El nuevo monarca de Arabia Saudí es el más marbellí de la familia real, que lleva una vida discreta, privada y más bien nocturna
Marbella
Los usos y costumbres en Marbella de la numerosa familia real saudí han dado lugar a una manoseada crónica sobre sus excesos, convertidos en cierto modo en leyenda urbana. Se da por hecho que disponen de El Corte Inglés a su antojo, que dejan sin existencias cualquier tienda de lujo, que no hay límites a su capricho y que su visita va acompañada de la contratación de un número indeterminado de trabajadores para todo tipo de funciones domésticas. Las cifras vuelan sin rigor y sin rubor, desde las cuantiosas propinas que reparten, desde los cientos o miles de familiares y funcionarios que componen el séquito, hasta la riqueza que ello supone para el pueblo de Marbella. Ningún estudio ha reparado en el impacto que generan en la economía local. “No lo hay, es cierto”, reconoce Chela Figueira, concejala de Comunicación, “pero es evidente que generan riqueza”.
— ¿Y pagan el IBI de todas sus propiedades o están exentos?
— Lo pagan religiosamente.
La finca de Salman ocupa 200.000 metros cuadrados y está junto a la mezquita que financia el monarca
A pesar de la leyenda de excesos que les precede, la vida de los saudíes en Marbella ha sido muy discreta y, curiosamente, han establecido lazos de confianza con vecinos del lugar. No se han mezclado con la gente, sus actividades son privadas, pero sus proveedores han sido los mismos desde el principio de los tiempos. Los primeros jardineros se han encargado de contratar a otros jardineros, así como el carnicero de confianza, o el florista, o los conductores de sus vehículos. Casi no contratan empresas de servicios. Han tejido una red personal. El cónsul de Arabia Saudí en Málaga se encarga de otros pormenores, con la discreción habitual.
Los hábitos de la realeza son peculiares. Viven de noche, en fiestas privadas o en los yates. Duermen toda la mañana. Hacen compras. Los niños van en grupo, escoltados, entre otros por agentes de la Guardia Civil contratados al efecto, muchas veces sin el conocimiento de sus mandos. De vez en cuando, alguna gran fiesta, para la que se alquila una flota de Mercedes traída ex profeso de Alemania. O una boda, como la celebrada en 2011 entre Sarah bin Fahd Salman, nieta del rey, y Talal bin Abdulaziz bin Bander. Mil invitados. 15 orquestas contratadas de todos los lugares del mundo. Luces moradas de neón decoraban la finca La Concepción, que en su día perteneció a Juan Antonio Roca, el gerente de urbanismo, hoy en prisión. Se supo de la fiesta, pero no de la identidad de los cantantes contratados. Todo se hizo a lo grande, pero con la discreción habitual. De la misma manera, un medallista olímpico de las Bahamas fue contratado para entrenar en Marbella a la hija de un familiar de la realeza. Para medir sus progresos se trajo a la campeona andaluza. Fue una carrera privada. Nadie lo supo.
Tiempo después, el cónsul solicitó la reserva de un monte para edificar una futura residencia del príncipe. Compraron cuantas casas, por nobles que fueran, lo habitaban. Actuaron con la máxima discreción. Y allí nació la primera mezquita, pagada por el amigo Salman. Y la segunda. Y residencias para toda la familia, con sus tejados verdes, lo que distingue a los miembros de la realeza. Y, al lado de la mezquita, la casa Al Riyad, la del príncipe Salman, sobre 200.000 metros cuadrados de terreno.
Salman financia la mezquita de Marbella, donde su imam es un marroquí, Allal Bachar El Hosri, un hombre afable y sereno, que vive en España desde hace 37 años, ya nacionalizado español. Bachar explica como Salman le ha defendido de aquellos que pedían un clérigo más integrista. “Yo soy malaquita [una doctrina muy moderada] y sigo aquí gracias a Salman”. Salman tiene su yate Shaf London atracado permanentemente en Puerto Banús. Se hizo construir un palacio en Tánger, donde el verano pasado estuvo más tiempo que en Marbella. Aquejado de varias dolencias, entre ellas un principio de alzhéimer, su salud no es buena.
El mercado del lujo inmobiliario ha repuntado en Marbella hace meses. Así que si el amigo Salman, rey Salman bin Abdulaziz de Arabia Saudí desde hace tres semanas, visita la ciudad como lo ha venido haciendo durante los últimos 30 veranos, sería como proclamar que la crisis ha terminado. Al menos, en Marbella