La hora cero
La independencia catalana sería trágica para España y para Cataluña, que habría caído en manos de unos demagogos que la conducirían a su ruina
La respuesta no puede ser la que esgrimen los nacionalistas, que ello se debe a que “España roba a Cataluña”, pues, precisamente, desde la caída de la dictadura de Franco y la transición hacia la democracia esta región ha obtenido progresivamente la mayor atribución de competencias económicas, culturales y políticas de toda su historia. Podría no ser suficiente, desde luego, y quizás haya habido de parte de los gobiernos centrales negligencia en atender los reclamos de Cataluña; pero esto, que tiene una salida perfectamente negociada dentro de la legalidad, no puede justificar la pretensión de cortar de manera unilateral quinientos años de historia común y romper con el resto de una comunidad que está presente e imbricada de mil maneras en la sociedad y la historia catalanas.
La tradición cultural de Cataluña está reñida con el provincianismo racista del nacionalismo
La explicación está seguramente en una labor de adoctrinamiento sistemático, que comenzando en las escuelas y proyectándose a todo el conjunto de Cataluña a través de los grandes medios de comunicación, orquestado y financiado desde el Govern catalán desde los años de Jordi Pujol y sus seguidores, fue calando en las nuevas generaciones hasta impregnarlas con la ficción perniciosa que significa todo nacionalismo. Un adoctrinamiento que no fue casi contrarrestado por la incuria o la ingenua creencia de parte del Gobierno y la élite política e intelectual del resto de España de que aquella fabricación mentirosa no prendería, que la sociedad catalana sabría resistirla, que el problema se iría resolviendo solo. No ha sido así y esa incuria irresponsable está hoy detrás de un monstruo que ha crecido y llevado a buena parte de Cataluña a una deriva secesionista que, aunque cuando no triunfe —y yo creo firmemente que no triunfará—, puede precipitar a España en una crisis traumática, que, entre otras consecuencias nefastas, podría paralizar el proceso de recuperación económica que tantos sacrificios ha costado ya a los españoles.
Ha habido una larga labor de adoctrinamiento orquestado y financiado desde el Govern desde los años de Jordi Pujol.
Hay que tender puentes primero, reconstruir los que se han roto. Y ésta es una labor esencialmente cultural. Convencer a los menos fanatizados y recalcitrantes que el nacionalismo —todo nacionalismo— siempre fue una epidemia catastrófica para los pueblos que sólo produjo violencia, incomunicación, exclusión y racismo, y que, sobre todo en esta época de globalización universal que está deshaciendo poco a poco las fronteras, es suicida querer resistirse a este proceso enormemente beneficioso para toda la humanidad. Y explicar que España necesita a Cataluña tanto como Cataluña necesita a España para integrarse mejor en la gran aventura de Europa y perseverar —perfeccionándola sin tregua— en esta democracia que ha traído a este país unas condiciones de vida que son las más libres y prósperas de toda su historia.
La independencia de Cataluña sería trágica para España y sobre todo para Cataluña, que habría caído en manos de una ideología retrógrada y bárbara y de unos demagogos que la conducirían a su ruina. Todo lo que hay de justo en las demandas soberanistas se puede alcanzar dentro de la unidad, mediante negociaciones, sin fracturar la legalidad que en este último medio siglo ha ido haciendo de España un país libre y democrático. No olvidemos que, durante la Transición, el mundo entero miraba a España como un ejemplo a seguir, por haber transitado tan pronto y de manera tan cauta y pacífica hacia la democracia, con la actitud tolerante y solidaria de todos los partidos políticos y el beneplácito de la inmensa mayoría de la nación. No es tarde para retomar aquel punto de partida solidario del que se derivaron tantos bienes para el conjunto de los españoles, empezando por el más importante, que es la libertad. Por todos los medios racionales posibles, hay que persuadir a los catalanes de que el nacionalismo es uno de los peores enemigos que tiene la libertad y que este período aciago debe quedar atrás, como una pesadilla que se desvanece al despertar.
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