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Fragmento de la biografía “Emilio Varela, hondo y silencioso” escrita por Manuel Sánchez Monllor y publicada por el Museo de Bellas Artes Gravina de la Diputación de Alicante
Emilio Varela, desde una loma donde pinta la masía, ve llegar a Vicentet que como otras veces va a ver al señoret Esplá, el de la música. En 1928 Vicentet Pascual Pérez tiene doce años. Su vida discurre en El Trestellador muy próximo a Benimantell. Recorre muchas veces el corto trecho de la senda que le lleva a El Molí y a la Font del Molí. Su abuela Dolores repite Aquest xiquet, sempre jugant!, Vicentet, vine ací…! Julia, su madre, confía en él porque sabe que Vicentet ha recorrido
aquellos caminos muchas veces al día y conoce cada palmo del terreno
que pisa. Varela le pide que sea su guía por lugares próximos y escucha
complacido el cencerro del ganado remoto y cuanto
el muchacho le explica. Vicentet conoce las flores y hierbas que todo
lo ocupan: -romeros, alhucemas, sabinas y tomillos, llenos de rocío- las
plantas, los insectos, los pájaros y los pequeños reptiles que se
esconden bajo las piedras y en las oquedades de las rocas. Varela se
sienta, coge plantas aromáticas, las aprieta con sus manos y las pasa
por su frente, saca de su caja de óleos y pinceles un pequeño cartón y
lo inunda con pinceladas de color; al
continuar el camino está pleno de alegría y fortaleza. Por los sonidos
del viento Vicentet sabe si ese día habrá nubes y lloverá o triunfará el
sol. No anda, siempre corre saltando. Cuando llega el tiempo de la
vendimia su familia cuenta con Vicentet como uno más y él se siente
feliz. Antes de que comiencen las tareas muestra su alegría entonando
las canciones de labor aprendidas desde que su madre, en sus primeros
meses de vida, le llevaba en un canastillo que dejaba a la sombra del
árbol grande.
Desde hace años, durante el verano llega al Molí el señoret que es ahora propietario de tierra junto a la Font, delante de la balsa, donde se construye una casa; la
madre de Vicentet, le llama don Oscar. Otros visitantes asiduos de cada
estío le han dicho que es un compositor importante, que gusta reunirse
con amigos y que recorre muchas veces aquellos parajes a pie o a lomos
de los mulos o burros que le alquilan. A
Esplá, cuando llega el muchacho, no le importa interrumpir los trabajos
de orquestación que desde 1916 viene realizando en su empeño escénico
los Cíclopes de Ifach para
los Ballets Rusos de Diaghilew; le gusta hablar con Vicentet y le pide
que cante las canciones que ha aprendido oyéndolas a los hombres y
mujeres en días festivos o cuando realizan los trabajos de trilla, de
vendimia, de siembra, en las recolecciones de aceitunas y almendras… El
compositor está radiante cuando Vicentet atiende su ruego: -Vicentet, toca les castanyoles-.
Y Vicentet se apresura gozoso a realizar una demostración de la
habilidad adquirida manejando pequeños trozos de cántaro o macetas que
sujeta entre sus dedos y repiquetea con gracia acompañando las
canciones. Varela se complace con la sencillez virgen de la escena.
Cuando Doloretes del Molí anuncia que están preparados los gazpachos que
han guisado Elvira y José, padres de Pepet, se interrumpen los cantos y
acompañamiento con el original y primitivo instrumento que sólo saber
manejar Vicentet. El niño no es consciente que está proporcionando al maestro un valioso material que enriquecerá la música española. En sus partituras Canto de trilla, Canto de vendimia, Aire pastoral, Danza levantina, Danza del Valle, Paso de baile Serrano, Canto de umbría.... Oscar Esplá recogió muchas de las aportaciones plenas de tradición levantina que inocente y gozoso le hizo Vicentet. “Si mis obras tienen un sabor levantino –dijo Esplá en 1958- es porque el canto popular de mi país entra como uno de los componentes de mi alma de músico junto a todos los demás elementos de
mi historia, pero no está tomado por mí como base de mi inspiración”
“Mis montañas levantinas, mi sol mediterráneo (…) en medio del incendio
rojo de las sierras de mi país y del azul tranquilo del mar”.
Finalizada
la comida, Varela dispone la estancia colocando las obras que ha
pintado en días anteriores para que puedan ser vistas; Esplá, durante la
comida le ha informado que esa tarde le visitará durante unas horas el
ingeniero donostiarra Ramón Múgica con su esposa y otros amigos. Sitúa
los cuadros sobre la repisa de la gran campana del hogar de leña que se
extiende de muro a muro; los más grandes apoyados sobre una mesa que
adosa a la pared y en los huecos de las ventanas, y los cartones
pequeños en los de la alacena. El blanco mate del encalado en el
interior de la rústica construcción es el fondo perfecto para la
vibrante explosión de colores; el paisaje de Aitana inunda el interior
de la masía…
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