(Fotos de F. Ortisso)
FIN DE SEMANA… TRUNCADO
Por Fernando
Ortisso
No. No se asusten. En este reciente estreno de Roberto Mira en el Auditorio de la Casa de Cultura de Sant Joan d´Alacant nada
está truncado, ni frustrado, ni decepcionado, ni disminuido, ni
empañado, ni devaluado. Bueno, algo sí: El propio fin de semana en que transcurre
la
pieza. Desde luego, hay cosas que empiezan bien… y acaban mal. Sobre todo algunas, como
los
ansiados y esperanzadores “fines de semana” que, inveteradamente
de siempre han sido vulnerables a la ansiedad y a la esperanza y,
frecuentemente
al desencanto,
a
la
desesperanza, a la depresión, y hasta al suicidio… porque. si bien alguien predijo
aquello de: “¡Prohibido suicidarse en primavera¡” en
cambio no se ha escuchado, ni leído que lo prohibiese en “fin de semana”… y claro, abierta la veda, vayan ustedes
a saber en qué medida se concentra la casuística, al igual que desconozco, si,
a
estas alturas, nuestra
protectora sociedad
del
“bienestar” (en
este caso del “malestar” o mejor, del “dejar de estar”) no se le habrá
ocurrido ya, y también, instituir un “observatorio del suicidio o
de suicidas”, más
que
por sus
limitadas
posibilidades
preventivas; si acaso, entiendo yo, para tipificar su variedad
de formatos. Pero seguro es, que existirán
estadísticas que lo
confirmarían. Prueben a buscar. Yo, no: Les tengo demasiado
respeto a las estadísticas, sobre todo si se refieren y tabulan
asuntos tan escabrosos como el que nos
ocupa.
Lo cierto es que, los fines de semana, son particularmente proclives a que ocurran cosas importantes o trascendentes,
y muchos autores de las tablas cómplices
conscientes, o
intuitivamente
sensibles al suceso, no han dudado en enfatizarlo
en
sus escenografías
durante el transcurso de ese ámbito temporal,
en
su versión nocturna. Por recordar alguna, la ideológica “Week end party” de
T.S. Eliot; la memorable
“¿Adivina quién viene esta noche? de Stnaley Kramer;
la disyuntiva “¿Quién teme a Virginia Wolf? de Edward Albee;
la racista y fatídica “Noche
de la iguana” de Tennessee Williams; la pasional “En el rumor de la noche” de John Ball o la terrorífica “Noche
de los muertos vivientes” de Richard Matheson, con
genial versión cinematográfica de George A. Romero…
Como habrán reparado , hasta ahora no he dejado de escribir
sobre nuestro “Fin de Semana” porque todos estos conceptos y muchos otros que leerán en adelante, los aborda y esgrime el
autor en un posicionamiento
ideológico, mantenido en el fértil
repertorio temático miraniano, acuñado a lo largo de toda su
trayectoria
narrativa. Bien que, en esta pieza, recurre a una
mensajería soterrada, menos explícita; bajo formas más sutiles o
subliminales, pero que no escaparán a la
reflexión del espectador avisado.
Y,
siendo así
su discurso, en
clave
dialéctica
menos frontal, menos agresiva, permite al auditorio mantenerse en su
“zona de confortabilidad”.
Al caso, es que, si reparamos en las inexorables, fatalistas y acomodaticias
leyes de Murphy…”todo lo que empieza bien,… lo
único que le puede ocurrir
es
que empeore…o acabe mal ”… o que
a colación de otra
cervantina…: “lo que
parecía hermosa
doncella, era varón…
y rústico”
y es
que en la obra de nuestro contemporáneo y fértil dramaturgo Roberto Mira, nunca, nada,
es lo que parece.
De hecho, su originalidad, su transgresión
innata a traspasar modelos, le impelen
incluso a desclasificar sus
propios. Así, de entrada, su etiquetación de este su “FIN DE SEMANA”,
como de tragicomedia,
una vez que apreciada su estructura
teatral y desarrollo escénico, invita ya a imaginar otra
titulación,
que podría ser la de “comedia-drama” o “come- tragedia”,
o por qué no, puestos a inventar palabras “dramo- tragedia”.
