Felipe VI ha iniciado su discurso tras la proclamación como Rey
expresando el reconocimiento y el respeto de la Corona a las Cortes, que
ha recalcado que son las depositarias de la soberanía nacional.
Este es el texto íntegro de su discurso de 26 minutos ante las Cortes Generales:
«Comparezco
hoy ante Las Cortes Generales para pronunciar el juramento previsto en
nuestra Constitución y ser proclamado Rey de España. Cumplido ese deber
constitucional, quiero expresar el reconocimiento y el respeto de la
Corona a estas Cámaras, depositarias de la soberanía nacional. Y
permítanme que me dirija a sus señorías y desde aquí, en un día como
hoy, al conjunto de los españoles.
Inicio mi reinado con una
profunda emoción por el honor que supone asumir la Corona, consciente de
la responsabilidad que comporta y con la mayor esperanza en el futuro
de España.
Una nación forjada a lo largo de siglos de Historia
por el trabajo compartido de millones de personas de todos los lugares
de nuestro territorio y sin cuya participación no puede entenderse el
curso de la Humanidad.
Una gran nación, Señorías, en la que creo,
a la que quiero y a la que admiro; y a cuyo destino me he sentido unido
toda mi vida, como Príncipe Heredero y -hoy ya- como Rey de España.
Ante
sus Señorías y ante todos los españoles -también con una gran emoción-
quiero rendir un homenaje de gratitud y respeto hacia mi padre, el Rey
Juan Carlos I. Un reinado excepcional pasa hoy a formar parte de nuestra
historia con un legado político extraordinario. Hace casi 40 años,
desde esta tribuna, mi padre manifestó que quería ser Rey de todos los
españoles. Y lo ha sido. Apeló a los valores defendidos por mi abuelo el
Conde Barcelona y nos convocó a un gran proyecto de concordia nacional
que ha dado lugar a los mejores años de nuestra historia contemporánea.
En
la persona del Rey Juan Carlos rendimos hoy el agradecimiento que
merece una generación de ciudadanos que abrió camino a la democracia, al
entendimiento entre los españoles y a su convivencia en libertad. Esa
generación, bajo su liderazgo y con el impulso protagonista del pueblo
español, construyó los cimientos de un edificio político que logró
superar diferencias que parecían insalvables, conseguir la
reconciliación de los españoles, reconocer a España en su pluralidad y
recuperar para nuestra Nación su lugar en el mundo.
Y me
permitirán también, Señorías, que agradezca a mi madre, la Reina Sofía,
toda una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles. Su
dedicación y lealtad al Rey Juan Carlos, su dignidad y sentido de la
responsabilidad, son un ejemplo que merece un emocionado tributo de
gratitud que hoy -como hijo y como Rey- quiero dedicarle. Juntos, los
Reyes Juan Carlos y Sofía, desde hace más de 50 años, se han entregado a
España. Espero que podamos seguir contando muchos años con su apoyo, su
experiencia y su cariño.
A lo largo de mi vida como Príncipe de
Asturias, de Girona y de Viana, mi fidelidad a la Constitución ha sido
permanente, como irrenunciable ha sido -y es- mi compromiso con los
valores en los que descansa nuestra convivencia democrática. Así fui
educado desde niño en mi familia, al igual que por mis maestros y
profesores. A todos ellos les debo mucho y se lo agradezco ahora y
siempre. Y en esos mismos valores de libertad, de responsabilidad, de
solidaridad y de tolerancia, la Reina y yo educamos a nuestras hijas, la
Princesa de Asturias y la Infanta Sofía.
Señoras y Señores Diputados y Senadores,
Hoy
puedo afirmar ante estas Cámaras -y lo celebro- que comienza el reinado
de un Rey constitucional. Un Rey que accede a la primera magistratura
del Estado de acuerdo con una Constitución que fue refrendada por los
españoles y que es nuestra norma suprema desde hace ya más de 35 años.
Un
Rey que debe atenerse al ejercicio de las funciones que
constitucionalmente le han sido encomendadas y, por ello, ser símbolo de
la unidad y permanencia del Estado, asumir su más alta representación y
arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones.
Un
Rey, en fin, que ha de respetar también el principio de separación de
poderes y, por tanto, cumplir las leyes aprobadas por las Cortes
Generales, colaborar con el Gobierno de la Nación -a quien corresponde
la dirección de la política nacional- y respetar en todo momento la
independencia del Poder Judicial.
No tengan dudas, Señorías, de
que sabré hacer honor al juramento que acabo de pronunciar; y de que, en
el desempeño de mis responsabilidades, encontrarán en mí a un Jefe del
Estado leal y dispuesto a escuchar, a comprender, a advertir y a
aconsejar; y también a defender siempre los intereses generales.
