......................Articulo de Roberto Crobu, entrenador de ejecutivo..................
Es muy frecuente usar el verbo “Decepcionar” de manera pasiva, asociada al comportamiento o acción de alguien.
De hecho, es mucho más frecuente oir la frase “Me ha decepcionado” antes que “Estoy decepcionado”. Incluso cuando se usa esta segunda modalidadla manera de hablar se refiere en la mayoría de las circunstancias a decir “Estoy decepcionado por este motivo”, como si el motivo de la decepción tratásemos de ubicarlo fuera de nosotros antes que dentro.
Esto es señal de que nos cuesta asumir que si algo nos decepcionó, fue debido a nuestra expectativa previa antes que a los acontecimientos en sí.
Decir que algo nos ha decepcionado, significa admitir que de alguna manera esperábamos algo que no ha ocurrido
o que ha ocurrido de de manera diferente de lo que nos esperábamos: es
decir que teníamos una idea previa de lo que nos esperábamos.
Pero no solamente significa esto. Significa también admitir que sobre la idea previa que teníamos, habíamos emitido un juicio personal polarizando esa idea como algo más o menos positivo, aceptable, o correcto, de acuerdo con una persona, su comportamiento, o una circunstancia.
Pero hay algo más: decir que algo nos ha decepcionado, significa también admitir que hemos juzgado la realidad de manera personal,
sumaria y subjetiva, desde nuestro personal sistema de creencias y
valores, o aquello que ha dicho o hecho esa persona o como se han
desarrollado los acontecimientos: que lo hemos comparado con nuestra idea o expectativa previa,
y que tras esa comparación, hemos juzgado que lo que ha ocurrido no
refleja o no cumple con nuestros criterios previos. O que simplemente es
inferior en calidad y beneficio a lo que nos esperábamos.
Por tanto, todo este proceso que nos lleva a decir que “algo no ha decepcionado”, es fruto de una expectativa arbitraria,
imaginada y no real, de un juicio sobre esa expectativa, construido
sobre la base de la imaginación, de una comparación entre la realidad
efectiva y nuestra imaginación alimentada por nuestras expectativas basadas en simples deseos o necesidades personales y, finalmente, de un juicio sobre la realidad efectiva, basado en esa comparación.
Lo que no nos damos cuenta es que estamos comparando hechos consumados y objetivos, con imaginación subjetiva previa.
Y menos aún nos damos cuenta que a la hora de
comparar hechos con imaginación, damos más crédito a la imaginación y
creemos que nuestro punto de vista es mejor o más aceptable, o más justo, o con más derecho de razón, respecto a los hechos patentes.
Este proceso representa una falacia en el
momento en que damos por sentado y obvio que nuestra expectativa previa,
aún siendo algo imaginativo cuenta más o tiene más derecho de existir
que los meros hechos patentes.
Por eso, al decir que “algo nos ha decepcionado” , estaremos también afirmando que para nosotros, nuestra expectativa previa tiene más razón e importancia que la mera realidad. Que cuenta más lo que pensamos, que lo que ocurre ahí en el mundo exterior.
Y al usar como punto de comparación nuestro pensamiento, expectativa o idea previa, decimos caemos también en el autoengaño
de creer que esa es la correcta y que si la realidad no coincide o
cumple con ella, o la supera, entonces esa realidad habrá hecho algo que
no consideramos justo o asumible, ya que nos habrá decepcionado.
Todo esto es fruto de un egocentrismo cognitivo o conceptual que nos lleva a pensar erróneamente que disponemos de más y mayor razón que la realidad misma.
Lo que nos resistimos a entender es que la
realidad ahí fuera simplemente ocurre, y que nuestro punto de vista y
nuestro juicio es lo que la disfraza de algo que nos gusta o nos gusta.
Y que cuando algo no nos gusta o pensamos que “nos
decepciona”, será porque nosotros, con nuestros juicios y nuestras
expectativas previas habremos querido que sea así: y que eliminando el juicio, eliminaremos el malestar o la decepción.
Por este motivo, cuando algo nos decepciona, no
habrá sido por lo que habrá hecho o no habrá hecho o habrá dejado de
hacer, sino por nuestras expectativas previas que habremos construido de
manera sumaria, sin considerar eventualidades como la realidad que
finalmente nos abofetea en la cara (ojo, no es la realidad que da la
bofetada, sino nosotros que ponemos la cara por donde pasa ella).
Del mismo modo, si piensas que has decepcionado a
alguien, puedes pensar también que no habrá sido por lo que hayas hecho o
dicho, sino por las expectativas equivocadas que esa persona tenía.
La causa de su decepción no está en tu comportamiento, sino en las expectativas del otro/a.