Una de las razones que empujaron a De Quincey a consumir el opio (muy usado en los medios artísticos) fue la revelación de la influencia que esa sustancia ejercía sobre la creatividad. Los sueños opiáceos concretaban en él ciertos aspectos de las experiencias pasadas —las impresiones sensoriales, las emociones, las cosas que él había vislumbrado— según los motivos inéditos que, una vez conferidos por la imaginación, podían conducir a nuevas ideas y a nuevas expresiones. En sus Confesiones..., De Quincey desarrolló esta tesis, todo hacia la búsqueda de comprender dónde se escondía la prueba de que el opio era responsable de esa fecundidad literaria. Él mismo percibió como un filósofo y, en consecuencia, sus sueños opiáceos llegaron a convertirse igualmente en seres filosóficos por naturaleza. Mas no importaba quién usara el opio: acaso no sería invadido por alguna visión o sus visiones seguirían siendo triviales. O en palabras de De Quincey: “Quien habla comúnmente de bueyes soñará con bueyes”.
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