Porque para inventar,…
Roberto. Y yo, que por otro
lado,
a
pesar de haberle visto ya
muchas…
no
dejo
de ser crédulo, engañadizo, espectador fácil, sensiblero y compulsivo,…
y es que no escarmiento; verán: Se alza el telón y, por primera vez, aún dentro de la elegante
sobriedad con que acostumbra a
investir sus puestas en escena, reparo en un despliegue de
attrezzo, mobiliario doméstico y decoración funcionales,
bastantes actuales, inclusive un PC, cuadro, esculturas,
mesa de bar, con licores “que se toman”, luminotecnia ambiental,…y, al propio autor-actor… pertrechado con vestuario juvenil y de esa camisa
blanca “fantasía” parodiada por el
inolvidable Totó… me
digo: “Algo está cambiando,… Roberto ha bajado de “la nube”
del
Parnaso,… Como Cristo, para poder prometer
el cielo, descendió primero
a los infiernos… ha aterrizado… Se enrola,
milita y ejerce de mortal…”
En
los primeros
cuadros introductorios, deambula desenfadadamente
por
el salón como se desliza y aparentemente se recrea, por asuntos tal vez
ramplones, prosaicos, tópicos, del día a día, del hombre cualquiera, de
una ciudad cualquiera… de una hora cualquiera,… me reafirmo en la idea de que, por fin, nos trae el autor una obra ligera, distendida, refrescante, incluso divertida, sin pretensiones
escatológicas, y así parece entenderlo también el atento respetable que llena prácticamente el recinto con sus murmullos
y conatos espontáneamente hilarantes ante las concesiones de algún que otro “gag” sarcástico, oportunamente
insertado en las situaciones iniciales, pero no. No muy tarde, el público y yo,
íbamos a declinar aquel temerario y preconcebido juicio…
Por de pronto, Roberto se nos auto presenta en Trinidad (autor, actor y director, en uno) y, como los buenos y audaces
maestros
del
arte de Cúchares “sólo ante el peligro” – el formato
monólogo- recibiendo
y a “la porta gayola”. No me preocupo. Lo
ha hecho otras veces. Saldrá incólume. Un desafío al alcance de
pocos. De unos tales, Cervantes, Calderón, Delibes… ya me he referido a este proceloso modelo en
alguna oportuna y
precedente ocasión. Porque arriesgado es, lidiar sin cuadrilla, y
bien; declamar sin actores, sin un peón que te haga un quite, sin un secundario que te libre un contrapunto… que te rescate de un baldío, o te cierre un mutis,…
señores, tiene su enjundia.
Tanta, como la tendría dirigir una sinfónica sin profesores,…
sin convertirse
en “hombre-orquesta” y, como tampoco se trata de
embadurnarnos en el lodazal de los insufribles monólogos, con que pretenden
sodomizarnos algunos tediosos actores televisivos,… Roberto Mira, “inventa” lo que llamaría yo el “monólogo asistido”. Es decir,
redundando en figura taurina, se vale de muletas, de pase ayudado, introduciendo al texto un
instrumento de respuesta, de “diálogo”. Ya lo había practicado
con
notable acierto en anteriores obras: En un caso merced a cartas, en otro a correos de e-mails,
o a
voces terceras de un narrador “en off”… Aquí, mediante
llamadas de teléfono bien articuladas,… los “músicos”, los actores, aparecen, intervienen e interpretan… y no en virtual: Por el oficio
del guión del autor, “les vemos” “están”… cercanos,… aquí,… en escena. A través de fluidas y sucesivas interlocuciones,
al estilo ya olvidado, de las obras de Vital Aza, o de los guiones de Marco Ferreri, Ladislao Vadja o Julio Médem, el autor nos los va presentando, en sintéticos, pero no menos precisos, retratos
de sus singulares
personalidades y situaciones y, a su vez, el protagonista, nos va
proyectando las
suyas
propias; conózcanles:
El PROTAGONISTA, Álvaro, rayano de los cincuenta, oftalmólogo acomodado, separado
tras quince años de matrimonio, aparentemente estable y feliz, y agorero de un espléndido “fin
de
semana”. Su EX-MUJER, Ángela,
siempre rescoldo
de
infaustos recuerdos,
de reproches, de fuego cruzado, y de
diatribas interesadas, en la interpretación del convenio de separación. Su HIJO, menor,
objeto y víctima de las espinosas y
recurrentes disidencias parentales, acerca de su custodia compartida. SU MADRE:
¡Ah
, siempre las madres ! . Sufridoras,
celadoras.
