Los catalanes tienen la palabra
Difícilmente cabe imaginar una jornada más
trascendental, de mayor y más determinante intensidad política, que la
registrada ayer. Catalunya, un país muy dado en tiempos recientes a las
jornadas históricas, vivió ayer, probablemente, la más histórica de
todas. O, dicho sea con mayor propiedad, la jornada más colmada de
hechos históricos.
Así fue porque, en un solo día, Catalunya asistió ayer a
una declaración de independencia en el Parlament, a la aprobación en el
Senado de la aplicación del artículo 155 de la Constitución para la
intervención de la autonomía catalana y, ya por decisión del Gobierno
central, a la destitución del presidente de la Generalitat y de los
miembros de su Govern, y a la convocatoria de elecciones autonómicas
para el próximo 21 de diciembre.
La Vanguardia ilustró su portada de ayer con una foto de
Artur Mas mirando desde lejos a Carles Puigdemont, su sucesor en la
presidencia de la Generalitat. El escenario: la galería gótica del
Palau. El momento: la declaración institucional con la que Puigdemont
desestimó la opción de convocar elecciones y prefirió pasarle la pelota
al Parlament para que aprobara la independencia. Mas fue quien puso en
marcha el proceso soberanista, tras interpretar con más ilusión que
fundamento la manifestación del Onze de Setembre del 2012. Al inicio de
dicho proceso, Mas se contentaba con mejorar el pacto fiscal para
Catalunya. Pero tras las elecciones del 27-S del 2015, planteadas como
plebiscitarias, en las que el independentismo no llegó al 48% de los
votos, y tras la designación a dedo de Puigdemont como presidente de la
Generalitat, el Govern y las entidades soberanistas arrumbaron ya
Catalunya hacia la independencia. Aquellos comicios, que no otorgaron
mayoría de votos al soberanismo, pero sí mayoría parlamentaria, fueron
presentados como un “mandato democrático” hacia la independencia. Pese a
no serlo. Puigdemont se comprometió a llevar Catalunya desde la
autonomía hasta lo que denominó preindependencia. Ayer, a primera hora
de la tarde, ese proceso pareció llegar a su final. Fue después de que
se votara en el Parlament una propuesta de Junts pel Sí y la CUP en la
que se animaba a declarar la independencia y abrir un proceso
constituyente de la república catalana. Desoyendo el consejo de los
letrados de la Cámara, la mesa del Parlament había aceptado la propuesta
y la había sometido a votación secreta. Fue refrendada con 70 sufragios
a favor, diez en contra y dos abstenciones. Los grupos de la oposición
–Ciudadanos, PSC y PP– habían abandonado la sala poco antes de la
votación. Los independentistas saldrían de ella alborozados.
Era sabido, y más tarde se vio confirmado, que la
declaración del Parlament tendría corto recorrido temporal y legal. Y
que, debido a la previsible aplicación del 155, los votos de la mayoría
podían dejar a Catalunya no a las puertas de la preindependencia, sino
devolverla a una etapa preautonómica.
De hecho, desde las diez de la mañana, el Senado
permanecía reunido en Madrid, perfilando el contenido final del artículo
155. Por la tarde, apenas una hora después de que en Barcelona se
hubiera votado en favor de la independencia, en Madrid 214 senadores (de
un total de 262) votaron en pro de la aplicación del 155.
El Consejo de Ministros se convocó a continuación. Y no
demoró su respuesta, encaminada a la restauración del orden
constitucional en Catalunya. Aprobó cuatro reales decretos, para cesar
al presidente Puigdemont, al vicepresidente Junqueras y a todos los
consellers. También para cesar a altos cargos y designar nuevos órganos y
autoridades. No hubo, por el momento, medidas relativas a la creación
de una autoridad específica del Gobierno en Catalunya. Pero dejaba en
sus manos los principales resortes de la Administración catalana. A su
vez, el presidente Rajoy compareció pasadas las ocho de la noche para
exponer sus razones. Afirmó, en alusión a lo ocurrido en el Parlament,
que en Catalunya se había impuesto la sinrazón sobre la ley. Ante lo
cual había requerido al Tribunal Constitucional para que anulara las
resoluciones de la Cámara catalana. Y, además, había dado luz verde a
las medidas ya desgranadas del artículo 155.
Si el camino seguido por el soberanismo para llegar hasta
la declaración de independencia ha incluido manifestaciones masivas,
pacíficas, ejemplares –y también astucias, vulneraciones legales y de
los derechos de la oposición, así como renuncios y maniobras
dilatorias–, la acción de Rajoy se distinguió ayer por su respeto a la
ley y por su carácter expeditivo. Amparado por la Constitución, propuso
un paquete de acciones que tienen como fin devolver, con la mayor
brevedad posible, el orden legal en Catalunya.
Es obvio que dicho paquete no será bien recibido por el
independentismo, que anoche todavía celebraba la votación del Parlament.
No se descarta que proponga desacatos o boicots... Pero en este caso no
puede negársele a Rajoy, a veces tan dado al quietismo, una virtud
fundamental: la celeridad con la que busca proteger, por la vía
electoral, los derechos de todos los catalanes, la mitad de los cuales
han sido ignorados, de modo inaceptable y reiterado, por el Govern de
Puigdemont.
Es oportuno subrayar que la convocatoria decidida por el
Gobierno central se parece muchísimo a la que estuvo sopesando y a punto
de proponer Puigdemont el jueves, antes de cambiar de opinión e
inclinarse por instar al Parlament a proclamar la independencia. Hemos
dicho en varias ocasiones que unas elecciones nos parecían la mejor
solución para desatascar la enrevesada situación política catalana.
Seguimos afirmándolo.
Y no hay motivos para creer que su resultado vaya a
ser menos legítimo, o distinto, si se convocan desde Barcelona y no
desde Madrid. O viceversa. Por ello aplaudimos la decisión del
presidente Rajoy.
Es imprescindible que Catalunya recupere cuanto antes su
pulso. En las últimas semanas se han sucedido una serie de hechos
devastadores. Han trasladado sus sedes allende el Ebro gran cantidad de
empresas (ayer ya eran unas 1.700), se ha retraído la inversión
extranjera, ha caído de modo alarmante el consumo interior, y se ha
deteriorado enormemente la imagen de marca Catalunya en el extranjero.
El independentismo ha tratado, contra toda evidencia, de minimizar estos
desperfectos. Pero basta con mirar alrededor, en el círculo más
inmediato, para verlos, para saber que serán duraderos y que la
recuperación de Catalunya, en el mejor de los casos, llevará tiempo y
acaso sea parcial.
No podíamos seguir por ese camino sin comprometer nuestro
esfuerzo y el de las generaciones que nos precedieron. No podíamos
continuar destruyendo el bienestar colectivo en aras de una ilusión
legítima, pero hasta la fecha contraproducente. No podíamos seguir
cultivando la división. Ha llegado el momento para que hablen las urnas [21 DE DICIEMBRE 2017] y
lo hagan con garantías. Los catalanes tienen ahora la palabra. Todos.
..........................
..................................NUEVO IMPULSO.....................
Puigdemont ha caído en su propia tramapa.
Decicido no convocar elecciones, y dejós que el Parlamento se comprometira.
Todo los parlamentarios con responable de incmplir la ley, excepto lo que mostraron su voto con el NO visible; pero sin embargo participaron en el teatrillo es ilegal. Debieron ausentarse como los del PP, PSc, y C´s.