Sobre el Valle de los Caídos me gustaría disertar un poco –un poquito
nada más– puesto que este tema está ardiendo estos días en el candelero del
Congreso y los medios de comunicación.
«No culpemos de nuestros males en
otros», porque evidentemente estás en nosotros mismos. Es una más de las heridas
visible de las dos Españas que algunos quieren saturar y cerrar en falso, cuando no es
posible hacerlo, como imposible es cerrar los capítulos de nuestra historia,
porque son
nuestros, y hemos de cargar con ellos como se carga con la explotación de los judíos y moriscos o la perdida de la Armada Invencible. Estos son algunos de nuestras heridas históricas. Jamás se podrá contentar a los dos bandos por muchas leyes de memoria históricas que se promulguen, se aprueben o se lapiden o se cambien nombres de calles.
nuestros, y hemos de cargar con ellos como se carga con la explotación de los judíos y moriscos o la perdida de la Armada Invencible. Estos son algunos de nuestras heridas históricas. Jamás se podrá contentar a los dos bandos por muchas leyes de memoria históricas que se promulguen, se aprueben o se lapiden o se cambien nombres de calles.
A pesar de que llevamos diez años desde de promulgación de la
polémica Ley de la Memoria Histórica 52/2007, que trata de devolver la dignidad
a los vencidos (a unos gusta y a otros no). El jueves 11 de mayo fue la primera
vez que el Congreso aprobó una proposición no de ley, que tiene efecto
simbólicos, y el Gobierno no está obligado a cumplirla –los indocto en leyes no entendemos esta paradoja muy bien–,
para exhumar los restos del dictador Francisco Franco; y posiblemente también
salgan los restos de José Antonio Primo de Rivera, que, él, personalmente, no era franquista, sino el
fundador de la Falange, fusilado en
Alicante el 20 de noviembre de 1936 por los republicanos.
En el Valle de los Caídos se encuentran además
enterrados 33.487 cadáveres de contendientes de ambos lados, de los cuales casi
15.000 están sin identificar. De uno y otro bando, los descendientes de
republicanos no quieren que sus antepasados reposen junto al dictador, es una
opinión respetable, como si fuera a la inversa, falangistas y derechista
fusilados por los republicanos.
La
Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos –que es su nombre oficial–, todos sabemos que es
un cenotafio o monumento franquista
construido por miles de esclavos presos republicanos, en lo que fue un gran campo de trabajos forzados
de cumplimiento de penas. Según el historiador Paul Preston, fue concebido por
el dictador como un monumento a «sus caídos, a los caídos por Dios y por
España», según el decreto de 2 de abril de 1940, por el que se ordenaba su
construcción. Ahora se dice que es «para perpetuar la memoria de todos los
caídos», pero nadie se lo cree.
Hoy en una España democrática y plural se
debe ser lo suficientemente maduros, como para poder exhumar los restos de dictador, que ni un día
más pueden ser venerados por los trasnochados franquitas, tranquilamente, de
una persona que dio un golpe de estado contra una república constitucional (a
pesar de sus males). ¿Y después de exhumar los cadáveres aludidos, qué se pedirá?
Con todos mis respetos para la gran cruz de
piedra de 150 m de altura construida en
base al proyecto de los arquitectos Pedro Muguruza y Diego Méndez, y a sus pies los evangelista de Juan de
Ávalos; a algunos, les trae malos recuerdos y a otros una veneración religiosa,
es un lugar que oficialmente no existe, porque nada en él se celebra. Si
partimos de que en realidad, queremos dar uso a este monumento que pertenece al
Patrimonio Nacional, y teniendo en cuenta que este valle es en realidad un gran
cementerio, la solución inmediata puede pasar por la exhumación de todos los
cadáveres, sin excepción, y entregarlos a sus descendiente y a los anónimos a
otro cementerio.
La única utilidad posible es la de habilitar un Centro de Interpretación de la
Guerra Civil con el consenso de todos los partidos. Todo monumento tiene su
valor histórico y artístico, como
también existen muchas iglesias, pantanos, o viviendas sociales de época
franquista. Arrancar de raíz una construcción el pasado nos equiparía a los
fundamentalistas islámicos que destruyeron los budas de Bāmiyān. Los diputados del congreso representan a la voz democrática
del pueblo, pero no siempre el pueblo tiene razón como pasó con las elecciones
de Hitler en la Alemania nazi en 1933. Los políticos a los que les damos votos
y voz, son las hojas de nuestras raíces en discordia. Que como he dijo al principio:
jamás se puede hacer política para contentar a todos, sino que hay que dejarse
llevarse por la razón y la lógica.
Ramón Fernández Palmeral
Autor de “La cara atroz del
Guernica de Picasso”
Alicante, 13 de mayo de 2017