El “alter ego” de su hijo. Espejo de sus debilidades. Resonancia de sus obligaciones.
Encubridora de sus inquietudes.
Agitadora de su conciencia… La siempre desatendida… la permanente extraditada…,
la
eterna olvidada. Su
AMANTE,
Estela del Carmen, treintañera, latina, inmigrante, lasciva, materialista,
buscona…con la que mantiene una apasionada y
ciega
relación adictiva,
probablemente basada en el encoñamiento. Sus AMIGOS: CÉSAR, mortificado homosexual, en horas bajas, deprimido
tras su reciente ruptura con su pareja, Hugo, por su infidelidad con un negro. Su jefe, FERNANDO,
el director de la Clínica, siempre sumidero
de desavenencias profesionales, laborales y fuente inagotable de conflictos, estrés y surménage. ALEJANDRO, psiquiatra y amigo forzado, su “valle de lágrimas”, terapeuta más de secretos inconfesables que de
patologías
psíquicas…
Bien, están todos:
Personajes arquetipados, para urdir una buena trama… bueno, todos no
están. Pero… ¡Qué torpe soy!: Si estamos frente a un “fin de
semana” de ensueño…de “cuento”… Falta el personaje más
importante:
¡La
bruja! ¿Cómo?... ¿No creen en brujas?... Yo tampoco, pero… “haberlas haylas”… para sobrevivir a la vida –
que es la singladura más peligrosa que existe – la prueba es que “siempre termina mal,…”o sea, termina
con
nosotros” – es necesario creer en algo, en alguien,
en lo que sea: Un adivinador,
un profeta, Dios, un chamán,
un quiromante, una ideología, el amor, un proyecto, el arte, la amistad, una
mujer, un mito, una
utopía, una religión, una secta fanática, un rito, el becerro de
oro, el futuro, un arcano,…¡Qué sé yo!. UNAMUNO escribió que “…creer,
es querer que haya qué…creer
es crear…”
y
yo me
atrevo
a
apostillar, que
ni
siquiera
necesitamos
“crear creencias”:
muchas de ellas nacen con nosotros… las traemos
y llevamos puestas, son ontológicas,… y, como genéticas
nos resultan irrenunciables e inútil es que pretendamos negarlas…. Se
me antojan: La
política, somos el
“animal político” platoniano.
Todos. Como sujetos y objetos, verdugos y víctimas,
militantes y
supervivientes
de la
“polis”, de la nauseabunda sociedad. La religión: nuestros comportamientos,
ideologías, actitudes, valores,…
nuestra existencia entera, aunque sea bajo conductas espúrias, idólatras,… está sacralizada, y las divinidades
y dioses, ni
comentar: Me aburren los ateos ¡Se pasan el tiempo hablando de
Dios…!
Todo este “vademécum”
especulativo, subyace, de principio a
fin
de la obra, como su verdadera columna vertebral, como un “manifiesto” valorativo del autor sobre el despropósito,
la inestabilidad
y
la permanente tribulación de la
existencia
humana, informado por personajes
y situaciones absolutamente comunes. Pero que el compromiso y la maestría, residentes en Roberto Mira, no permiten,
en
ningún momento, concesiones vulgares, ni
que deriven en la
trivialidad.
