Lo sucedido en el Parlament catalán el pasado 10 de
octubre no pasará a la historia como paradigma de la ciencia jurídica.
Desde luego, los inspiradores y oficiantes de la performance no habrán
leído a Savigny y su obra De la vocación de nuestro tiempo para la
legislación y la ciencia del derecho.
De acuerdo con la ilegal ley del Referéndum, la declaración
formal de independencia y su eventual suspensión debe hacerla el
Parlament. Sin embargo, fue el presidente de la Generalitat quien asumió
el resultado del 1-O. Es decir, no sólo vulneraron la Constitución y
nuestro Estatut, sino que no cumplieron ni sus propias leyes.
Poco después los diputados y diputadas de Junts pel Sí y
las CUP firmaron la constitución de la “República catalana”. En pocas
horas se declaró una cosa y se firmó la contraria. En el hemiciclo se
intentó empatizar con la UE y en la sala de actos del Parlament se
intentó calmar la ira de las CUP y la de miles y miles de ciudadanos y
ciudadanas de buena fe que esperaban que Puigdemont cumpliera con su
palabra. En definitiva, un esperpento que creó mayor desconcierto del
que ya teníamos. Les aseguro que importantes dirigentes de la UE no dan
crédito a lo sucedido. Una vez más, la política catalana adquirió en el
Parlament un elevado tono teatral. Eso sí, mejor la comedia que la
tragedia.
Pero como el problema de fondo y su solución es político y
no jurídico, no voy a enzarzarme en reflexiones jurídicas. En el
discurso de Puigdemont se ha querido ver la añorada finezza de la
política italiana. Como padezco glaucoma en un ojo, quizás la limitación
de mi campo visual no me permitió apreciar tal virtud en su
intervención. Sólo vi la astucia que ha dominado desde el inicio del
procés y lo único que logró fue crear más confusión y generar
frustración entre los votantes independentistas.
Se pretendió ingenuamente hacer creer que se apostaba por
el diálogo y que al hacerlo además a requerimiento de dirigentes
europeos, se ponía en un gran aprieto al Gobierno español. Si este
activaba el artículo 155, ponía en bandeja a Puigdemont la recomposición
de la quebrada unidad independentista. Si por el contrario Rajoy
aceptaba la supuesta presión de la UE, Puigdemont habría ganado gracias a
la intervención de las instituciones o dirigentes europeos. ¡Jaque
mate!
Pero los mensajes de la UE, incluido el dirigido a
Puigdemont por el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, desde el
Comité de Regiones de la UE, nunca fueron los que desde Catalunya se han
divulgado por el oficialismo. A la Unión Europea no le gustaron las
imágenes de las cargas policiales del 1-O. ¡Cierto! Como lo es también
que desean fervorosamente que nuestro problema se resuelva con diálogo y
sin violencia. Pero diálogo en el marco de la Constitución y de los
tratados de la UE. Y siempre exigiendo respeto a la unidad territorial. Y
de aquí no se moverán. No quieren la disgregación de Catalunya por el
efecto dominó que supondría en algunos de sus estados. Nunca apostarán
por la modificación ilegal y sin acuerdo de sus fronteras, conscientes
de que el curso de la historia requiere que la UE siga el camino
inverso, el de la unidad. Nuestro gran reto como catalanes, ya sea en
España o en Europa, es que esta se fundamente en la máxima diversidad
posible. No es fácil, y menos lo será sin recuperar el prestigio
perdido.
Se reclama mediación europea, pero sorprende que los
dirigentes independentistas no entiendan que el Estado español no
admitirá una mediación con una parte de su territorio. A quien pretende
construir un nuevo Estado hay que exigirle que tenga una mínima cultura
de Estado para comprenderlo. De ahí la insistencia machacona de la UE:
se trata de un asunto interno. Estas últimas semanas se ha remarcado la
idea de que “sólo cuando seamos un Estado podrá darse tal mediación”. Y
tampoco es cierto. Porque siempre que ha intervenido la UE, lo ha hecho
tras conflictos armados con decenas, centenares o miles de víctimas. La
UE medió entre Eslovenia y el ejército yugoslavo tras muertos de una y
otra parte; lo hizo entre Kosovo y Serbia tras una guerra, e intervino
en las negociaciones entre los británicos e Irlanda del Norte en el
Ulster. ¿Es que alguno de nuestros dirigentes piensa en escenarios como
el de la desintegración de Yugoslavia? ¿O acaso algunos están urdiendo
un escenario como el del Ulster y no les basta con esa maldita obsesión
de tildar de unionistas a todos aquellos que no piensan como ellos?
Descartada por tanto la mediación, nos queda el diálogo.
Rajoy ha recurrido también a la astucia con la aplicación diferida del
155. Pedro Sánchez ha jugado bien sus cartas obteniendo una concreción
de los plazos para una reforma constitucional. ¡Qué lástima que Rajoy no
nos hubiera escuchado antes! ¡Cuántas cosas habrían cambiado y cuánto
nos habríamos ahorrado! Si la última astucia de Puigdemont dividió a la
mayoría independentista de Junts pel Sí y las CUP, la de Sánchez y Rajoy
abre una enorme grieta en el seno de Junts pel Sí.
Nos conviene a todos clarificar urgentemente la situación.
Alargar más el desconcierto, la incertidumbre y la inestabilidad
perjudica gravemente nuestra convivencia. ¿Qué ha quedado de los
eslóganes “Un sol poble o “Som 6 milions”? Y prolongar la inestabilidad
es también suicida para nuestra economía, por mucho que
irresponsablemente desde el Govern de la Generalitat se minusvalore la
salida de bancos y empresas. Desde hace años se ha afirmado sin pudor
que Europa nos esperaba con los brazos abiertos; que jamás saldríamos de
la UE; que los bancos y empresas nunca abandonarían Catalunya. O han
estado engañando dolosamente o es que no tenían autoridad moral alguna
para dirigir un país.
Me queda una última reflexión. Cuando escribo este
artículo, la pelota esta en el tejado del Govern de la Generalitat. Hago
votos para que se restablezca el imperio de la ley y para que la
política sustituya a los tribunales. Vale la pena repasar la historia de
los últimos 80 años. El 6 de octubre de 1934 acabó con el Govern de
Catalunya en prisión y se suprimió la autonomía. Año y medio más tarde
se produjo la victoria de las izquierdas y llegó la confrontación entre
el Frente Popular y el de las derechas. Luego se vivió la fratricida
guerra que nos abocó al túnel del franquismo. ¿Alguno de estos episodios
ofreció resultados positivos a Catalunya o a España? El periodo de
mayor progreso económico y social para todos y de mayor autogobierno de
la historia de Catalunya llegó con la Constitución de 1978. ¿Por qué
no ser capaces
de renovar y adaptar el consenso que la hizo posible?
de renovar y adaptar el consenso que la hizo posible?
Unos han de renunciar a la DUI acatando la
Constitución y el Estatut, y los otros han de apostar definitivamente
por la política para ofrecer soluciones. Si no es así, se impondrá el
155 y la bolcheviquización de Catalunya al mando de los escaños de las
CUP y de dos entidades que nunca pasaron por las urnas. Destaco la
declaración de una diputada cupera al abandonar el Parlament el pasado
martes: “Las victorias se obtienen en las calles, no en los
parlamentos”. Habrá que recordar a Joan Fuster cuando decía que “los
fracasos nunca fueron fruto de la improvisación”.