Momento de la ceremonia de abdicación celebrada ayer por la tarde en el Salón de Columnas del Palacio Real.
Juan Carlos Hidalgo
EFE
Son contadas las ocasiones en que todo un país es consciente de
asistir a un acontecimiento de envergadura histórica. Y son menos aún
los grandes momentos que se viven con la normalidad y estabilidad
institucional con que los españoles estamos viviendo estos días que
siempre vamos a conservar, de modo privilegiado, en la memoria. Si la
proclamación de Felipe VI, tras la abdicación de Juan Carlos I,
es motivo de alegría para todos los españoles, resulta también de
justicia felicitarnos por la madurez y la transparencia con que ha
culminado el proceso sucesorio. No en vano, el automatismo en la
sucesión a la Corona manda un mensaje de ejemplaridad dentro y fuera de
nuestras fronteras: el de un país con unas instituciones dotadas de
solidez y capacidad de respuesta y el de unos ciudadanos que apostamos
por la estabilidad de nuestra democracia y por la vigencia de los
símbolos que nos representan y hermanan. Con el ascenso al trono de
Felipe VI los españoles estamos reafirmando la probada capacidad de
nuestra Constitución para garantizar una convivencia en paz, libertad y
progreso, y dar cauce a un proyecto común e integrador para España.
En este día señalado, resulta muy significativo recordar esa otra hora «cargada de emoción y esperanza» de la proclamación de Don Juan Carlos en unas circunstancias tan distintas. Los espectaculares cambios y avances protagonizados por los españoles desde entonces hasta hoy nos hablan de la España contemporánea como una historia de éxito y al tiempo evidencian que el reinado de Juan Carlos I ha sido el más próspero y fecundo de cuantos se recuerdan en el recorrido de la nación española a través de los siglos. Así lo avala el sentir común de la ciudadanía, que identifica al Rey Juan Carlos con nuestro periodo de mayor bienestar y desarrollo económico y social.
Nuestro Rey ha sabido ser un anclaje de estabilidad y un motor de progreso para España, un símbolo vivo de cohesión en la diversidad, un bastión en la defensa de nuestra democracia y un pilar de los valores de nuestro Estado de Derecho. Su generoso empuje reformista y modernizador se hizo presente desde un primer momento: como conocen bien los españoles, jóvenes o mayores, Don Juan Carlos impulsó la Transición junto a figuras inolvidables como el recientemente fallecido presidente Suárez, alentó el pacto constitucional como puerto seguro de nuestras libertades y defendió nuestros afanes de democracia en la noche del 23 de febrero de 1981. Su liderazgo en aquella España que se abría a la democracia y al mundo nos aseguró nuestra plena inserción en la modernidad y nuestro protagonismo en el proyecto europeo.
Consciente, como lo es su padre, de que «el cumplimiento del deber está por encima de cualquier otra circunstancia», los españoles vemos desde hoy representados en la figura de Felipe VI los principios de continuidad y renovación propios de una sociedad madura y moderna como es la española. El nuevo Rey de España ha sido el Príncipe de Asturias mejor formado de nuestra Historia y ha venido desempeñando con indudable acierto sus tareas institucionales como Heredero del trono en los últimos años; su formación, sus cualidades personales y su experiencia institucional son una garantía de que accede al trono más que preparado para prolongar y superar, si cabe, los logros del reinado de su padre. Estoy convencido de que contará para ello con la complicidad, el apoyo y el afecto de todos quienes vemos en él a un hombre de futuro, cercano al día a día de la gente, enamorado y conocedor de España en toda su riqueza y pluralidad, y con una experiencia inmejorable para ejercer sus funciones. En suma, una persona de su tiempo y capaz de conectar con la sensibilidad y las inquietudes de las nuevas generaciones de españoles. Con la misma vocación de fidelidad a su papel constitucional que ha mostrado Don Juan Carlos, quienes hemos tenido el privilegio de tratar a Don Felipe sabemos que siente España como «una gran nación por la que vale la pena luchar». En este cometido, Su Majestad tendrá el firme respaldo de su consorte, Doña Letizia, de la Princesa Leonor y de la Infanta Sofía.
