La democracia es el menos malos de los sistemas conocidos. Por ellos hemos de lidiar con los sobreros que nos echan. Cuando votamos a un candidado no votamos al mejor, ni al más inteligentes, ni al que más sabe, ni al más idóneo; sino al que nos han puesto, o al que más simpático nos cae, o que lidera nuestro partido político.
Ello quiere decir que luego, a la hora de la verdad le ponemos en el Gobierno, en la Comunidad Autónoma o en el Ayuntamiento y que nos dirija la vida económica, cultural y social, pero por que fuera elegido, no quere esto decir que sea el ciudadano más capacitados, el mejor de todos, el más intiligente.
Y cuando nos llevan a una crisis nos lamentamos de haberlo votado. Pero es que no conocemos otros sistemas de elección para garantizarnos un bienestar.
En las campañas electorales salen a diario en la tele, en la prensa y en Internet, hasta que consiguen que les veamos tanto que creamos que les conocemos, que son nuestro amigos, y una ¡mierda!, han jugado con nuestras neuronas y con nuestro cerebro de origen simo.
Ramón Fernández Palmeral