Europa se
tiene que hacer cargo de sí misma en cuestiones de defensa, y paralela a la
OTAN (donde están EE.UU, y Canadá) en defensa del pacto de Varsovia (Rusia).
Europa ya no puede contar con Estados
Unidos ni Reino Unido por el próximo brexit,
de “independencia de Europa”. La OTAN o Alianza del Atlántico Norte no es lo que erá
ni será (futuro inmediato) tras la presidencia de Trump, que apuesta por no aportar su comandita.
Los líderes europeos tiene razón en lo que
dicen que Europa se tiene que hacerse cargo de sí misma, reforzando su seguridad
militar, e incluso informática, pues al depender de las grande empresa de
Internet estadounidenses como Gooble o Facebook, estamos en a expensas de sus espías informáticos, y además
jaqueados por Rusia.
En realidad Europa es como un libro abierto, nada de
lo que se escribe o habla por lo medios de comunicación están libre de espías ni jaker.
Por ello, no podemos depender de los demás, y hemos de invertir en nuestra seguridad,
aumentando las partidas en los presupuestos generales de cada uno de los 27.
Aunque nos encontremos contra la opinión de las corriente populistas sobre el gasto
social. No hay paz sin seguridad.
Las amenazas de Corea del Norte, nos podrían
afectar directa o indirectamente, porque vivimos en un mundo globalizado bajo
el “efecto mariposa”. Pero los posibles enemigos pueden estar en el Oriente
Medio con el radicalismo islámico. Dar seguridad en Libia y Sira para evitar inmigraciones.
Si Europa quiere ser una gran potencia y líder
mundial, ha de cohesionarse, e invertir en Defensa. El Mundo siempre va a estar
igual de mal, no va a mejoras. Los conflictos se sucederán en el mundo.
Por ello, las ideas de Macron, como de Rajoy y de Ángelas Merkel, de más Europa es lo que nos conviene, sin duda alguna, siendo fuertes somos más poderosos. La cuestión es saber qué modelo nos conviene.
Por ello, las ideas de Macron, como de Rajoy y de Ángelas Merkel, de más Europa es lo que nos conviene, sin duda alguna, siendo fuertes somos más poderosos. La cuestión es saber qué modelo nos conviene.
Ramón Palmeral
Javier Solana escribe en El País, 6-07-2017
En este momento de incertidumbre y desconcierto, la Unión Europea está en disposición de asumir un papel de liderazgo. La victoria del Emmanuel Macron en las presidenciales francesas debe servir de acicate para los defensores de un orden liberal que, a pesar de sus déficits y de sus múltiples adversarios, sigue representando el paradigma más atractivo y moldeable. Una Unión Europea cohesionada puede ayudar a catalizar una serie de reformas que doten a las instituciones multilaterales de un mayor vigor y de una sensibilidad social más marcada. Tendiendo la mano a los países emergentes, sin por ello perder nuestra esencia, todavía estamos a tiempo de construir —esta vez sí— un orden verdaderamente global.
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En este momento de incertidumbre y desconcierto, la Unión Europea está en disposición de asumir un papel de liderazgo. La victoria del Emmanuel Macron en las presidenciales francesas debe servir de acicate para los defensores de un orden liberal que, a pesar de sus déficits y de sus múltiples adversarios, sigue representando el paradigma más atractivo y moldeable. Una Unión Europea cohesionada puede ayudar a catalizar una serie de reformas que doten a las instituciones multilaterales de un mayor vigor y de una sensibilidad social más marcada. Tendiendo la mano a los países emergentes, sin por ello perder nuestra esencia, todavía estamos a tiempo de construir —esta vez sí— un orden verdaderamente global.
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El presidente ruso, Vladímir Putin,
es el único dirigente de los grandes países influyentes del planeta que
no se ha reunido todavía con el líder de la principal superpotencia
mundial, Donald Trump, seis meses después de la llegada
de éste a la Casa Blanca. Por eso, Putin necesita cubrir el trámite del
encuentro, sobre todo de cara a su propia ciudadanía, aunque la
relación después no vaya mucho más allá. Y hoy en Hamburgo se verán por
fin las caras los dos mandatarios.
