La democracia como sistema político está siendo permanentemente
agredida por el divorcio que existe entre los pueblos y sus
representantes. Los ciudadanos se van alejando de las formas de
expresión democrática por la estafa mantenida por aquellos que en este
momento la controlan, es decir, las estructuras partidistas. En ellas
está gran parte de la explicación del dominio del Tea Party en el
Partido Republicano y la crisis que ha traído como consecuencia la
llegada de Trump y todo lo que viene aparejado. Es una crisis que no
hace distingos de primer o tercer mundo, que no hace distingos entre el
mundo con Internet o el mundo sin él.
Hemos llegado al punto de que nos resignamos al hecho de que, así
como existen determinadas condicionantes fisiológicas en los seres
humanos, la corrupción, el abuso del poder y la estafa de la democracia
son inherentes al sistema. Por tanto, la fiesta de la democracia que
este año llegará a las Américas va a marcar de manera definitiva el
futuro inmediato de un mundo en el que cada vez más se van perdiendo los
referentes y los modelos económicos e ideológicos. Un mundo que ofrece
una inmensa oportunidad de estar conectados, pero que al tiempo hace
parecer que los únicos actores serios en la película de este siglo XXI
sean países como China o gobernantes como Putin. (Antonio Navalón en El País. 09-901.2018)