44.- El día de los nenúfares
El día de los
nenúfares en Villa Elena, es un acontecimiento anual que no nos queremos
perder, porque no estar es como no existir, como no ser en el ser, no sé si me
explico. La cuestión es que el 15 de mayo del 2010, el mes de la Cruz, amaneció astuto, así astuto porque si digo
que fue maravilloso o espléndido no sería poético. Y la poesía, ese arte del
sentir no puede faltar en un día rápido, porque se nos pasó el día volando, en
un día tan señalado.
Cuando uno ha ido a Villa Elena, en El Pinet
de San Vicente, y ha entrado en los jardines “árabes” como dijo Carlos Bermejo
en su alocución de agradecimiento, ya no tienes que ir al paraíso terrenal
porque el paraíso está aquí. El sol
rebotaba sobre el agua, las fuentes salían de sus grutas y los nenúfares eran
islas flotando como barcos de vela latina sobre el verde cinabrio de las hojas
acuáticas, y de vez en cuando alguna rana señalaba su presencia con su croar
familiar, era la “Reniana”, una rana de ojos saltones que nos conoce y se pone
muy contenta.
Entre las pérgolas, las fuentes, las
esculturas quietas estaban los pintores con su luz en las paletas dándole
brochazos sabios a los lienzos, todos aplicados, atentos, deslumbrados por un
sol que rayaba los cristales del agua, y los reflejos guiñaban a los fotógrafos
robando el instante, el momento, la sonrisa de una flor.
Cuando nosotros llegamos, los artista ya llevaban horas en el tajo del caballete, aplicados en el soltar materia, nos
recibió Carlos, Loli, Elena y los amigos
con gran cordialidad y afecto, el mismo que nosotros les tenemos, esto debe ser
recíproco porque de lo contrario no funcionaría la cordialidad. Nos sentamos a
sombra de los pinos, para charlar en la postura de los budistas, con tranquila
meditación. Cuando más a gusto estábamos en la charla oímos la voz de mando de
Carlos, era la hora de la fajina (hora en que la tropa se retira a comer), y
nos sentamos en una largas e interminables mesas, cerca de unas 120 personas.
Las
mesas se fueron cubriendo de un tapiz comestible de jamón, queso, langostinos,
morcó, salchichón blanco y salchichón rojo (por no decir chorizo), empanadas,
bebidas de todo tipo y lo más importante alegría y buen conversación en
compañía, porque comer es compartir y así lo entiendo yo.
Luego vieron el momento más peligroso de
lidiar: las fuentes de de dulces y es que esta año se pasaron, cada mujer llevó
el resultado de sus pruebas de repostería, muestra de sus habilidades con el
horno, y los famosos lacitos de Loli. En fin, que entre un bizcocho de aquí y otro
de allí, unos rebozados con chocolates y delicias de todas clases, llegó al
hora esperada de las rifas de arte, aportaciones de lo mejor de cada firma.
Hubo para todos y todos contentos.
Después
salieron músicos, cuentachistes, cantantes, y la tarde se marchaba entre
nuestras manos como un puñado de arena.
Lástima, pues había que venirse, a pesar de que allí continuaba la
fiesta. Al salir, y pasar por el estanque, la “Reniana” se despidió con un croar lastimero y
los nenúfares agrupados en coros nos dijeron adiós con sus manitas blancas y
sus gotitas de lágrimas en los pétalos inmaculados.
En fin, en
nombre de todos y en el mío propio, un año más te agradecemos el esfuerzo
realizado, el amor que pones y el interés por hacer piña, familia, que es lo
que somos en esta Asociación de Artista Alicantinos.
Carlos y
familia, enhorabuena y hasta el año que viene.
De mi libro "Robinsón por Alicante" .