Pedro Sánchez, ese hábil comerciante de voluntades, ha demostrado que en política, como en el mercado de segunda mano, todo tiene un precio. Su legislatura, una ganga adquirida con una amnistía y unos insultos (perdón indultos) que tienen la Constitución como papel decorativo, ha sido recibida con la euforia de sus diputados, quienes, en un alarde de sumisión ejemplar, celebraron con abrazos y sonrisas su rendición incondicional. ¡Qué tierna imagen! Si en lugar de un Congreso estuvieran en un banquete de bodas, solo faltaría el brindis con champán.
Curiosamente, ni un solo socialista sintió la más mínima punzada de dignidad ante semejante atropello a la separación de poderes. Pero claro, ¿para qué amargarse cuando el sueldo está asegurado y la política se ha convertido en una cómoda agencia de colocación? Son conscientes de que la amnistía es ilegítima, lo saben porque su propio líder (Pedro Sánchez) lo repitió hasta la saciedad antes de cambiar de opinión con la facilidad con la que otros cambian de corbata. Pero en este rebaño, la doctrina es clara: si el pastor dice “balar”, todos balan al unísono. No son socialistas, son sanchistas: ovejas con carnet que pastan apaciblemente en la pradera de la partitocracia.
La ley de Amnistía, vendida como un ejercicio de alta política, no es más que un documento que haría sonrojar al peor aprendiz de trilero. Su única finalidad es la compraventa de la Moncloa, y si el Derecho fuera un mercado regulado, este contrato estaría anulado por fraude. Pero siempre hay abogados creativos dispuestos a justificar lo injustificable, como en ciertos regímenes donde el Código Penal se interpreta con la flexibilidad de un chicle. Mientras los constitucionalistas y expertos serios se llevan las manos a la cabeza, el Tribunal Constitucional, con su nueva mayoría devota al sanchismo, parece más una sucursal de la Corte Suprema cubana que un órgano de garantías.
La amnistía inicia ahora su accidentado periplo legal, pero lo que ya es seguro es el lugar que Pedro Sánchez ocupará en los libros de Historia: no como defensor de la democracia, sino como el gran arquitecto de un asalto a la separación de poderes con la maestría de un prestidigitador. Y sus diputados, esos fieles escuderos, seguirán aplaudiendo con entusiasmo, felices en su papel de aclamadores oficiales de quien les garantiza el sueldo.
Ahora bajo el pataguas de transparencia quiere ponerle ruedas al carro la liberta constitucional de expresión en los medios. Estos se autoproclaman PR0GRESISTAS.
Como una cabra en una cocina