Después de la euforia con la que la cúpula rusa acogió la victoria electoral de Trump, con calurosos aplausos en el Parlamento y brindis con champán a diestro y siniestro, el Kremlin trabajó a fondo para organizar una cumbre con el nuevo presidente estadounidense. No lo consiguió. Ha habido que esperar medio año y todavía no está claro si la reunión de hoy tendrá la duración mínima que exigiría la cantidad de cuestiones acumuladas en unas relaciones que están completamente devastadas.
Rusia, y más concretamente el régimen de Putin, están hoy día en el centro del debate en Estados Unidos por su presunta injerencia en los pasados comicios, la supuesta connivencia con el equipo de Trump y la labor de zapa de hackers «patriotas» que el Kremlin dice no poder controlar. También por el apoyo militar del Kremlin a los separatistas del este de Ucrania, por sus simpatías con el dictador sirio, Bashar al Assad, y por la tibieza con la que trata las bravuconadas de Corea del Norte.
Altos cargos de la Administración norteamericana, especialmente la embajadora ante la ONU, Nikki Haley, y el secretario de Defensa, James Mattis, llevan tiempo lanzando puyas a Moscú. La semana pasada, Mattis denunció las «fechorías» que Putin está perpetrando «más allá de sus fronteras», en alusión al acoso que está sufriendo Ucrania.
Ayer, Trump mostró en Varsovia una dureza inusual hacia Rusia al acusarla de «desestabilizar» el este de Europa. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, le respondió señalando que «no estamos de acuerdo con ese enfoque».
En el terreno militar, son casi permanentes los incidentes entre aviones o barcos rusos y americanos en el Báltico, el Mediterráneo y el Mar Negro. El despliegue de la OTAN en el este de Europa está provocando un reforzamiento equivalente de fuerzas rusas a lo largo de la frontera oeste del país. Por si fuera poco y sin siquiera esperar a hablar con Putin, Washington reforzó la sanciones contra Rusia el mes pasado.
Así que en Moscú no son demasiado optimistas con los resultados que pueda arrojar la reunión que mantendrán hoy los dos presidentes en Alemania. A juzgar por las palabras de Peskov, en el Kremlin se conforman con que «se establezca un diálogo de trabajo (...) para hacer frente a los problemas y conflictos que aumentan día a día en el mundo».
Por su parte, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, confía en que el primer encuentro entre Putin y Trump sirva para «aclarar» de una vez por todas «las perspectivas de cooperación». Lavrov cree que las relaciones entre los dos países «se han convertido en rehén de la lucha política interna en EEUU» y, a su juicio, eso es malo para el mundo en su conjunto.
Aunque no lo ha dicho explícitamente, es evidente que Putin confía en poder seducir a Trump. Sabe, por lo piropos que mutuamente se han dispensado, que hay admiración entre ellos y que la química a veces hace milagros. Ambos tienen una personalidad con aspectos coincidentes sobre todo en su conservadurismo, en la manera expeditiva con la que les gusta afrontar los problemas y en la tendencia a hacerse notar con todo tipo de lances y subterfugios, a menudo teatrales.
Bien es verdad que la agenda que probablemente este hoy sobre la mesa, si es que no se reúnen de pie en el pasillo, está plagada de obstáculos. El más evidente e irresoluble es Ucrania, de cuya solución depende un eventual levantamiento de las sanciones. Pero Putin no va a devolver Crimea ni parece proclive a ceder en su apoyo a los rebeldes separatistas de Donetsk y Lugansk. En la cuestión norcoreana puede haber esfuerzos comunes, siempre y cuando Washington renuncie al uso de la fuerza y a aplicar más sanciones. En Siria los puntos de vista son divergentes, pero tendrán que coordinar sus acciones militares para evitar disgustos que puedan llevar a una escalada de enfrentamiento entre ellos realmente peligrosa.
