¿Demasiadas vacaciones?
¿En serio pensáis que ser profesor es un chollo?
11-07-2025. En Nueva Tribuna de Madrid Algunos docentes van encarando su período vacacional de verano que,
en absoluto tiene que ver con los famosos tres meses que un bulo
malintencionado les atribuye. Intentaré explicarlo por enésima vez:
queridos, queridas, nuestro trabajo no termina cuando los alumnos
abandonan las clases. Es más, muchas de las tareas que son
imprescindibles para el adecuado desarrollo de nuestra labor, se llevan a
cabo precisamente en ausencia de los chavales. Y es que ¿cuándo si no
pensáis que preparamos las clases, nos reciclamos en nuestras materias y
rellenamos informes, memorias, actas, planes de trabajo y
programaciones? Y todo ello sin mencionar el tiempo que empleamos
también fuera del aula corrigiendo pruebas escritas o revisando
actividades y trabajos…
Durante las últimas semanas de junio y las primeras de julio todavía
hay innumerables tareas que finalizar y otras tantas reuniones o
claustros a los que acudir. Y, además, habría que matizar también que
algunos acudimos a cursos, congresos y seminarios que se realizan en
verano (¿cuándo si no?), por no hablar del trabajo silencioso y poco
reconocido de los equipos directivos que se tiran medio verano esperando
noticias de las administraciones para poder organizar el curso, ya que
estas siempre se comunican a última hora. Bregamos con los cambios
legislativos, con familias que defienden la versión que les dan sus
hijos a capa y espada, con la desmotivación de los adolescentes, con la
incomprensión de la ciudadanía en general que nos espeta que trabajamos
poco y descansamos mucho, con la falta de reconocimiento y autoridad…
¿en serio pensáis que ser profesor es un chollo?
Una sociedad que no respeta y apoya a sus profesores está abocada al fracaso
Recapacitemos: una sociedad que no respeta y apoya a sus profesores
está abocada al fracaso. Desde luego que, como en todos los gremios,
habrá profesionales más o menos competentes, pero os aseguro que en el
trabajo de todos mis compañeros prevalece el interés por el alumno y la
preocupación por desarrollar nuestra labor del modo más conveniente,
aunque tengamos que adaptarnos a cambios y modificaciones que no siempre
comprendemos. Trabajar se trabaja y mucho. Durante el curso, son
frecuentes los fines de semana en los que tienes faena para casa y has
de dejar de atender a tu familia u otros planes para tener corregidos a
tiempo los exámenes o poder calcular las medias y rellenar
observaciones. Personalmente, considero que el tiempo en el aula es el
más importante y además con el que más disfruto, pero se vuelve casi
insignificante en cuanto al porcentaje total del empleado.
Además, cuando se nos critica, se meten en el mismo saco diferentes
realidades, lo cual demuestra, una vez más, un gran desconocimiento de
nuestra profesión. No es lo mismo la enseñanza pública, que la privada o
concertada por lo que respecta a las horas de trabajo de los profesores
u otras condiciones laborales, como por ejemplo los años con los que
puedes acceder a la jubilación. Os aseguro que las diferencias son
realmente importantes y eso es algo que no se suele tener en cuenta.
Tampoco son lo mismo los diferentes niveles educativos ni las ratios de
alumnos por aula (llegamos a tener treinta alumnos en las clases de
secundaria y treinta y cinco en bachillerato, por ejemplo). Así que,
como suele suceder hoy en día con muchos otros temas, simplemente se
difama y polemiza sin tener información fiable o interés en
contrastarla.
Elegimos nuestra profesión aun siendo conscientes de que se nos va
cuestionar y criticar porque, en realidad, nuestro trabajo es poco
conocido y reconocido
Y, no basta con una preparación universitaria de base, no se trata
solamente de cursar una carrera (que ya es bastante). Hacen falta los
consiguientes cursos o máster para habilitarnos, especializarnos o
seguir formándonos en una preparación que ha de estar siempre al día y
en la que los retos que se nos presentan son constantes. Y, hace falta,
interés, empeño y vocación, destrezas, aptitudes y habilidades que no
deben decaer a pesar de las dificultades. No, por desgracia no todo el
mundo vale. Elegimos nuestra profesión aun siendo conscientes de que se
nos va cuestionar y criticar porque, en realidad, nuestro trabajo es
poco conocido y reconocido, y damos valor a lo realmente importante, que
son nuestros alumnos.
Desde siempre, los pensadores más importantes de la historia de la
humanidad han concedido un papel primordial a la educación. En la
Antigua Grecia, la educación era un valor, tenía poder y la sociedad
ateniense lo sabía. Quién accedía a la educación y a qué tipo de
educación se accedía, determinaría el futuro de la ciudad y cómo había
que gobernar la polis. Se entendió que la virtud se desarrollaría a
través de la práctica o esfuerzo personal, pero acompañados de una guía o
enseñanza en el proceso de adquisición. Así, según Sócrates, por
ejemplo, la figura del maestro resultaba de gran importancia para
desarrollar esas excelencias del ser humano que alcanzaría tras un largo
recorrido para lograr el progreso intelectual y moral.
En el mundo contemporáneo, se me ocurre que la “modernidad líquida”
de la que habla Zygmunt Bauman se puede combatir desde las aulas
La época de la Ilustración (S. XVIII) fue conocida como el “siglo de
las luces”, un momento histórico en el que se reivindicó que las luces
de la razón iluminaran a las personas y la sociedad. Y es que en ese
momento se encontraban bajo la penumbra causada por la ignorancia, la
superstición y el fanatismo causados por la autoridad de la tradición y
la religión. Immanuel Kant (1724-1804) también llamó a este proceso
“salir de la minoría de edad”, una invitación a formarse y a saber, a
desarrollar el espíritu crítico y revisar bajo criterios racionales la
política, las costumbres, el saber… Confiaban en que la ciencia y el
saber guiarían a la humanidad y para ello había que democratizar el
acceso (es la época de la primera Enciclopedia). Y estas
transformaciones iban ligadas, cómo no, al proceso educativo, que sería
el único capaz de obrar el milagro de llevar hacia el progreso.
Y, en el mundo contemporáneo, se me ocurre que la “modernidad
líquida” de la que habla Zygmunt Bauman (1925-2027), un estado de cambio
constante que provoca incertidumbre e inestabilidad, se puede combatir
desde las aulas. Los valores que se desarrollan en la convivencia
escolar, pueden servir para combatir el individualismo y la desconexión
con los demás que provocan las redes sociales, la comunicación virtual y
la búsqueda constante de nuevas experiencias y productos.
Es por eso que propongo y recomiendo dignificar la labor docente. Por
un lado, tener contentos a los profesores redunda en ventajas para la
sociedad en su conjunto y es un valor sin el cual resulta imposible
avanzar. Por otro, aquellos que tanto nos critican y/o envidian, tienen
abiertas las puertas de la universidad (y del resto de cursos
necesarios) para atreverse a intentarlo (en serio, tanta demanda tampoco
hay). Por mi parte, considero que se trata de un trabajo de importancia
inigualable y que me hace sentir tanto agradecida como orgullosa de
todos mis compañeros y compañeras.
Alicia Muñoz Alabau
Profesora de Secundaria y Bachillerato.
Escritora.