La circunstancia de que la obra sea única e irrepetible, en una sociedad donde todo se produce en masa, es un factor determinante para establecer los precios: que vienen determinados en gran medida por su escasez. No hay manera de aumentar la cantidad de determinada obra y en consecuencia su precio no puede ser reducido por una mayor oferta. Así las características propias de este peculiar objeto irrepetible hacen que le sea necesario recibir un trato especial desde el momento en que es absorbido como mercancía por los mecanismos comerciales. A partir de este momento el valor de la obra ya no se sitúa tanto en sus cualidades estéticas, en el placer que provoca su contemplación… sino en lo que se paga por ella.
Pero se produce un fenómeno extraño: la fetichización del objeto artístico, ya que a pesar de que sabemos que una obra se valora por encima de otra según lo que se ha pagado por ella, seguimos remitiéndonos a su calidad intrínseca. En otras palabras, la obra ha dejado de ser un valor de uso para convertirse en un valor de cambio.
Montse Domingo