Editorial de La Vanguardia, de dia 2 de octuubre 2017
Propuestas para salir del drama
Desolación. No creemos que exista otra palabra más
adecuada para describir el estado de ánimo mayoritario de la sociedad
catalana en estos momentos. Las escenas de tensión vividas ayer en
Catalunya están dando la vuelta al mundo y dejaran un huella muy difícil
de borrar. desolación, esa es la palabra.
Previamente ocupados, muchos colegios electorales abrieron
sus puertas y rápidamente fueron equipados con las urnas adquiridas
subrepticiamente por la Generalitat, que a su vez anunciaba la
posibilidad de votar mediante un censo universal administrado vía
internet.
La movilización popular y la tecnología digital frente a la
ley y los aparatos del Estado encargados de hacerla cumplir. El día
amaneció oscuro. Sombrío y lluvioso, como un mal presentimiento. Los
Mossos d’Esquadra levantaron acta de la situación creada en muchos
colegios, pero no hicieron uso de la fuerza, siguiendo órdenes de sus
mandos. Situadas así las cosas, entraron es escena la Policía Nacional y
la Guardia Civil, con efectivos reforzados desde varios puntos de
España, con la orden tajante de impedir las votaciones. Escenas de
resistencia pacífica ante la acción policial, que el Gobierno calificó
al mediodía de “firme y proporcionada”. Estampas diversas: en algunos
colegios, los agentes actuaron con visible contención; en otros,
actuaron con verdadera furia. La imagen de la policía española retirando
urnas y enfrentándose a manifestantes pacíficos se convirtió en el
relato del día en los principales circuitos informativos
internacionales. Un relato de alto impacto. Desolación.
¿Se podía haber evitado? Sí. Los gobernantes catalanes
nunca debían haber forzado el camino de la unilateralidad –lo hemos
repetido decenas de veces en los últimos meses– y el Gobierno de España
debía haber creado con la suficiente antelación un marco de diálogo que
fuese capaz de crear nuevos consensos en Catalunya. El Gobierno de
España ha atajado un acto de desobediencia con un elevado coste. Ayer no
hubo referéndum en Catalunya y cuanto antes lo reconozcan los partidos
soberanistas, mejor para todos. El Gobierno de Mariano Rajoy, sin
embargo, ha hecho algo más que garantizar el orden constitucional. Ha
querido enviar un mensaje de autoridad al conjunto de la sociedad
española: a los catalanes y al resto de la sociedad española. Un gesto
de autoridad especialmente pensado para sus votantes. Un gesto de
firmeza ante los demás gobierno europeos en un momento difícil para la
Unión. El precio de esa política de firmeza, nunca acompañada de una
verdadera propuesta de diálogo. es alto. Un mayor desgarro de la
sociedad catalana, que muy mayoritariamente rechaza los acontecimientos
vividos ayer. Queremos ser claros al respecto: el desgarro es profundo.
No se oían ayer aplausos atronadores en el resto de España, excepto
algunas minorías excitadas que no representan la España constitucional.
Los acontecimientos de ayer en Catalunya dejan un gran sinsabor entre
las gentes de España de las más diversas ideologías. Desolación. Mala
imagen en el extranjero, de eso no hay duda. Los primeros ministros de
Bélgica y Eslovenia pidieron ayer una solución al problema de Catalunya,
sin violencia.
El Govern de la Generalitat tampoco sale indemne del trance. No ha logrado llevar a cabo un referéndum digno de tal nombre y también es responsable de lo ocurrido ayer. Apartando a los Mossos de la ingrata labor de ejecutar las órdenes judiciales, salvaguardó su imagen, pero no protegió a la gente de buena fe que acudió a los colegios. ¿Cuánto peor, mejor? ¿Es esa la política que deseamos para Catalunya en los próximos años? Más de cuatrocientas personas tuvieron que ser atendidas a lo largo de toda la jornada por los servicios de asistencia. Desolación. Nadie puede sentirse orgulloso de lo ocurrido. Nadie puede sacar pecho. Nadie puede hablar con satisfacción en el rostro. Nadie puede considerarse vencedor. Hemos perdido todos.
Y ahora, ¿qué hacer? En primer lugar, no quedar prisioneros
del lamento. Hay que intentar abrir de inmediato vías de diálogo real.
Nos atrevemos a proponer la creación de una comisión independiente,
formada por juristas y personalidades de relevancia, que en un tiempo
limitado pueda ofrecer una propuesta al Gobierno de España y al Govern
de la Generalitat que permita articular una vía de salida, que una vez
acordada, fuera votada por la sociedad catalana, como un primer paso.
Esa iniciativa no tendría que ser incompatible con la comisión de
estudio de la cuestión territorial creada en el Congreso. No es el
tiempo de las palabras vacuas. Cuando apelamos de diálogo hemos de
hablar de algo tangible. Hay que actuar con celeridad y concreción,
puesto que el desgarro es enorme. Al mismo tiempo todas las fuerzas
políticas, sociales, empresariales y sindicales del país deberían
conjurarse para frenar la espiral de la tensión en todos los foros
públicos. ¡Basta ya de la sobreexplotación de la tensión! La
desinflamación del lenguaje es el primer paso a dar, previo a cualquier
tipo de pacto. Esa es la primera y más urgente tarea: desinflamar. Hemos
de restablecer el respeto mutuo. Apelamos a la sincera amistad de
muchísimo españoles con la sociedad catalana para fortalecer el respeto
mutuo.
El Congreso de los Diputados debería ser escenario de un
debate a fondo sobre la situación creada. Un debate orientado
principalmente a la búsqueda de soluciones. También, el Parlament de
Catalunya debería afrontar la cuestión, sin frentismos. En el Parlament
de Catalunya son necesarias nuevas mayorías. Al respecto, queremos ser
claros. La dinámica política catalana no puede seguir en manos de un
partido con apenas el 8% de los votos en las últimas elecciones. La
política catalana no puede seguir más tiempo la partitura de la CUP.
Advertimos, por tanto, contra cualquier tentación aventurerista en estos
momentos, que no obtendría ningún apoyo en Europa y en el mundo y que
agravaría aún más la situación creada. Rechazamos rotundamente, el
“cuanto peor, mejor”. Esta nunca puede ser la política de una sociedad
europea. Hay que atajar toda tentación suicida. Hay que devolver los
centros de dirección de la política catalana a su más estricto marco
institucional. La política de la Generalitat no debe ser guiada por
comités ocultos. Las entidades cívicas del soberanismo no pueden
sustituir al Govern. Hay que restablecer la institucionalidad catalana.
Dignidad, inteligencia, desinflamación y búsqueda de una
vía de salida que pueda ser libremente votada por los ciudadanos de
Catalunya. Lo ocurrido ayer es grave. Compartimos el dolor y la
indignación de muchos ciudadanos. Pero a las situaciones complicadas hay
que buscarles siempre una salida. No nos dejemos sepultar por el
resentimiento.