MI BUEN AMIGO Y EXSOCIO NUESTRO, ADOLFO CANO RUIZ, HA FALLECIDO EN SU CASA DE EL CAMPELLO, VICTIMA DE ESA “LARGA ENFERMEDAD” LLAMADA CANCER
ADOLFO CANO RUIZ
Me acaba de
llamar Clara, la ya viuda de mi amigo ADOLFO CANO RUIZ relojero, pintor,
excombatiente y estudioso de la olvidada guerra de Ifni, ex socio nuestro y presidente
fundador de la Asociación de Artistas Plásticos de El Campello, para darme la
triste noticia de su fallecimiento a las veintiuna horas de ayer domingo dia 26
de los corrientes.
Adolfo, ha
vivido durante muchos años anunciando su
“inminente” muerte, con la entereza de un estoico y la parsimonia de
un relojero, sin embargo, poseedor de una mala salud de
hierro, ha llegado a los ochenta y tres sorteando múltiples enfermedades
hasta
que esa “larga enfermedad” a la que nunca se le da su auténtico nombre:
cáncer,
ha logrado llevárselo desde su casa donde ha fallecido, hasta el lugar
indeterminado a donde van las buenas personas aunque no pasen
mucho por las iglesias.
Descanse en
paz, quien era incansable para trabajar, crear y organizar. Su cuerpo descansa
en el Tanatorio de San Juan y a las 19 horas se le hará un funeral en el mismo lugar.
Mi sentido pésame
a su esposa, hija y demás familiares
Alicante, 27 de noviembre de 2017
Carlos Bermejo
Su amigo del alma
ADOLFO
EN MIRAR UN CUADRO
Por CARLOS BERMEJO
Adolfo Cano nació en Valencia, hace ya
algunos años de cuyo número no quiero acordarme, porque la edad no cuenta
cuando la mente cultivada se conserva joven. Y Adolfo siempre cultivo la mente,
encauzándola por diversos y variopintos canales, uno de los cuales fue el Arte
de la Pintura, que comenzó a practicar casi de niño, como todo valenciano que
se precie de serlo por aquello de la luz y el colorido, tópico que de tanto
repetirlo hasta los propios valencianos han llegado a creerse.
Parece ser y a las fuentes del propio Adolfo
me remito, que en su Valencia natal realizo cuatro años de Dibujo Artístico y
tres de Delineación. Estudios que a la vuelta de los años le servirían para
retomar su pasión por la pintura,
adormecida por el trasiego de sus años de vagabundeo por medio mundo: Sidi Ifni, Alemania, Suiza,
Francia y algún otro país que me dejo en el tintero, a la búsqueda de “nuestro
pan de cada día”. Hasta que
definitivamente vuelve a España para quedarse, y más concretamente en El
Campello donde reside. Una vez aquí y jubilado a medias, relanza su carrera
pictórica y comienza a exponer de forma regular coincidiendo con su ingreso en
la Asociación de Artistas Alicantinos, con la que ha expuesto en numerosas
colectivas y de grupo. A él se debe la creación del grupo “Diez artistas
alicantino” que con el apoyo de Pepe Zapata y mío, ha tenido y puede seguir
teniendo viabilidad y por el que han pasado unos cincuenta pintores desde su creación
hace unos tres o cuatro años. Pero antes ya había expuesto en Paris de forma
individual como también lo ha hecho en Alicante y Campello.
Adolfo, en la temática es tan polivalente
como en su personalidad. Figura, paisaje, bodegón, naturalezas muertas,
marinas, motivos religiosos y todo aquello que el crea digno de pintarse, lo
pinta. Para ello echa mano de la técnica adecuada al motivo: Óleo, acrílico,
pastel y acuarela; técnicas en las que se desenvuelve con mayor o menor
habilidad, pero a las que se enfrenta sin remilgos, porque a todo se atreve y
todo le sale dignamente. Tantos es así,
que acometió la hazaña de pintar en paño de seda, una imagen de la Santa Faz,
que dono a la Cofradía del Santo Entierro y que viene procesionando desde el
acto solemne de su entrega, en la Semana Santa campellera. Quién sabe si así
que pasen doscientos o trescientos años,
quizás la imagen convertida ya en reliquia milagrosa de devoción para el
pueblo creyente, será venerada y sobre ella y su autor se creara una leyenda,
en la que se diga que fue un Ángel bajado del Cielo el que la pinto: El Ángel
San Adolfo Y es que Adolfo, ya digo, se atreve con todo y hasta lo más
insólito, a asistir a la bendición y consagración de la imagen, el que de las
Iglesias solo le gustan las fachadas…Todo un carácter este amigo Adolfo.
