com —coeditados por
Editorial Almadía y Frontera Press— presentan la vida de estos migrantes, les
ponen nombre, rostro, profesión. Son textos que transforman una cifra, una masa
informe y anónima, un hecho monstruoso, en historias de vida concretas, de
sueños y anhelos particulares, de dolores muy personales y únicos.
También se encuentran los dos volúmenes del
Proyecto Nuestra Aparente Rendición (NAR), coordinados por Lolita Bosch
y por Alejandro Sáez, que surgen de los materiales y el
impulso del portal de Internet http://nuestraaparenterendicion.com/index.php. Primero fue Nuestra aparente rendición
(2011, Grijalbo), con textos de periodistas y
escritores sobre la violencia y la construcción de la paz en México y, en
segundo lugar, surgió Tú y yo coincidimos en la noche más terrible
(2012, Nuestra Aparente Rendición, NAR), que
recupera las vidas de los 126 periodistas y trabajadores de la información
asesinados o desaparecidos en México del 2 de julio de 2000 al 2 de julio de
2012.
Estos no son sino algunos ejemplos del nuevo
periodismo latinoamericano, concretado en este trabajo en lo que podemos
definir como narcocronistas en México. Un periodismo emergente que rescata a la
literatura de su alianza con la ficción. Es el periodismo del “basta ya!” y del
“nunca más”, pese a que huye precisamente de los eslóganes, los reclamos y los
coros. Un periodismo de trinchera que ha entendido que la guerra no tiene un
frente definido y puede estar en todo tiempo y en todo espacio. Un periodismo
que comienza a tener voz y que huye de los votos.
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Los periódicos digitales (no cabeceras nacionales) se han acontumbrado a recibir articulos y no pagarlos, al menos en España.
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