Lectura oculta de la obra de arte
Por Hernán Duval
Toda obra poética, literaria, musical, cinematográfica, arquitectónica y de arte en general, requiere de una lectura formal y aparente, que le permita ser una entidad real. Pero no es menos cierto que para que ella logre un cierto grado de trascendencia y permanencia, requiere de lecturas más profundas y paralelas que no son evidentes y que sólo se revelan a través de un camino de contemplación en un tiempo y un espacio que no es fácil de acotar ni definir.
De este modo, lo primero que percibimos en una obra es su estructura aparente, la cual se configura como respuesta a un espacio o lugar geográfico, a una época y a una cultura determinadas, siendo estas las variables que otorgarán a la obra una forma externa definida. Probablemente son estas características las que nos permiten darle una cualidad de estilo propio, o modo de expresarla. Si tomamos, por ejemplo, una obra pictórica como “El almuerzo sobre la hierba” de Edouard Manet, podemos identificarla dentro del estilo del periodo impresionista, además de identificarla temáticamente y en cuanto a sus propiedades técnicas. Se podría realizar una detallada descripción y análisis de estos temas, aun cuando no sería ésta la ocasión de hacerlo. Lo mismo podríamos hacer con obras arquitectónicas como el Panteón de Roma que hizo realizar el emperador Adriano o el Taj Mahal en Agra, o la Opera de Sydney en Australia. Otro tanto podemos hacer con obras musicales como el concierto de “Elvira Madigan” de Mozart, la monumental tetralogía operática “El Anillo del Nibelungo” de Wagner, o la ópera “Porgy and Bess” de Gershwin; y así podríamos seguir con una lista interminable. Todas estas obras son fieles representantes de una época y una cultura bien definidas y su forma y lectura aparentes así nos lo hacen saber...
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