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martes, 27 de octubre de 2015

Los pintores son los último románticos.

'Olympia' de Edouard Manet.

La Olympia que retrató Manet lo fue. También Agostina Senatori, musa efímera de Van Gogh. Igual que las féminas de los lienzos de Toulouse Lautrec, asiduo de los burdeles parisienses. Pintores como Picasso, Munch y Courbet utilizaron como modelos a estas mujeres de vida supuestamente alegre, tal vez a cambio de algunas monedas. Pero ninguna exposición de envergadura les había dedicado hasta ahora la atención merecida. Si uno no es arzobispo ni ayatolá, su primera reacción ante la gran muestra que el Museo de Orsay dedica a la prostitución en el arte decimonónico –Esplendores y miserias. Imágenes de la prostitución, 1850-1910, hasta el 17 de enero– no será necesariamente la indignación. Más bien el asombro: cuesta creer no haber entendido hasta ahora que esas mujeres vivían del oficio más antiguo del mundo, como lo llamó Rudyard Kipling.