Y
permítanme añadir, que a la celebración de este acto de tanta
trascendencia histórica, pero también de normalidad constitucional, se
une mi convicción personal de que la Monarquía Parlamentaria puede y
debe seguir prestando un servicio fundamental a España.
La
independencia de la Corona, su neutralidad política y su vocación
integradora ante las diferentes opciones ideológicas, le permiten
contribuir a la estabilidad de nuestro sistema político, facilitar el
equilibrio con los demás órganos constitucionales y territoriales,
favorecer el ordenado funcionamiento del Estado y ser cauce para la
cohesión entre los españoles. Todos ellos, valores políticos esenciales
para la convivencia, para la organización y desarrollo de nuestra vida
colectiva.
Pero las exigencias de la Corona no se agotan en el
cumplimiento de sus funciones constitucionales. He sido consciente,
desde siempre, de que la Monarquía Parlamentaria debe estar abierta y
comprometida con la sociedad a la que sirve; ha de ser una fiel y leal
intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos, y debe
compartir -y sentir como propios- sus éxitos y sus fracasos.
La
Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse
continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar
por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una
conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función
institucional y a su responsabilidad social. Porque, sólo de esa
manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el
ejercicio de sus funciones. Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan
con toda razón que los principios morales y éticos inspiren -y la
ejemplaridad presida- nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del
Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de
esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos.
Éstas son,
Señorías, mis convicciones sobre la Corona que, desde hoy, encarno: una
Monarquía renovada para un tiempo nuevo. Y afronto mi tarea con energía,
con ilusión y con el espíritu abierto y renovador que inspira a los
hombres y mujeres de mi generación.
Señoras y Señores Diputados y Senadores,
Hoy
es un día en el que, si tuviéramos que mirar hacia el pasado, me
gustaría que lo hiciéramos sin nostalgia, pero con un gran respeto hacia
nuestra historia; con espíritu de superación de lo que nos ha separado o
dividido; para así recordar y celebrar todo lo que nos une y nos da
fuerza y solidez hacia el futuro.
En esa mirada deben estar
siempre presentes, con un inmenso respeto también, todos aquellos que,
víctimas de la violencia terrorista, perdieron su vida o sufrieron por
defender nuestra libertad. Su recuerdo permanecerá en nuestra memoria y
en nuestro corazón. Y la victoria del Estado de Derecho, junto a nuestro
mayor afecto, será el mejor reconocimiento a la dignidad que merecen.
Y
mirando a nuestra situación actual, Señorías, quiero también transmitir
mi cercanía y solidaridad a todos aquellos ciudadanos a los que el
rigor de la crisis económica ha golpeado duramente hasta verse heridos
en su dignidad como personas. Tenemos con ellos el deber moral de
trabajar para revertir esta situación y el deber ciudadano de ofrecer
protección a las personas y a las familias más vulnerables. Y tenemos
también la obligación de transmitir un mensaje de esperanza
-especialmente a los más jóvenes- de que la solución de sus problemas y
en particular la obtención de un empleo, sea una prioridad para la
sociedad y para el Estado. Sé que todas sus Señorías comparten estas
preocupaciones y estos objetivos.
Pero sobre todo, Señorías, hoy
es un día en el que me gustaría que miráramos hacia adelante, hacia el
futuro; hacia la España renovada que debemos seguir construyendo todos
juntos al comenzar este nuevo reinado.
A lo largo de estos
últimos años -y no sin dificultades- hemos convivido en democracia,
superando finalmente tiempos de tragedia, de silencio y oscuridad.
Preservar los principios e ideales en los que se ha basado esa
convivencia y a los que me he referido antes, no sólo es un acto de
justicia con las generaciones que nos han precedido, sino una fuente de
inspiración y ejemplo en todo momento para nuestra vida pública. Y
garantizar la convivencia en paz y en libertad de los españoles es y
será siempre una responsabilidad ineludible de todos los poderes
públicos.
Los hombres y mujeres de mi generación somos herederos
de ese gran éxito colectivo admirado por todo el mundo y del que nos
sentimos tan orgullosos. A nosotros nos corresponde saber transmitirlo a
las generaciones más jóvenes.
Pero también es un deber que
tenemos con ellas -y con nosotros mismos-, mejorar ese valioso legado, y
acrecentar el patrimonio colectivo de libertades y derechos que tanto
nos ha costado conseguir. Porque todo tiempo político tiene sus propios
retos; porque toda obra política -como toda obra humana- es siempre una
tarea inacabada.
