Semillas de suspicacia
La declaración unilateral de independencia no se puede realizar, porque no solo es ilegal, sino antidemocrática
La declaración unilateral de independencia de Cataluña no puede llevarse a cabo, no ya porque sea ilegal, que lo es, sino, sobre todo, porque es antidemocrática y va contra la razón y porque, si se abre esa puerta, nos acercaremos todos, a pasos muy rápidos, a la olla. A la independencia no se llega porque un grupo muy grande, millones de personas, así lo quiera, sino porque una mayoría clara, la mayor parte del censo, así lo vota, de manera consolidada.
“En política”, dijo esta semana en el Parlamento Europeo el portavoz liberal Guy Verhofstadt, “llegar a un compromiso no es ninguna vergüenza. Yo llevo toda la vida haciéndolos y aún estoy vivo”. Se trata de un principio político muy sano, y como la historia muestra que no se debe sacrificar lo posible a lo impracticable, la manera más rápida de lograr ese recuento es unas nuevas elecciones autonómicas en las que quienes creen en la independencia puedan proponerla como primer objetivo de su programa electoral. Lo que, hasta ahora, nunca han hecho.
Es posible que los acontecimientos se deslicen, imparables, por el peor de los canales. No hay que descartar nunca que las cosas pueden ir a peor. Lo que sí hay que descartar es que sea inevitable; hasta el último minuto e incluso después, se puede esquivar el peligro. La única condición es huir como de la peste de quienes piensan que “cuanto peor, mejor”, esos caníbales que siempre nos invitan a cenar.
Negar la realidad es una pésima decisión. Lo fue el empeño de Mariano Rajoy en ignorar el problema político que se estaba planteando en Cataluña. Su responsabilidad es enorme porque fue él además quien alejó del PP a algunas de sus personalidades con mayor inteligencia y capacidad política. Sería, de nuevo, una pésima idea creer que esta situación se arregla vía tribunales. Pero los independentistas y quienes sin serlo les apoyan no pueden tampoco ocultar ya los efectos de sus propias decisiones, una realidad nueva y muy desgraciada que han provocado ellos mismos. En Cataluña, por primera vez, se ha levantado un muro de profunda desconfianza entre la comunidad “española” y la catalana. Se cosecha lo que se planta, y por mucho Rufián que se exhiba, lo que se lleva plantando desde hace un tiempo son semillas de suspicacia y cautela.