Con su proclamación ante las Cortes, sede de la soberanía de la nación, el ascenso al trono de Don Felipe simboliza a la vez nuestro pasado común y nuestro porvenir compartido. En sus mismos títulos dinásticos -de Rey de Castilla y Rey de Aragón a Conde de Barcelona o Señor de Vizcaya-, el nuevo Rey nos habla de la continuidad histórica de la nación y del siempre renovado ánimo de convivencia de los españoles. Del mismo modo, su proclamación es expresión de los equilibrios y el sentido de la realidad nacional de nuestro sistema constitucional, del cual la Monarquía parlamentaria es parte indispensable, como lo son la unidad y la pluralidad de nuestro Estado autonómico o la vocación de progreso plasmada en la consideración de España como Estado social y democrático de Derecho. Asimismo, en el contexto de un escenario internacional tan cambiante como complejo, su prestigio y su liderazgo serán un activo capital para nuestro país, ante todo en las relaciones con las naciones hermanas de la comunidad iberoamericana, que Don Felipe tan bien conoce.
De Noruega a Dinamarca y de Gran Bretaña a Holanda, las monarquías constitucionales se han consagrado como garantía de democracia y libertad, y han logrado hacer visible la historia de un país al tiempo que impulsar su progreso social. Los españoles también sabemos de la efectividad histórica de la Corona. Una institución siempre dispuesta al servicio de la nación por encima de la controversia partidista y, por esta misma razón, elevada a patrimonio de todos.
Como Príncipe de Asturias, Don Felipe ha sido un abanderado de nuestra convivencia y, como Monarca, estoy seguro de que nuestro nuevo Rey Felipe VI será un Rey para la esperanza y la concordia, un Rey para la libertad y la igualdad entre españoles. Con el convencimiento, bien aprendido de Don Juan Carlos y Doña Sofía, de que «el servicio del pueblo es el fin que justifica toda su función», los españoles acogemos con alegría, responsabilidad y altura de miras el inicio de un reinado en el que S. M. el Rey Don Felipe va a dar «todo por España».
En este día señalado, resulta muy significativo recordar esa otra hora «cargada de emoción y esperanza» de la proclamación de Don Juan Carlos en unas circunstancias tan distintas. Los espectaculares cambios y avances protagonizados por los españoles desde entonces hasta hoy nos hablan de la España contemporánea como una historia de éxito y al tiempo evidencian que el reinado de Juan Carlos I ha sido el más próspero y fecundo de cuantos se recuerdan en el recorrido de la nación española a través de los siglos. Así lo avala el sentir común de la ciudadanía, que identifica al Rey Juan Carlos con nuestro periodo de mayor bienestar y desarrollo económico y social.
Nuestro Rey ha sabido ser un anclaje de estabilidad y un motor de progreso para España, un símbolo vivo de cohesión en la diversidad, un bastión en la defensa de nuestra democracia y un pilar de los valores de nuestro Estado de Derecho. Su generoso empuje reformista y modernizador se hizo presente desde un primer momento: como conocen bien los españoles, jóvenes o mayores, Don Juan Carlos impulsó la Transición junto a figuras inolvidables como el recientemente fallecido presidente Suárez, alentó el pacto constitucional como puerto seguro de nuestras libertades y defendió nuestros afanes de democracia en la noche del 23 de febrero de 1981. Su liderazgo en aquella España que se abría a la democracia y al mundo nos aseguró nuestra plena inserción en la modernidad y nuestro protagonismo en el proyecto europeo.