Después de la euforia con la que la cúpula rusa acogió la victoria electoral de Trump, con calurosos aplausos en el Parlamento y brindis con champán a diestro y siniestro, el Kremlin trabajó a fondo para organizar una cumbre con el nuevo presidente estadounidense. No lo consiguió. Ha habido que esperar medio año y todavía no está claro si la reunión de hoy tendrá la duración mínima que exigiría la cantidad de cuestiones acumuladas en unas relaciones que están completamente devastadas.
Rusia, y más concretamente el régimen de Putin, están hoy día en el centro del debate en Estados Unidos por su presunta injerencia en los pasados comicios, la supuesta connivencia con el equipo de Trump y la labor de zapa de hackers «patriotas» que el Kremlin dice no poder controlar. También por el apoyo militar del Kremlin a los separatistas del este de Ucrania, por sus simpatías con el dictador sirio, Bashar al Assad, y por la tibieza con la que trata las bravuconadas de Corea del Norte.
Altos cargos de la Administración norteamericana, especialmente la embajadora ante la ONU, Nikki Haley, y el secretario de Defensa, James Mattis, llevan tiempo lanzando puyas a Moscú. La semana pasada, Mattis denunció las «fechorías» que Putin está perpetrando «más allá de sus fronteras», en alusión al acoso que está sufriendo Ucrania.
Ayer, Trump mostró en Varsovia una dureza inusual hacia Rusia al acusarla de «desestabilizar» el este de Europa. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, le respondió señalando que «no estamos de acuerdo con ese enfoque».
En el terreno militar, son casi permanentes los incidentes entre aviones o barcos rusos y americanos en el Báltico, el Mediterráneo y el Mar Negro. El despliegue de la OTAN en el este de Europa está provocando un reforzamiento equivalente de fuerzas rusas a lo largo de la frontera oeste del país. Por si fuera poco y sin siquiera esperar a hablar con Putin, Washington reforzó la sanciones contra Rusia el mes pasado.
Así que en Moscú no son demasiado optimistas con los resultados que pueda arrojar la reunión que mantendrán hoy los dos presidentes en Alemania. A juzgar por las palabras de Peskov, en el Kremlin se conforman con que «se establezca un diálogo de trabajo (...) para hacer frente a los problemas y conflictos que aumentan día a día en el mundo».
Por su parte, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, confía en que el primer encuentro entre Putin y Trump sirva para «aclarar» de una vez por todas «las perspectivas de cooperación». Lavrov cree que las relaciones entre los dos países «se han convertido en rehén de la lucha política interna en EEUU» y, a su juicio, eso es malo para el mundo en su conjunto.
Aunque no lo ha dicho explícitamente, es evidente que Putin confía en poder seducir a Trump. Sabe, por lo piropos que mutuamente se han dispensado, que hay admiración entre ellos y que la química a veces hace milagros. Ambos tienen una personalidad con aspectos coincidentes sobre todo en su conservadurismo, en la manera expeditiva con la que les gusta afrontar los problemas y en la tendencia a hacerse notar con todo tipo de lances y subterfugios, a menudo teatrales.
Bien es verdad que la agenda que probablemente este hoy sobre la mesa, si es que no se reúnen de pie en el pasillo, está plagada de obstáculos. El más evidente e irresoluble es Ucrania, de cuya solución depende un eventual levantamiento de las sanciones. Pero Putin no va a devolver Crimea ni parece proclive a ceder en su apoyo a los rebeldes separatistas de Donetsk y Lugansk. En la cuestión norcoreana puede haber esfuerzos comunes, siempre y cuando Washington renuncie al uso de la fuerza y a aplicar más sanciones. En Siria los puntos de vista son divergentes, pero tendrán que coordinar sus acciones militares para evitar disgustos que puedan llevar a una escalada de enfrentamiento entre ellos realmente peligrosa.