Nuestro ÁLVARO, como nosotros, tampoco “cree” y, en consecuencia,
como nosotros, también llama
a
la “BRUJA”,
Gloria. Normal:
para poder prescindir
de ellas, de las videntes, adivinadoras, futurólogas y demás
clase tahúrica en general… deberíamos
“tener todo claro en la vida,…” Pretensión tan ilusa
como la de “ser feliz” (estado sólo imaginable en el de la “nada” o tan utópica, como la de “ser libre” (sin la Nietzscheana obligatoriedad
de “matar a Dios”)… con estos mimbres, me temo que
estamos abocados a secretas intenciones por un crecimiento desmesuradamente
exponencial, en las próximas décadas, de este
tipo de consultorios
y
brujas.
Hasta, tal vez,
no
me
extrañaría, que
alcanzasen tasas por habitantes asimilables a las de los médicos de atención primaria (algo así como disponer de
“la
bruja de cabecera”); o
a la del “psiquiatra exclusivo”, de los
entrópicos ciudadanos norteamericanos.
Pero la consulta tarotiana, muy acertadamente construida, parodiada en
términos “interactivos”,
y
ridiculizada por
el
AUTOR, no evacúa los fautos augurios esperados por el protagonista. Al contrario, su “oráculo” está cargado de oscuras “revelaciones” sobre las mentiras, secretas intenciones e infidelidades de su idealizada actual pareja amorosa, y otras de su vida personal, no menos ingratas de recordar o de reconocer.
Este
cúmulo de sorpresas,
opera
en
el
estado anímico
de
ÁLVARO, como una auténtica arma de destrucción masiva,
atacando frontalmente y por sorpresa, emociones, sentimientos y actitudes que él
creía consolidados.
Este momento
constituye el primer punto de inflexión de los dos que marcan la metamorfosis
secuencial de la obra, a la que
me refería
en los preámbulos: El tránsito desde la comedia, al tinte de drama. No sé si las cartas, la receptividad volitiva de ÁLVARO o la propia maldad revanchista
de la vidente en
desagravio, han operado en él una remoción convulsa de sus
pensamientos. Le han hurgado en la herida. Y por ella, empiezan a
manar y
desfilar esos “fantasmas”, esos sucesos, esos
recuerdos que creía –que creemos-, definitivamente olvidados, desterrados. Esos
actos u omisiones, de las
que
nos arrepentimos
o nos avergonzamos
y que un día, sumergimos aviesamente atados a pesadas piedras, en el fondo de esa
laguna “estigia”,
que es nuestra existencia, para deshacernos de esos cuerpos,
de nuestros
bochornosos delitos, pero
que,
como ahora, cuando se remueven
sus aguas, emergen de nuevo para señalarnos, para
perseguirnos, para acosarnos,
para remordernos, para atormentarnos, y de su lastrado brazo, él,
ÁLVARO, recorre y reconoce su
oscuro pasado
y
su cruel
presente: Su carencia de equilibrio, de paz interior,
el desencuentro con su identidad, la difusión de su personalidad, la ausencia de objetivos, las lacras del desamor, la anemia afectiva,
la
doble moral, el vacío existencial, la extinción de ilusiones, las
penurias de la
soledad,…
la deserción
de
valores… Reflexionando
con
ellos, el autor incide de nuevo en esta obra, y
ensaya, sobre la inutilidad de la existencia, que
si a nivel general
cosmológico es
un azaroso despropósito, la de los
humanos,…. es sencillamente,
patética… Roberto Mira, nos
quiere transmitir
que estamos aquí para curarnos, para asumir nuestra
contingencia y precariedad, para
arrepentirnos y reparar nuestras iniquidades. Porque el
bondadoso, no es quien es
incapaz de hacer el mal – imposible por naturaleza-, sino quien es
capaz de reconocer, arrepentirse y pedir perdón por la
maldad que ha infringido… La vida sería un tránsito
para
que mejoráramos, para desde el nacimiento, devolver al final, más “talentos” de los
que nos entregaron al nacer.
Y hasta aquí, “FIN DE SEMANA” ya tenía suficiente cuerpo; sólido, coherente contenido. Pero el irredento tremendismo
del autor, a que nos tiene acostumbrados, esperpéntico,
a veces,
fatalista, las más; hiperbólico y sorprendente siempre,
pero también “literariamente correcto”, no le permitía epilogar con asepsia.
