'La esclusa', de Constable, antes de ser vendida en Christie’s de Londres en 2012. Reuters
Cae un crudo e interminable invierno sobre los maestros antiguos. La
nieve y un viento económico gélido congelan desde hace años los precios
de Jacob Jordaens o Salvator Rosa.
Solo las mejores obras de los grandes nombres del pasado parecen
resistir la avalancha de una época que ha cambiado de gustos. Un tiempo
que no encuentra compradores para un arte con profundos problemas de
oferta.
“Tras siglos de coleccionismo, las mejores piezas han entrado en
museos y colecciones públicas y de ahí ya no salen”, observa Juan Várez,
consejero delegado de Christie’s. Salvo contadas excepciones. Como la
injustificable pérdida de La esclusa, quizá el mejor lienzo de John Constable.
Un cuadro que había permanecido durante décadas en la colección
Thyssen-Bornemisza de Madrid. Precisamente su director artístico,
Guillermo Solana, incide en esa rémora que supone la “carencia de obras
importantes en el mercado”. De hecho la falta de referencias de cuadros
similares hace que los precios para el seguro de los tizianos o los holbein de la colección se fijen, asegura Solana, “un poco a ojo”.
Esa climatología helada también es una consecuencia directa del
cambio de gustos de nuestra época. Pocos quieren convivir en sus casas
junto al dolor de un Ecce Homo o el sufrimiento de un
sanguinolento San Sebastián asaeteado. A fin de cuentas, “el
coleccionista prefiere atesorar arte de su tiempo”, reflexiona Aurora
Zubillaga, consejera delegada de Sotheby’s. “Además la propuesta
contemporánea resulta más segura y asequible, porque en pintura antigua
es necesario un conocimiento algo superior”.