“Soy grande y tú eres pequeño y no hay nada que puedas hacer al respecto”.
De un cuento de Roald Dahl.
De los cinco países que Donald Trump visitó en su primer viaje como
presidente al mundo exterior quedó claro en cuál de ellos se sintió más
cómodo: en el primero, Arabia Saudí. Agasajado por los jeques como un
emperador medieval, su rostro bovino expresaba no solo una inusual
serenidad, sino algo que se aproximaba al éxtasis.Me hizo pensar en Charlie y la fábrica de chocolate, un libro de Roald Dahl que leí a mi hijo cuando era pequeño. En el cuento cinco niños ganan billetes de lotería para recibir un tour de la maravillosa fábrica: su euforia me recuerda a la de Trump en el palacio dorado del rey saudí. Son malos los saudíes pero no son tontos. El sistema feudal que imponen a sus súbditos es grotesco e hipócrita, y ni hablar de los miles de millones de petrodólares que han invertido propagando la doctrina religiosa wahabí, que ha sido el motor justificativo de todos los atentados cometidos en el nombre de Dios por los fanáticos del ISIS y de Al Qaeda desde las masacres terroristas en Nueva York y Washington de 2001, la mayoría de cuyos perpetradores fueron saudíes.
El rey saudí y sus jeques viven felizmente atrapados en el siglo X pero tienen tomada la medida a los Gobiernos de Occidente en el XXI. A base de colosales sobornos consiguen que miren hacia otro lado. En el caso de Trump, consiguieron en la visita del fin de semana pasado que los identificara como sus aliados en la guerra contra el terrorismo internacional y que señalara como el enemigo a Irán. Sería de risa si no fuese que casi no pasa un día en el que la ideología de extrema derecha islamista que los saudíes difunden por el mundo incide en las muertes de niños, despedazados por los clavos y tornillos de las bombas de los fieles suicidas, en Inglaterra, Francia, Egipto, Turquía, Siria o Pakistán.
Habrá muchos motivos para criticar a Irán, como por ejemplo su alianza con los amigos rusos de Trump en defensa del régimen criminal sirio de Bachar el Asad. Pero no hay que ser ningún experto en Oriente Próximo para saber que no existe ninguna conexión entre los iraníes y los únicos atentados que deplora Trump, los que se llevan a cabo en los países de Occidente.
Pero se metieron a Trump en el bolsillo para siempre con algo de aún más valor, dándole lo que él más quiere y lo que la maldita prensa y muchos políticos y demasiados desagradecidos ciudadanos de su país no le dan: la pompa y la adulación que su frágil ego requiere, la invitación al país de las maravillas de la superfábrica de chocolate saudí...
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