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JAVIER CUERVO.- Picasso fue durante décadas el dios vivo del arte del siglo XX y eso no rebajó su laboriosidad compulsiva. Vivió multimillonario, dejó una obra ingente y el mercado del arte ha asignado un alto precio a cualquier trazo salido de su nervio creativo. Todo lo que hacía el Artista es Arte y, si está autentificado, Mercancía cara. Las falsificaciones también se venden caras, porque el precio es una característica de estilo que hace picassiano lo que no lo es. Siempre hay varios Picassos en la lista de los 25 cuadros más caros de los últimos años, y es frecuente que se le declare el pintor mejor vendido.
En vida Picasso dedicó mucho tiempo y buenas estrategias a la alta evaluación de su obra. Algunos sostienen que fue dadivoso, pero es muy difícil que le diera a Pierre Le Guennec, el electricista que instaló sistemas de alarma en varias de sus residencias de la Costa Azul, una maleta con un surtido de obra compuesto por 271 piezas.
Si Le Guennec fuera un cerrajero de fin de semana, sí, porque a eso ascendería la factura; si fuera el fontanero que detiene la inundación, vale, porque puedes estarle muy agradecido, pero la instalación de alarmas es algo premeditado (cuesta equis, lleva equis tiempo, empiezo el lunes) y se aprecia obligatorio como una tasa e injusto como un seguro en el que gastas dinero para no perder riqueza. Que la fecha en la que aparecen esas obras en manos del electricista coincida con la de prescripción del delito de robo es una coincidencia estimable.
Al ser Picasso, podemos verlo con otro prisma. El electricista que instaló las alarmas antirrobo vio la oportunidad: entonces o nunca. Se roba peor después de la alarma antirrobo y es más escandaloso. Los financieros con sus nuevos productos y los químicos con sus drogas de diseño trabajan antes de que se instalen las alarmas, y la ley no va a por ellos retrospectivamente, aunque robo, estafa y envenenamiento están perseguidos.