Los españoles y especialmente los hombres y
mujeres de mi generación, Señorías, aspiramos a revitalizar nuestras
instituciones, a reafirmar, en nuestras acciones, la primacía de los
intereses generales y a fortalecer nuestra cultura democrática.
Aspiramos
a una España en la que se puedan alcanzar acuerdos entre las fuerzas
políticas sobre las materias y en los momentos en que así lo aconseje el
interés general.
Queremos que los ciudadanos y sus
preocupaciones sean el eje de la acción política, pues son ellos quienes
con su esfuerzo, trabajo y sacrificio engrandecen nuestro Estado y dan
sentido a las instituciones que lo integran.
Deseamos una España
en la que los ciudadanos recuperen y mantengan la confianza en sus
instituciones y una sociedad basada en el civismo y en la tolerancia, en
la honestidad y en el rigor, siempre con una mentalidad abierta y
constructiva y con un espíritu solidario.
Y deseamos, en fin, una
España en la que no se rompan nunca los puentes del entendimiento, que
es uno de los principios inspiradores de nuestro espíritu
constitucional.
En ese marco de esperanza quiero reafirmar, como
Rey, mi fe en la unidad de España, de la que la Corona es símbolo.
Unidad que no es uniformidad, Señorías, desde que en 1978 la
Constitución reconoció nuestra diversidad como una característica que
define nuestra propia identidad, al proclamar su voluntad de proteger a
todos los pueblos de España, sus culturas y tradiciones, lenguas e
instituciones. Una diversidad que nace de nuestra historia, nos
engrandece y nos debe fortalecer.
En España han convivido
históricamente tradiciones y culturas diversas con las que de continuo
se han enriquecido todos sus pueblos. Y esa suma, esa interrelación
entre culturas y tradiciones tiene su mejor expresión en el concierto de
las lenguas. Junto al castellano, lengua oficial del Estado, las otras
lenguas de España forman un patrimonio común que, tal y como establece
la Constitución, debe ser objeto de especial respeto y protección; pues
las lenguas constituyen las vías naturales de acceso al conocimiento de
los pueblos y son a la vez los puentes para el diálogo de todos los
españoles. Así lo han considerado y reclamado escritores tan señeros
como Antonio Machado, Espriu, Aresti o Castelao.
En esa España,
unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, en la
solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley, cabemos todos;
caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben las distintas
formas de sentirse español. Porque los sentimientos, más aún en los
tiempos de la construcción europea, no deben nunca enfrentar, dividir o
excluir, sino comprender y respetar, convivir y compartir.
Y esa
convivencia, la debemos revitalizar cada día, con el ejercicio
individual y colectivo del respeto mutuo y el aprecio por los logros
recíprocos. Debemos hacerlo con el afecto sincero, con la amistad y los
vínculos de hermandad y fraternidad que son indispensables para
alimentar las ilusiones colectivas.
Trabajemos todos juntos,
Señorías, cada uno con su propia personalidad y enriqueciendo la
colectiva; hagámoslo con lealtad, en torno a los nuevos objetivos
comunes que nos plantea el siglo XXI. Porque una nación no es sólo su
historia, es también un proyecto integrador, sentido y compartido por
todos, que mire hacia el futuro.
Un nuevo siglo, Señorías, que ha
nacido bajo el signo del cambio y la transformación y que nos sitúa en
una realidad bien distinta de la del siglo XX.
Todos somos
conscientes de que estamos asistiendo a profundas transformaciones en
nuestras vidas que nos alejan de la forma tradicional de ver el mundo y
de situarnos en él. Y que, al tiempo que dan lugar a inquietud,
incertidumbre o temor en los ciudadanos, abren también nuevas
oportunidades de progreso.
Afrontar todos estos retos y dar
respuestas a los nuevos desafíos que afectan a nuestra convivencia,
requiere el concurso de todos: de los poderes públicos, a los que
corresponde liderar y definir nuestros grandes objetivos nacionales;
pero también de los ciudadanos, de su impulso, su convicción y su
participación activa.
Es una tarea que demanda un profundo cambio
de muchas mentalidades y actitudes y, por supuesto, gran determinación y
valentía, visión y responsabilidad.
Nuestra Historia nos enseña
que los grandes avances de España se han producido cuando hemos
evolucionado y nos hemos adaptado a la realidad de cada tiempo; cuando
hemos renunciado al conformismo o a la resignación y hemos sido capaces
de levantar la vista y mirar más allá -y por encima- de nosotros mismos;
cuando hemos sido capaces de compartir una visión renovada de nuestros
intereses y objetivos comunes.
El bienestar de nuestros
ciudadanos -hombres y mujeres-, Señorías, nos exige situar a España en
el siglo XXI, en el nuevo mundo que emerge aceleradamente; en el siglo
del conocimiento, la cultura y la educación.
