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PRÓLOGO para EL CAZADOR DEL ARCO IRIS
No hace falta rescatar del olvido, ni hacer revivir de los rescoldos y de las cenizas de la selva amazónica a Macondo, la aldea perdida de Gabriel García Márquez.
Mucho más cerca, donde habita el arco iris, se encuentra la aldea de Acebumeya que aparece como por arte de magia y con todo lujo de detalles en el fondo de un profundo valle, al lado de un arroyo, en el cruce de caminos hacia la ruta de la miel, al sur cardinal de Málaga, Reconstruida piedra a piedra con los latidos del corazón y los retazos de la memoria de Ramón Fernández Palmeral.
Generaciones enteras de gentes trabajadoras y honradas, hombres y mujeres que vivieron en este lugar, irán apareciendo ante nuestros ojos, tomando forma individual, con sus rostros curtidos, con sus pasiones y sueños, con sus penas y alegrías, con sus increíbles historias y destinos de la pluma de Ramón Fernández Palmeral.
Al igual que el coronel Aureliano Buendía recordó frente al pelotón de fusilamiento toda su vida y la historia de sus antepasados, como iluminado por un relámpago vertiginoso de una luz azulada y fantasmagórica que hizo aparecer ante él a su querida aldea de Macondo, y su memoria quedó arrasada por una desbandada de metáforas turbulentas, que arrastraron su alma hasta llevarlo a un abismo insondable de amores imperecederos, y de emociones incontrolables , que le sumergieron en la noche de los tiempos más aciagos y remotos .
Un siglo después el militar guardia civl José Ramón Fernández aparece como por hechizo, como la proyección de un sueño fantástico, que servirá para hacer revivir a su aldea de Acebumeya, para que de nuevo, ese glorioso tiempo en que sus antepasados habitaron en ese mágico lugar vuelva a ser recordado por todos.
Fue en esa época en que la aldea tuvo más de cien vecinos, una escuela, una alberca, un manantial y muchos bancales, cuando vivió allí la familia de los Simontes, toda una honorable saga de gente buena, una generación en que los padres inculcaban a los hijos, el respeto y la obediencia a los mayores, la humildad, el temor de Dios y el amor a la Naturaleza.
Uno tiempo en que los hombres tenían honor y palabra, en los que tenía más validez un apretón de manos para cerrar un trato, que la firma de un notario y en el que la honra y la fama de las personas era más importante que la todas las riquezas juntas.
En esta fascinante historia creada por Ramón Fernández, aparecen personajes inolvidables que no nos dejarán indiferentes, anécdotas entrañables, reflexiones sobre la vida. En definitiva un magistral retrato de una saga familiar, reconstruido con toda la fuerza vital de una prosa pujante y de una desbordante creatividad, que hacen del autor uno de los más interesantes y amenos narradores de la actualidad.
Pilar Galán García
Escritora y poeta
Enviado desde mi iPad
2015
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