Y Roberto da un paso más, y nos sitúa en la última fase: La tragedia.
Chesterton
decía que “para conocer, acceder al mundo
de
lo imposible, hay que violentar, traspasar
los límites de lo posible…”
El autor lo hace. Tal vez, si postulamos esta cita como precepto y subsumimos la idiosincrasia de Roberto, ya nos
inhabilita para reprocharle el haber forzado un tanto, sus dos últimos y explosivos recursos dramáticos: Su frustrado suicidio;
y,
su legado metafísico-testamentario, en forma de carta póstuma. Ahora comprenderán por qué,
sin
ánimo de revelación, ni de descubrirles
zafiamente el argumento, mencionaba al principio, la denostada figura del
suicidio. “Como no puedo redimir mi alma
en
vida….la
mato
en
su cuerpo…”; parece justificarse el
protagonista,…
pero
en
el
suicidio, aunque
siempre se le atribuya una causa o motivación
personal, explícita, subyace una justificación conceptual menos reconocible: La de “la angustia universal”,
de la
que todos participamos con el boleto que nos otorga la “lotería” de la existencia. Ese sorteo anticipado, a veces, “toca”. El premio, es
una liberación, un viaje de regreso al vertedero cósmico de donde, al fin y al cabo, procedemos. CAMÚS decía…”que la única
filosofía importante…era
la del suicidio…” Así lo debió entender
aquella joven universitaria que apareció muerta
(en una breve reseña de los 80) en el Campus
de Cantoblanco, en Madrid. Y
una lacónica nota: “ME MATO…PORQUE TODO…ES MENTIRA”. No he
buscado
ni
conozco
un
“tratado sobre el
suicidio”.
Lo
habrá.
La carta póstuma, menos creíble si se entiende escrita en y por
un rescatado desde la U.C.I. de un hospital, resulta quizá demasiado extensa, prolija y redundante
en admoniciones que el protagonista ya ha evidenciado
a lo
largo del guión, aunque la
soportan ciertas consideraciones moralistas, que bien podrían
connotarse en las becquerianas “Cartas desde mi celda”, en las
de
Andrè Maurois, Santa Teresa,
Thomas de Kempis, en la
“Epístola moral a Fabio” de Fernández
de Andrada… o en las
mismísimas
“Epístolas de San Pablo”. Y
sobre
todo
esta
despedida epistolar,
confiere a la obra, la confesionalidad, el intimismo, la emoción y el patetismo; necesarios,
esperados, pretendidos y conseguidos por el autor.
Así, “FIN DE SEMANA”
viene a cubrir, con meritable acierto, un eslabón, un hueco
en la trayectoria evolutiva de la dramaturgia de Roberto, por su virtud de analizar y conceptualizar ideas,
partiendo esta vez, con una clarividente exégesis, de lo que, en otras manos, hubiera podido quedarse en meros tópicos de
la variopinta sociedad urbana, pasto fácil para construir una comedia o melodrama ligeros. El autor sortea con destreza
tales riesgos,
aportando un relato fluido, compacto y consistente,
dotándolo de personajes y situaciones objetivas y subjetivas, creíbles, y que, por tanto, seducen
e implican al espectador. Para
dotarle este realismo, no duda en entretejer
elementos
supuestamente
autobiográficos y cuanto menos exográficos. VARGAS LLOSA nos alertaba: …”que es imposible escribir bien
sobre algo que no se conoce…que
no
se ha vivido…”.El autor , lo
sabe.
Y , transida de la soberbia interpretación
de Roberto, actor.
Como siempre, convencido
y convincente, declamativo brillante, íntimo y cercano. Inefable e infalible,… Como siempre.
“NÍHIL ÓBSTAT”. “FIN DE SEMANA”. “IMPRIMÁTUR” ENHORABUENA.
FERNANDO ORTISSO.
-ENSAYISTA-
ALICANTE, FEBRERO, 2017.