Tenemos ante
nosotros el gran desafío de impulsar las nuevas tecnologías, la ciencia y
la investigación, que son hoy las verdaderas energías creadoras de
riqueza; el desafío de promover y fomentar la innovación, la capacidad
creativa y la iniciativa emprendedora como actitudes necesarias para el
desarrollo y el crecimiento.
Todo ello es, a mi juicio,
imprescindible para asegurar el progreso y la modernización de España y
nos ayudará, sin duda, a ganar la batalla por la creación de empleo, que
constituye hoy la principal preocupación de los españoles.
El
siglo XXI, el siglo también del medio ambiente, deberá ser aquel en el
que los valores humanísticos y éticos que necesitamos recuperar y
mantener, contribuyan a eliminar las discriminaciones, afiancen el papel
de la mujer y promuevan aún más la paz y la cooperación internacional.
Señorías,
me gustaría referirme ahora a ese ámbito de las relaciones
internacionales, en el que España ocupa una posición privilegiada por su
lugar en la geografía y en la historia del mundo.
De la misma
manera que Europa fue una aspiración de España en el pasado, hoy España
es Europa y nuestro deber es ayudar a construir una Europa fuerte, unida
y solidaria, que preserve la cohesión social, afirme su posición en el
mundo y consolide su liderazgo en los valores democráticos que
compartimos. Nos interesa, porque también nos fortalecerá hacia dentro.
Europa no es un proyecto de política exterior, es uno de los principales
proyectos para el Reino de España, para el Estado y para la sociedad.
Con
los países iberoamericanos nos unen la historia y lazos muy intensos de
afecto y hermandad. En las últimas décadas, también nos unen intereses
económicos crecientes y visiones cada vez más cercanas sobre lo global.
Pero, sobre todo, nos une nuestra lengua y nuestra cultura compartidas.
Un activo de un inmenso valor que debemos potenciar con determinación y
generosidad.
Y finalmente, nuestros vínculos antiguos de cultura y
de sensibilidad próximos con el Mediterráneo, Oriente Medio y los
países árabes, nos ofrecen una capacidad de interlocución privilegiada,
basada en el respeto y la voluntad de cooperar en tantos ámbitos de
interés mutuo e internacional, en una zona de tanta relevancia
estratégica, política y económica.
En un mundo cada vez más
globalizado, en el que están emergiendo nuevos actores relevantes, junto
a nuevos riesgos y retos, sólo cabe asumir una presencia cada vez más
potente y activa en la defensa de los derechos de nuestros ciudadanos y
en la promoción de nuestros intereses, con la voluntad de participar e
influir más en los grandes asuntos de la agenda global y sobre todo en
el marco de las NN.UU.
Señoras y Señores Diputados y Senadores,
Con
mis palabras de hoy, he querido cumplir con el deber que siento de
transmitir a sus señorías y al pueblo español, sincera y honestamente,
mis sentimientos, convicciones y compromisos sobre la España con la que
me identifico, la que quiero y a la que aspiro; y también sobre la
Monarquía Parlamentaria en la que creo: como dije antes y quiero repetir
ahora, una monarquía renovada para un tiempo nuevo.
Y al
terminar mi mensaje quiero agradecer a los españoles el apoyo y el
cariño que en tantas ocasiones he recibido. Mi esperanza en nuestro
futuro se basa en mi fe en la sociedad española; una sociedad madura y
vital, responsable y solidaria, que está demostrando una gran entereza y
un espíritu de superación que merecen el mayor reconocimiento.
Señorías, tenemos un gran País; Somos una gran Nación, creamos y confiemos en ella.
Decía Cervantes en boca de Don Quijote: «no es un hombre más que otro si no hace más que otro».
Yo
me siento orgulloso de los españoles y nada me honraría más que, con mi
trabajo y esfuerzo de cada día, los españoles pudieran sentirse
orgullosos de su nuevo Rey.
Muchas gracias. Moltes gràcies. Eskerrik asko. Moitas grazas».
Madrid, 19 de junio 2014
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NOTA DE NUEVO IMPULSO
Este discurso debería ser de lectura obligada en colegios, institutos, universidades, fabricas y demás lugares públicos de España e Iberoamérica de esta forma nos enteraríamos qué es una monarquía parlamentaria. Quienes no lo conozcan debe ingresar en el grupo de los ignorantes.
Hay palabras tabú en España como patriota, monarquía, bandera nacional, español, rojos, bandoleros...etc, la culpa la tienen las instituciones del estado que han dejado a su libre albedrío la enseñanza en manos de los nacionalistas y republicanos. Luego que no vengan con llantos y crujir de dientes.