En su afán experimentador, aun no se ha
decantado por ningún tema o técnica específica, por lo que no podemos decir que
tenga un estilo propio, a no ser que cometamos la “boutade” de decir y a lo
mejor es verdad, que el estilo de Adolfo es no tener estilo y mariposear por
todos. Y a fe que cuando lo hace, nos saca unos Magrit, unos Picassos, unos
Sorollas y unos todos, que nos dejan sorprendidos, pues bebiendo de todos
ellos, son suyos sin lugar a dudas, porque no copia sino que recrea. Tal es el
caso de una “Venus mirándose al espejo”, cuadro en el que recreando a
Velázquez en el tema y al Picasso
cubista en el estilo, le sale un Adolfo que me gusto sobre manera cuando lo vi
y que ahora le he pedido que traiga a este TALLER.
Adolfo aun plantea el dibujo para su
traslado al soporte, a la vieja usanza de la cuadriculación. No utiliza el
cómodo recurso del proyector, que, especialmente para la figura, utiliza hasta
el más pintado. Yo lo he visto trabajar con el método y lo hace con la
precisión de relojero, que aprovecho para decir que es uno de los trabajos que
le dan y le han dado de comer. Adolfo tiene esa paciencia imprescindible para
lo uno y lo otro.
El color, no es un obstáculo infranqueable
para Adolfo; él lo armoniza sin fuerte contraste, lo que es un buen recurso
para salir del paso sin que el cuadro chirríe. Quiebra bastante bien los verdes
y utiliza con discreción rojos y amarillos. Con los azules pone su acento a las
marinas mediterráneas, que en El Campello le salen a uno a la vuelta de la esquina. Y con todos ellos
luchando por destacar pero sin hacerse sangre, Adolfo pinta unos jarrones con
flores en los que deja a un lado la moderación de tono y contraste, se lanza al agua sin salvavidas y sin saber
nadar y milagrosamente sale a flote. Es decir, le salen unos floreros en la
línea de los mejores en la especialidad.
Así es nuestro buen amigo Adolfo en lo
artístico. Pero ¿Cómo es en lo personal? Yo que me precio de conocerlo, tengo
que decir en honor a la verdad, que aún no he acabado de catalogarlo, aunque
algo voy sabiendo de su multifacética
personalidad. Porque Adolfo tiene
múltiples personalidades: La de relojero en la que prima lo minucioso y
ordenado. Todas las piezas deben encajar en su sitio y ninguna puede quedar
fuera de la caja pues el reloj no funcionaría; la de organizador meticuloso
consustancial a la de relojero. Adolfo organiza bien y ni por azar se deja nada
fuera de la caja. Le da vueltas a todo y a veces a todos y acaba imponiendo su
criterio ordenancista, que casi siempre suele ser el más adecuado al momento y
a la circunstancia, es decir, Adolfo manda mucho y hay que reconocer que sabe
hacerlo y lo que hace resulta bien; es convincente hasta la saciedad y por ello
acaba imponiéndose, pero no es como “el capitán araña”, él se embarca y rema
tanto como el que más. Tiene mucha sensibilidad emocional (la artística ya la
hemos destacado) y es susceptible a considerar agravios las pequeñas cosas que
surgen en la cotidianidad del trato con los demás. Enjuicia con rigor y para sí
mismo lo hace a la baja, aunque huela con el tufillo de la falsa modestia.
Podría seguir diseccionando la compleja
personalidad de nuestro amigo Adolfo, pero no quiero aburrir al personal. Sin
embargo no voy a cerrar esta semblanza,
sin decir aquello de “humano demasiado humano”, porque Adolfo lo es en grado
sumo, pero si ponemos en la balanza las
virtudes que le adornan, por un lado, y por otro sus pecadillos veniales, la
balanza caerá con fuerza del lado de aquellas.
Este es Adolfo, mi amigo Adolfo, al que
aprecio de corazón y espero que a partir de hoy, vosotros también lo
aprecies como artista y como persona,
porque tiene méritos para ser admirado, como ahora podréis comprobar.
Gracias por vuestra presencia.
Carlos
Bermejo. Alicante 28 de Mayo de 2008