La Olympia que retrató
Manet lo fue. También Agostina Senatori, musa efímera de
Van Gogh. Igual que las féminas de los lienzos de
Toulouse Lautrec, asiduo de los burdeles parisienses. Pintores como
Picasso,
Munch y
Courbet
utilizaron como modelos a estas mujeres de vida supuestamente alegre,
tal vez a cambio de algunas monedas. Pero ninguna exposición de
envergadura les había dedicado hasta ahora la atención merecida. Si uno
no es arzobispo ni ayatolá, su primera reacción ante la gran muestra que
el
Museo de Orsay dedica a la prostitución en el arte decimonónico –
Esplendores y miserias. Imágenes de la prostitución, 1850-1910,
hasta el 17 de enero– no será necesariamente la indignación. Más bien
el asombro: cuesta creer no haber entendido hasta ahora que esas mujeres
vivían del oficio más antiguo del mundo, como lo llamó
Rudyard Kipling.