Tomás Salinas García /Cartas al lector en Información 26 de agosto.
España, como la pintura de Borja en Zaragoza
Eso es lo que nos ha ocurrido en este país. Aficionados, gente sin valía ni formación, en lugar de restaurar en profundidad el Estado, se han dedicado a tapar agujeros de aquella manera
Lo he intentado pero al final me han derrotado las circunstancias. No está bien reírse de lo ocurrido en Borja con la actuación estelar de la octogenaria Cecilia Giménez y la aplicación del surrealismo a un Ecce Homo pintado en la pared de la parroquia. Pero no he podido evitarlo, uniéndome al choteo internacional generado. Un cachondeo animado desde la patria, cómo no, con las manipulaciones del engendro, poniéndole el rostro de Paquirrín (cualquiera diría que ha posado para el retrato), el «cuñao», Falete o el mismo presidente del Gobierno. No hay trabajo ni dinero, pero a diversión no nos gana nadie, que no se diga. Vamos, resumiendo, un buen rato inicial de entretenimiento que sin embargo, y tras meditar un poco, en mi mente enferma se ha transformado, sin quererlo ni desearlo, en una sensación de tristeza mayúscula. España es así. O, mejor dicho, España está así. Igual que la pintura mural destrozada. Lleva la tira de tiempo cayéndose a pedazos, desfigurándose sin remedio su rostro y vestimentas. Hete aquí que para lavarle la cara, alguien que no sirve para el tema le va pegando brochazos, por aquí y por allá. Un poco en la túnica, para que recupere el color, cuatro pinceladas que disimulen el deterioro, y parece que la cosa va teniendo un pase. Una ingente colección de parches aplicados por gente sin preparación. Un buen día, visto que la descomposición amenaza con provocar la desaparición absoluta, el inepto ejecutante se atreve a definir expresión y cara. Y allá que se mete, con cuatro rotuladores y un bote de tempera de los chinos.
Como no sabe lo que tiene entre manos, cada toque de su arte añadido por su mano a la pintura original va convirtiendo la misma en un garabato informe e irreconocible. El resultado de tamaña osadía, para echarse a llorar. Lo que en su origen era una imagen, más o menos decente, es ahora un esperpento innombrable. Eso es lo que nos ha ocurrido en este país. Aficionados, gente sin valía ni formación, en lugar de restaurar en profundidad el Estado, se han dedicado a tapar agujeros de aquella manera. Cuando España empezaba a derrumbarse, la recuperación de la misma cayó en manos del más inútil que había, un líder iluminado que esbozó las líneas de esta estupenda faena de aliño que tan catastróficamente están rematando los que ahora nos gobiernan. Tal y como se hacen las cosas, seguro que los que arreglen el desaguisado, si es que pueden (cosa que dudo), van a dejar el nuevo Ecce Homo nacional como presumiblemente quedará el de la pared de la iglesia zaragozana, con la cara del hijo de la Pantoja. No tendrá ningún parecido con el original, pero menos dará una piedra. Qué pena.