'La Corona siempre está dispuesta al servicio de la nación por encima de la controversia partidista'
Estas razones, entre otras muchas posibles, sirven para explicar el
profundo vínculo de afecto y agradecimiento que une a los españoles con
su Rey. Su perfil trasciende con mucho nuestras fronteras, en tanto que,
mano a mano con la Reina Doña Sofía, el Monarca ha
sido no sólo el mejor embajador y defensor de España en el mundo, sino
uno de nuestros compatriotas más conocidos y admirados y el reflejo
nítido de los valores y aspiraciones de la España contemporánea. De 1975
a nuestros días, podemos decir del reinado de Don Juan Carlos que ha
cumplido con creces y ha hecho realidad el propio deseo expresado por el
Monarca en su proclamación: que España recorriera su camino «en un
efectivo consenso de concordia nacional». Consciente, como lo es su padre, de que «el cumplimiento del deber está por encima de cualquier otra circunstancia», los españoles vemos desde hoy representados en la figura de Felipe VI los principios de continuidad y renovación propios de una sociedad madura y moderna como es la española. El nuevo Rey de España ha sido el Príncipe de Asturias mejor formado de nuestra Historia y ha venido desempeñando con indudable acierto sus tareas institucionales como Heredero del trono en los últimos años; su formación, sus cualidades personales y su experiencia institucional son una garantía de que accede al trono más que preparado para prolongar y superar, si cabe, los logros del reinado de su padre. Estoy convencido de que contará para ello con la complicidad, el apoyo y el afecto de todos quienes vemos en él a un hombre de futuro, cercano al día a día de la gente, enamorado y conocedor de España en toda su riqueza y pluralidad, y con una experiencia inmejorable para ejercer sus funciones. En suma, una persona de su tiempo y capaz de conectar con la sensibilidad y las inquietudes de las nuevas generaciones de españoles. Con la misma vocación de fidelidad a su papel constitucional que ha mostrado Don Juan Carlos, quienes hemos tenido el privilegio de tratar a Don Felipe sabemos que siente España como «una gran nación por la que vale la pena luchar». En este cometido, Su Majestad tendrá el firme respaldo de su consorte, Doña Letizia, de la Princesa Leonor y de la Infanta Sofía.
Con su proclamación ante las Cortes, sede de la soberanía de la nación, el ascenso al trono de Don Felipe simboliza a la vez nuestro pasado común y nuestro porvenir compartido. En sus mismos títulos dinásticos -de Rey de Castilla y Rey de Aragón a Conde de Barcelona o Señor de Vizcaya-, el nuevo Rey nos habla de la continuidad histórica de la nación y del siempre renovado ánimo de convivencia de los españoles. Del mismo modo, su proclamación es expresión de los equilibrios y el sentido de la realidad nacional de nuestro sistema constitucional, del cual la Monarquía parlamentaria es parte indispensable, como lo son la unidad y la pluralidad de nuestro Estado autonómico o la vocación de progreso plasmada en la consideración de España como Estado social y democrático de Derecho. Asimismo, en el contexto de un escenario internacional tan cambiante como complejo, su prestigio y su liderazgo serán un activo capital para nuestro país, ante todo en las relaciones con las naciones hermanas de la comunidad iberoamericana, que Don Felipe tan bien conoce.
De Noruega a Dinamarca y de Gran Bretaña a Holanda, las monarquías constitucionales se han consagrado como garantía de democracia y libertad, y han logrado hacer visible la historia de un país al tiempo que impulsar su progreso social. Los españoles también sabemos de la efectividad histórica de la Corona. Una institución siempre dispuesta al servicio de la nación por encima de la controversia partidista y, por esta misma razón, elevada a patrimonio de todos.
Como Príncipe de Asturias, Don Felipe ha sido un abanderado de nuestra convivencia y, como Monarca, estoy seguro de que nuestro nuevo Rey Felipe VI será un Rey para la esperanza y la concordia, un Rey para la libertad y la igualdad entre españoles. Con el convencimiento, bien aprendido de Don Juan Carlos y Doña Sofía, de que «el servicio del pueblo es el fin que justifica toda su función», los españoles acogemos con alegría, responsabilidad y altura de miras el inicio de un reinado en el que S. M. el Rey Don Felipe va a dar «todo por España».